jueves, 28 de marzo de 2024

Una marca en nuestro tiempo

En su columna del 24 de marzo, en el diario Perfil, de Buenos Aires, Damián Tabarovsky reflexiona sobre la editorial italiana Adelphi, lo que le sirve para reflexionar sobre el papel que les cabe a las editoriales.

Ascender en el anacronismo

En L’impronta dell’ editore, traducido por Anagrama como La marca del editor, Roberto Calasso –escritor e histórico editor de Adelphi– escribe acerca de La cripta de los capuchinos, de Joseph Roth, publicado en su editorial en 1974: “con sorpresa constatamos el modo en que, en un momento en el que la misma palabra ‘literatura’ era infamada, esta novela fue clandestinamente adorada por muchachos de extrema izquierda”. Debemos reparar en la idea de que la literatura, en esos años, era “infamada”. Eran los tiempos del gauchisme, de la radicalización de las ideas de izquierda, que en Europa en los ‘60 todavía tenían un aura festivo y libertario (en el único y buen sentido de la palabra), con el mayo del 68 a la cabeza, pero que ya en los 70, con el surgimiento de diversos grupos de lucha armada y acción directa, habían tomado un giro sectario y mortal. La literatura –la novela como género– era vista como una manifestación burguesa, la herencia degradada de un pensamiento reaccionario que no podía encarnar los conflictos de la lucha de clases y de la revolución en ciernes. En términos editoriales, ese horizonte político implicó una primacía del ensayo –especialmente de las ciencias sociales– sobre la narrativa, es decir, del conocimiento de las “leyes de la sociedad” –que había que conocer, precisamente, para poder cambiar el poder– antes que el de la lectura –siempre sospechosa de hedonista– de una novela. Las palabras y las cosas, de Foucault, publicado en 1966, fue el libro más vendido del año, y aún hoy es el libro más vendido de Francia en los doce meses posteriores a su salida.

Adephi tomó un camino opuesto y, como un cuerpo extraño a la época, apostó especialmente por la narrativa centroeuropea de fines del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial –y en “no ficción” por las Obras completas de Nietzche– antes que por las diversas variantes del marxismo o del estructuralismo o de la novela “experimental”, tan en boga en esos años. El tiempo le dio la razón, y Calasso, en un ejercicio de autocomplacencia, no deja de mencionarlo sin cesar a lo largo del libro. No cabe duda que Adelphi, ya desde su primer libro en 1963 (las Obras completas de Büchner) construyó un gran catálogo narrativo. Flota, no obstante, la pregunta por la tensión entre una editorial y su época. Otras editoriales que luego también se volverían centrales, como la francesa Christian Bourgois Éditeur, por citar solo un caso, no siguieron ese camino, y sus catálogos de principios de los 70 se nos vuelven hoy casi ilegibles (¡Bourgois llegó a publicar en cuatro tomos el Tratado de Economía Marxista, de Ernest Mandel!). Pero, ya en los 80 abandonaron esa línea, volvieron a la ficción, y publicaron buena parte de la mejor literatura contemporánea. ¿Por qué? Porque estuvieron siempre abiertas a la época, arriesgando en el presente, incluso en sus peores desatinos. En cambio, Adelphi poco a poco se fue convirtiendo en lo que es hoy: el museo del buen gusto. Hace mucho que Adelphi no dice nada interesante sobre nuestra época (y cuando lo pretende, apuesta por lo trivialidades, como traducir a Bolaño).

Es que las editoriales sirven para intervenir en el presente, en el aquí y ahora, aún a riesgo de equivocarse y de caer (es decir, ascender) en un maravilloso anacronismo. Sirven para dejar una marca en nuestro tiempo.

miércoles, 27 de marzo de 2024

El fantasma de la Cancillería y el Programa Sur

El pasado 25 de marzo, el diario Clarín, de Buenos Aires, en su habitual estilo desinformado, publicó el siguiente artículo, sin firma, en el que una fuente innominada defiende lo que está haciendo la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería argentina. 

El gobierno derrumba el presupuesto para traducir literatura argentina a un 10%

Contraer el prespuesto tanto como se pueda. La orden que el presidente Javier Milei a todos los ministerios también alcanza a la Cancillería. El Programa Sur de traducciones, reconocido por ser una de las pocas políticas culturales que ha sobrevivido a todos los cambios de gobierno y que comenzó cuando Magdalena Faillace estuvo al frente de la Dirección de Asuntos Culturales (DiCul), se achicará notoriamente en el presupuesto de este año.

Si durante la gestión de la extitular del área Paula Vázquez el Programa Sur recibió 300 mil dólares para traducir libros de autores argentinos a distintos idiomas, el Ministerio de Relaciones Exteriores dispuso que este año dispondrá de 30 mil dólares aproximadamente. Así lo confirmaron a Clarín Cultura fuentes de la DiCul.

Pero no todo está perdido. Además de ese presupuesto, que es el segundo más importante que la DiCul destina a la difusión de la cultura y el arte en el exterior, las fuentes dijeron: “Vamos a insertar la difusión del libro a través de las traducciones en otro programa más amplio de otra área de la Cancillería que es el Plan Libro Argentino. El Programa Sur continuará, no se suspende ni se da de baja, porque cuando se traduce un libro se difunde la cultura argentina”.

La inversión más alta de la DiCul es en el envío argentino a la 60º Bienal de Arte de Venecia que, este año, ha tenido un profuso financiamiento privado. El equipo de Luciana Lamothe ya está en Italia trabajando en el armado y montaje de su instalación “Ojalá se derrumben las puertas” en el Pabellón Argentino de los Arsenales, cuyo catálogo se presenta esta semana.

“Estamos trabajando en una ampliación de este Programa que no solo incluya traducciones sino también en los derechos”, dijeron las fuentes de DiCul. Claro, siempre y cuando la editorial que publicó la obra solicitada no tenga esos derechos.

Hasta no tener bien definido el presupuesto asignado al Programa Sur la DiCul no hará la convocatoria.

El año último, la gestión de Paula Vázquez –siempre según la información recogida por Clarín Cultura– dispuso de aproximadamente 3.200 dólares por libro traducido.

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Lo que sigue es la cobertura que, sobre el mismo tema realizó Luciano Sáliche para Cultura InfoBAE, el 26 de marzo.

Reducen a un 10% el Programa Sur, destinado a traducir literatura argentina

Cuando la Cámara Argentina del Libro se reunió con la nueva directora de Asuntos Culturales, Alejandra Pecoraro, hace un mes y medio, la respuesta que recibieron los representantes de la industria editorial ante la pregunta por las políticas públicas de traducción fue concreta y conocida: “No hay plata”. Desde entonces, la prioridad fue la Bienal de Venecia, a la que destinarían casi la mitad del presupuesto. ¿Qué pasará con el Programa Sur, la herramienta que, desde 2009, apoya a escritores y editores a llegar a otras lenguas, a posicionar a la literatura argentina en el mundo? Su presupuesto se reducirá a un 10%.

“Si el año pasado hubo un presupuesto de cerca de 320 mil dólares y este año va a pasar a ser de 30 mil, y si el año pasado se tradujeron más de 120 libros, entonces este año van a ser aproximadamente 10 libros. A los números me remito: están desguazando de una manera brutal”, dice Juan Manuel Pampín, actual presidente de la cámara. “Nos dicen que tienen que hacer un recorte, que hay un compromiso asumido y que se ven en la obligación de recortar la participación en ferias internacionales, como es el caso de Bolonia, que es ahora; también Frankfurt y Guadalajara, que vienen un poquito más adelante”, agrega.

Para Paula Vázquez, la directora saliente de Asuntos Culturales que es además escritora y librera, “Programa Sur es una de las principales herramientas de diplomacia cultural que tiene nuestro país. Es un programa reconocido internacionalmente, modelo para la región, que además de ser una herramienta clave para la difusión de nuestra cultura genera recursos genuinos a partir de la venta de derechos. Casi todas las obras que quedaron finalistas del Booker se tradujeron gracias a Programa Sur”. Y agrega: “A partir de este programa, Scorsese va a filmar una película basada en un libro de Ariana Harwicz”. Se refiere a Matate, amor.

En agosto, la Fundación TYPA presentó La extraducción en la Argentina III (2010–2022), una investigación sobre las traducciones de la literatura argentina. En el período 2010-2022 se vendieron un total de 1787 licencias cuyo promedio anual es de 149 y un total de 1224 títulos con 102 de promedio anual. El informe abre con esta pregunta: “¿Cómo llegan los autores y autoras argentinos a ser traducidos a otras lenguas?” Una de las respuestas es el Programa Sur. En ese entonces, Gabriela Adamo, una de las investigadoras, le dijo a Infobae Cultura que “lo más reconfortante fue ver cómo año tras año siempre un poco más se traduce”.

El último ejemplo es Selva Almada, que acaba de ser nominada al Booker Internacional por Not a River (No es un río), traducida con apoyo del programa por Charco Press, una editorial independiente radicada en Edimburgo. Según el informe, en los doce años señalados Italia compró el 26.6% de los derechos vendidos y Estados Unidos el 18.2: las dos editoriales más compradoras fueron italianas (Edizioni Sur y Edizioni Arcoiris), seguidas por dos estadounidenses (New Directions y Open Letter). Le siguen Francia con 14.2, Brasil con 10.4, Alemania con 9.8, Reino Unido con 7.0 y Bulgaria con 5.7.

“Nosotros lo entendemos como una política de Estado —dice Pampín— que se había podido sostener en el tiempo. Se había iniciado durante el gobierno de Cristina Kirchner, luego se continuó con el programa en el gobierno de Mauricio Macri y ahora lo que vemos es un desguace absoluto. Hay que entender algo: Argentina no es un país central. La gente hoy por hoy mira más hacia México, hacia Colombia, hacia España. Nosotros estamos trabajando en la edición argentina y pretendemos seguir haciéndolo. Y con calidad. Cuando buscamos promocionar nuestros autores hacia afuera, esto es parte fundamental”.

“Nosotros lo entendemos como una política de Estado —dice Pampín—, desde el gobierno de Cristina Kirchner al de Mauricio Macri. Pero ahora lo que vemos es un desguace absoluto. La continuidad de las políticas públicas, sobre todo en comercio exterior, es fundamental: cuesta mucho recuperar o trabajar en nuevos mercados. Es una herramienta muy potente de venta y difusión. Es lo mismo que hacemos cuando traemos cosas de otros países. Hay que entender algo: Argentina no es un país central. Hoy la gente mira más hacia México, Colombia, España... Cuando buscamos promocionar nuestros autores hacia afuera, esto es parte fundamental”.

Según un artículo publicado en Clarín, desde Asuntos Culturales aseguraron que el impulso va a estar “en otro programa más amplio de otra área de la Cancillería que es el Plan Libro Argentino”, que viene de antes y busca la “internalización de la cultura argentina”. El año pasado, a partir de este Plan, cuatro editoriales argentinas viajaron a la Feria de Frankfurt. Siguiendo el slogan de “no hay plata” y el ajuste que el gobierno de Javier Milei lleva como bandera, la pregunta que queda abierta es si el recorte es para el Programa Sur o al presupuesto total de la Cancillería. Infobae Cultura se comunicó con las autoridades pero no obtuvo respuesta.

martes, 26 de marzo de 2024

Aproximación parcial al lector independiente




El pasado 21 de marzo, sin firma, InfoBAE publicó un artículo a propósito de quienes visitan la Feria de Editores de Buenos Aires. En su bajada se lee: "La Feria de Editores presentó su habitual Encuesta al Público. Según los datos recogidos de la edición 2023, el 53% fue la primera vez que la visitó", Con todo, convendría ser muy prudente a la hora de sacar conclusiones porque no todos los lectores de las editoriales independientes visitan la FED ni responden al perfil que se presenta en esta encuesta. 

Lectores de editoriales independientes: quiénes son, qué leen y cómo eligen los libros

Se trata de la Encuesta al Público realizada a los asistentes a la Feria de Editores del año pasado: los días 3, 4, 5 y 6 de agosto de 2023, la quinta edición del ciclo, en el Complejo C Art Media de la Ciudad de Buenos Aires. Estuvo a cargo del Centro de Estudios y Políticas Públicas del Libro (LM–IDAES/UNSAM) y coordinada por Alejandro Dujovne y Ezequiel Saferstein. Trabajaron sobre 367 casos (el total de asistentes fue 22 mil) y encontraron resultados novedosos.

En cuanto a género, el 58% de la muestra está representado por mujeres, 39% por hombres y 3% por personas autoidentificadas bajo una identidad de género no binaria. En cuanto a edades, la franja que va de los 26 a los 35 años representó el 31%, seguido por la franja que va de los 36 a los 45 años, con 24%. El 62% proviene de la Ciudad de Buenos Aires, más de la mitad trabaja en relación de dependencia (52%) y el 77% no tiene hijos.

Algo llamativo es el nivel de estudios, ya que es muy elevado en contraste con el público de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y la media nacional. El 95% tiene estudios superiores: terciario (15%), universitario de grado (59%), diplomatura (2%), máster (10%) y doctorado (9%). “En línea con el nivel socioeducativo y las disciplinas de formación e inserción profesional, este público está compuesto por compradorxs de libros y lectorxs ‘intensxs’ en el sentido del número de libros que compra y lee al año y del conocimiento que tiene de autorxs, títulos y editoriales”, se lee en el informe.

Además, un 34% de los asistentes lee libros entre 2 y 5 horas a la semana, mientras que un 32% lo hace entre 6 y 10 horas. El tercer tercio lo componen los lectores intensos que leen desde 11 horas o más (28%). “La práctica de lectura de libros es intensiva y supera lo relevado en las Encuestas Nacionales de Consumos Culturales”, explican los investigadores.

Respecto del acceso al libro, las librerías, tanto de nuevos como de usados, “siguen siendo los lugares preferidos para la compra”. En ese sentido, un 79% manifiesta comprar libros nuevos, mientras que un 46% también compra en librerías de usados (en relación con la encuesta de 2022, la compra de usados creció un 20%). Además, el 41% de los encuestados compra libros en ferias y presentaciones. ¿Cómo los lectores se enteran de los libros que finalmente compran? Predomina esta respuesta: redes sociales de editoriales. En segundo lugar, el boca en boca. Luego, redes sociales de los autores. Sigue librerías, influencers, newsletters y radio.

“La ficción lidera los géneros preferidos, principalmente la narrativa latinoamericana, seguida por la narrativa traducida. El ensayo y la no ficción se encuentran en tercer lugar, seguidos por la poesía y las ciencias sociales y humanas”, se lee el informe respecto a los géneros. Otro dato importante es la afinidad que hay con las editoriales. Los encuestados hacen alusión al catálogo, el “criterio de selección”, la “curaduría” y los “libros por fuera de los cánones” de las editoriales independientes, que son las que exponen en la Feria de Editores porque, cabe aclarar, los dos grandes grupos (Planeta y Penguin Random House) no participan.

Las editoriales que más mencionaron los encuestados son Eterna Cadencia, Caja Negra, Siglo XXI, Godot y Blatt & Rios, en ese orden. En cuanto a autores, Mariana Enriquez, Samanta Schweblin, Camila Sosa Villada, Jorge Luis Borges y Martin Kohan, en ese orden. El detalle es que estos autores suelen publicar en sellos grandes. El crecimiento de la Feria de Editores se consolida con este dato: el 53% fue la primera vez que la visitó.

viernes, 22 de marzo de 2024

Alberto Díaz: gran editor, pero, mucho más importante y raro, sobre todo, un buen tipo



El pasado 20 de marzo, Patricio Zunini publicó la siguiente crónica en InfoBAE, a propósito de el homenaje que la Legislatura de Buenos Aires le realizó al editor Alberto Díaz.

Alberto Díaz, reconocido como “personalidad destacada” de la comunicación y la cultura

No deja de ser un hecho paradójico cuando el Estado le entrega un reconocimiento como ciudadano ilustre a alguien a quien cinco décadas atrás empujó al exilio. Es también la evidencia del largo camino que la Argentina ha transitado desde el regreso de la democracia. Porque aquel gobierno que obligó a Alberto Díaz a exiliarse era uno de facto; y la legislatura que lo homenajea fue elegida por el voto popular.

Ayer, gracias a un proyecto de ley que impulsó el diputado Franco Vitali —hijo de Elvio Vitali, el mítico librero de Gandhi y director de la Biblioteca Nacional entre 2003 y 2005—, la Legislatura porteña reconoció a Alberto Díaz como Personalidad destacada de la comunicación social y la cultura. Una distinción que, a la vez que recuperación de la memoria histórica cultural del país, es un acto de justicia con quien moldeó buena parte de las lecturas de América latina.

Con más de cincuenta años de trayectoria en el mundo del libro, Alberto Díaz empezó su historia con un puesto inferior en la editorial que montaron dos amigos y terminó como director en un gran grupo. Trabajó en Siglo XXI, Alianza, Losada, Espasa Calpe y Planeta, donde estuvo a cargo del sello Emecé. Publicó más de cuatro mil libros; algunos autores: Jorge Luis Borges, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar, Eduardo Galeano, Juan José Saer, Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo, Osvaldo Soriano, Abelardo Castillo, Vlady Kociancich, Paulo Freire, Andrés Rivera.

El reconocimiento, sin embargo, fue aprobado por mayoría y no por unanimidad. “Los que votaron en contra son los mismos que quieren derogar la ley del libro”, dijo Vitali. Si bien —y a tono con el compromiso político y esencial de Díaz— se plantaron algunas banderas con respecto a la batalla cultural que se da a partir de la presidencia de Javier Milei, la ceremonia tuvo el color de un festejo íntimo, sencillo, familiar. Con la presencia de numerosos autores publicados por él, colegas editores, antiguos compañeros de oficina, su mujer, sus hijos, el acto contó con la participación de Ana María Shua, Horacio Tarcus, Ignacio Iraola y Carlos Ulanovsky.

La aventura de un editor
La primera en hablar fue Ana María Shua, que tuvo un arranque interesante: dijo que había recibido el encargo de hablar mal de Alberto Díaz y que el pedido se lo había hecho Carlos —el hijo, actual director de la editorial Siglo XXI—, y ella, obediente, había buscado la manera de cumplirlo.

“Los editores saben que cuando les arden las orejas es porque los escritores estamos hablando de ellos”, dijo. Las orejas de Díaz, entonces, deben haberle ardido bastante porque ella tuvo la oportunidad con muchos otros escritores, pero, después de hacer una búsqueda exhaustiva, comprendió que no iba a encontrar lo que buscaba: “No encontré a nadie que me dijera algo malo de Alberto”.

Ana María Shua habló poco, y lo hizo con esa costumbre tan suya de decir cosas profundas pero en un tono casual y siempre con humor; un poco a la manera borgiana, pero con más elegancia. Díaz, dijo, es un editor que cuida a sus escritores, que se preocupa por que los libros estén en las librerías y que la obra esté reunida. “Los escritores somos frágiles y Alberto ha cuidado a sus autores en forma personal con su carisma, con su respeto, su amor por las obras”.

El editor historiador

Con un nombre que parece salido de un disco de Emerson, Lake & Palmer, Horacio Tarcus es uno de los grandes intelectuales del país. Tiene una vasta trayectoria académica, y se ha especializado en la historia del socialismo y el marxismo. Fue subdirector de la Biblioteca Nacional. Actualmente dirige el Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas y la “Biblioteca del Pensamiento Socialista”, de la Editorial Siglo XXI.

La amistad con Alberto Díaz viene de muchos años. No sólo comparten la visión política, sino también la profesión: ambos son historiadores. Tarcus comenzó su participación recordando los libros que Díaz le publicó en Emecé: el Diccionario biográfico de la izquierda argentina, las Cartas de una hermandad. Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Franco y Samuel Glusberg y la edición definitiva de Historia del Pueblo Argentino. 1500-1955, de Milcíades Peña. Todos libros largos, complejos, con ilustraciones o fotografías; todos con la necesidad de un trabajo intenso de edición y dedicación.

“Ninguno de estos libros se hubiera publicado sin el respaldo de Alberto”, dijo. Y, para dar otro ejemplo de la manera en que Díaz se compromete con una idea y la lleva hasta las últimas consecuencias, habló de otro libro que no se hubiera publicado sin su insistencia. Cierta vez había recibido el original de un libro que él entendía que debía ser publicado, pero en la filial argentina de Siglo XXI pensaban distinto. Entonces llevó el libro un poco más arriba y logró convencer al director Arnaldo Orfila. Así se publicó Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano.

“Los libros que él publicó abrieron camino a la vida intelectual argentina”, dijo Tarcus. Y cerró diciendo que celebraba este reconocimiento porque “Alberto es alguien que contribuyó a editar la biblioteca en la que me formé”.

El editor inventor
Hermosa y muy emotiva fue la participación de Ignacio Iraola, que, para no dejarse llevar por los nervios, preparó un texto del que aquí extraemos algunos pasajes. El ex director de Planeta leyó rápido, siempre andando por la cornisa del llanto, y habló de un Díaz distinto al de los demás, tal vez porque ellos compartían generación. El Alberto Díaz de Iraola, además de un editor profesional, es un maestro protector que te acompaña y te forma en la carrera.

“Él era el capo editorial, yo el jefe de prensa, y teníamos mucha vida social en conjunto, ya que en ese momento había presentaciones de libros casi todos los días, visitas de autores, cócteles y comidas. La vida era una fiesta y el trabajo nos gustaba”.

“Gracias a Alberto conocí a Juan Gelman, a Roa Bastos y durante muchos años tuve una cercanía ridícula con Juan José Saer. Ellos dos eran muy amigos, pero a la vez tenían una relación de respeto y afecto como nunca volví a ver en mi vida entre un autor y un editor. Eran muy amigos y se conocían y se querían en serio. Saer vivía en Francia pero una o dos veces al año venía a Buenos Aires, Planeta aprovechaba para manijear sus libros y ellos me sumaban a esa yunta. Alberto sabía que yo era fan de Saer y me sumaba a la comidas y a las salidas, y Saer —el escritor más fino, pero un atorrante hermoso con mucho humor— siempre quería ir a un almacén de fiambres en Solís y la autopista, que manejaba un japonés”.

“Alberto inventó un modo de editor: el que viajaba por Latinoamérica descubriendo talentos, fundando editoriales e incluso vendiendo libros. En un momento en que la edición argentina era la más potente en habla hispana, Alberto descubrió autores, abrió mercados, ayudó a las librerías. Es tremenda la influencia de Alberto Díaz en la edición moderna. Un caso único de constancia y talento. Un militante absoluto de los libros, al punto tal de haber sufrido el exilio con su familia por publicar libros y por pensar distinto a los animales”.

“Una vez nos peleamos y al rato me dijo algo hermoso: ‘Nachi, con los amigos hay que pelearse de tanto en tanto para saber cuánto uno los quiere’. Yo lo tuve siempre como a un hermano mayor y como un consiglieri, y muchos de sus consejos me los quedo para mí, para toda la vida. Y de Alberto Díaz aprendí dos cosas centrales que espero poder trasladárselas a mi hija: aprendí dignidad y lealtad ante todo”.

De profesión: editor
Sencillo, solidario, discreto, accesible, cordial. Carlos Ulanovsky usó estas palabras para caracterizar a Díaz. Después de tantos discursos, “Ula” prefirió vestirse con el traje que mejor le queda, el de periodista, y le hizo una entrevista en vivo. Consiguió declaraciones que podrían titular esta y varias otras notas: “No publiqué nunca un libro que haga daño”, “Saer me tapó, quedé como el editor de Saer”, algunas más. Las respuestas de Díaz eran siempre largas, salvo una:

—¿Nunca se te ocurrió publicar un libro?
—No —tajante. El público empezó a reírse.

—¿Por qué?
—Porque soy muy exigente.

Después hubo tiempo para fotos y la celebración continuó en el bar de Yrigoyen y Perú. Tal vez quienes hayan estado comiendo en las mesas cercanas no supieran quién era ese hombre de traje marrón y pelo ralo que, sin embargo, les enseñó a leer.

 

jueves, 21 de marzo de 2024

Otro premio más, por si hiciera falta

La noticia, sin firma, fue publicada el pasado 27 de febrero en el diario La Razón, de Bolivia. Allí se lee que Mario Vargas Llosa
Albert Bensoussan (foto), su traductor al francés recibieron un premio conjunto.




Premio Diálogo para Mario Vargas Llosa y su traductor al francés Albert Bensoussan en París

El escritor y premio Nóbel hispanoperuano Mario Vargas Llosa y su traductor al francés, Albert Bensoussan, fueron galardonados este martes con el Premio Diálogo, que otorga una asociación hispanofrancesa en París.

Bensoussan, un escritor con una larga trayectoria de traductor de grandes autores hispanoamericanos, recogió el premio en su nombre y en el de Vargas Llosa, quien actualmente se halla en Perú.

«Traducir es transmitir», declaró Bensoussan durante el acto celebrado en la embajada española. «La traducción multiplica el genio. El traductor ocupará siempre una plaza subalterna. Viene después, no ha creado, no ha conocido la tempestad dentro del cráneo» del autor, añadió.

Nacido en el seno de una familia de origen sefardí en Argelia, en 1935, Bensoussan ha dedicado décadas de trabajo a divulgar autores como Vargas Llosa, José Donoso, Zoé Valdés o Alfredo Bryce Echenique en Francia.

«Es el mejor regalo que le hicieron los Reyes Católicos a Francia», dijo el escritor francés Pierre Assouline, al presentar al galardonado,. Esto, en una irónica referencia de la expulsión a fines del siglo XV de los judíos de España, gran parte de los cuales se instalaron en el norte de África.

«Como he dicho muchas veces, yo no sería el escritor que soy, ni mi obra sería la misma, sin la influencia de la literatura francesa», dijo Assouline al leer un mensaje de Vargas Llosa.

El autor de «Conversación en La Catedral», Premio Nobel en 2010, entró el año pasado en la Academia Francesa. Es la primera ocasión que un autor que no escribe originalmente en francés forma parte de la institución fundada en 1635 por el cardenal Richelieu.

miércoles, 20 de marzo de 2024

"La Biblia suele ser utilizada a menudo por los políticos de hoy, no importa de qué signo, pero no hay que esperar de ellos la exquisitez de un Sarmiento o de un Del Valle, o la sorna de un Wilde"

El pasado 18 de marzo, Lautaro Ortiz publicó un artículo y entrevista en el diario Página 12, de Buenos Aires, a propósito de la labor de Juan Carlos Sánchez Sottosanto, investigador sobre las distintas lecturas que tuvo la Biblia en la Argentina. En la bajada se lee: "El investigador explica que las Escrituras estuvieron siempre ligadas a la trama histórica del país. Y propone desenredarla, desde la Revolución de Mayo a Milei".


La Biblia en la historia argentina

Bajo el título “Historia de la Biblia en Argentina” el investigador Juan Carlos Sánchez Sottosanto asumió hace años el desafío de inventariar los modos en que se leyeron las Escrituras en los distintos períodos de la historia política de nuestro país y, a partir de ahí, realizar un análisis de las diversas tramas que se entretejen entre el Estado y la sociedad. “Mi interés --explica-- está puesto en cómo se leyó la Biblia en mayo de 1810, cómo se leyó durante la Generación del 80, cómo la leyeron los torturadores y los torturados, cómo lo hizo Lugones, Borges, y hasta una banda de rock como Vox Dei”.

Este novedoso trabajo indaga, al mismo tiempo, en la historia de las traducciones nacionales de la Biblia (sea del texto completo o libros sueltos como los Evangelios o los Salmos), en los aciertos y dudas de los traductores, y en el rol de las editoriales en los distintos marcos de procedencia: el catolicismo, el protestantismo y el judaísmo. “Nunca se había intentado un catálogo comentado de las traducciones vernáculas y puedo asegurar que son muchas, muchas más de las pensadas. Yo fui el primero en sorprenderme al ver el corpus de trabajo”, comenta el investigador de la Biblioteca Nacional, que es además licenciado en Ciencias Sociales con estudios de posgrado en teología en el ex Isedet: “Mi trabajo es el primero que se realiza sobre el tópico de la Biblia en la Argentina. Claro que no puedo dejar de mencionar la labor de Arnoldo Canclini, historiador evangélico bautista, que solo se extiende hasta 1853. Canclini tiene una mirada providencialista, como creyente. Yo, en cambio, no puedo admitir la intervención divina como variable histórica. Digamos que lo mío no sólo es más ambicioso, porque cubro un período que va desde el Virreinato hasta casi nuestros días, sino porque indago en una gran diversidad de bloques de sentido”, agregra y luego responde:

--¿Cómo definiría a la Biblia?
--Como un conglomerado de libros que la tradición judía primero y la cristiana después han considerado que están por encima del resto de los libros. Me gusta hablar en plural, porque ya la Biblia es una palabra plural en griego, y porque verla como una suerte de pequeña biblioteca te desalienta a pensarla como un monobloque de sentido, que es como la entienden los fundamentalistas. Mi trabajo se centra en cómo esos libros fueron leídos y recortados a través del tiempo en nuestro suelo, y dotados de viejos y nuevos significados. Ahora, si me sacás de la investigación y me preguntás qué es para mí la Biblia, te respondería con algo que alguna vez le escuché a mi profesor de griego del Nuevo Testamento: la Biblia no es la palabra de Dios, sino la palabra del hombre, de un grupo de hombres, hacia Dios, dirigida a Dios. Una búsqueda --no un hallazgo-- de la Trascendencia.

--Borges llamaba a la Biblia “el único libro inspirado”.
--Borges decía, medio en serio y medio en broma, que el Espíritu que había inspirado la Biblia había devenido en nuestra época en una mitología más triste, el inconsciente del psicoanálisis. También le gustaba citar a Shaw y decir que todo buen libro está en realidad “inspirado”. Pero una de las últimas cosas que prologa antes de morir son las magníficas versiones de Fray Luis de León del Cantar de los Cantares y del Libro de Job.

--¿Cuáles son, entonces, las coordenadas que estructuran su investigación?
--Voy a hacer una gran simplificación, y debe entenderse como eso, una simplificación. Hablemos de siglos, al modo de Hobsbawm. Él te mete un XIX largo, que iría desde 1789 y las grandes revoluciones hasta 1914, y un XX corto, que va del 14 hasta la caída de la Unión Soviética. Bien, en el caso de la Argentina yo estiraría un poco más el XIX hasta pisar casi los años 30. Si aceptamos ese marco, te diría que en el XIX la Biblia estuvo ligada al liberalismo: no al conservadurismo, sino al sector liberal de las élites letradas --hay que tener en cuenta que el público lector en general, y el de la Biblia en particular, era mínimo. En cambio, en el XX, la Biblia gira hacia los intereses del nacionalismo, o mejor dicho, de los nacionalismos. Lo paradójico puede parecer que el liberalismo, al que uno sospecha ligado a actitudes deístas o incluso ateizantes, haya que ponerlo como un “amigo” de la Biblia. La paradoja deja de serlo cuando se comprende que la Ilustración, en el Plata, se vive a través del tamiz de la Ilustración española, que nunca fue ateizante, y que creía, por ejemplo, que el catolicismo debía despojarse de la superstición y del ritualismo pomposo del Barroco, es decir, volverse más ascético, más despojado.

--Volver a las fuentes...
--Exacto, porque volver a las fuentes es siempre un pensamiento mítico, un tornarse hacia una suerte de paraíso perdido; esas fuentes perdidas eran la Biblia y el biblismo del Siglo de Oro. Entonces, a fines del XVIII, los ilustrados españoles se vuelcan hacia la Biblia, y surgen al menos dos traducciones completas y muchísimas parciales. Esa ola llega al Río de la Plata, y repercute en personajes como Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia. Otros liberales, como el primer Sarmiento, alientan a las Sociedades Bíblicas anglosajonas, porque creen que la Biblia ha contribuido a la grandeza de esas naciones, típicamente protestantes. Una de las grandes sorpresas que me llevé fue encontrar que el primer libro bíblico impreso en la Argentina, un evangelio de Juan, bilingüe, inglés-español, fue impreso por orden de Rivadavia, el liberal laicista por excelencia. Y no para ser usado en la Iglesia, sino en la Universidad Pública, lo que hoy llamaríamos la UBA.

--Sarmiento también tradujo la Biblia...
--Claro, pero tradujo un compendio de los evangelios para que las escuelas chilenas accedieran a las fuentes bíblicas y no a catecismos que aterrorizaran a los niños. Ya en la vejez y habiendo él mismo contribuido a la eliminación de la enseñanza religiosa en las escuelas, hará un análisis muy lúcido sobre el papel de la Biblia en el surgimiento de los Estados Unidos, un estado laico y religioso al mismo tiempo, pero religioso no por imposición del Estado. Aunque no lo creas, Sarmiento llega a conclusiones muy parecidas a las del joven Karl Marx, cuando habla del estado burgués modelo, en el que la religiosidad no se pierde, pero ha pasado a la esfera del individuo. En pocas palabras, Sarmiento en particular, y muchos liberales en general, concebían la Biblia como elemento civilizador, y ahí estaban los países protestantes y capitalistas para demostrarlo, con su eterno apego a la Biblia, y también los países católicos, mucho más atrasados por entonces, y para los cuales la Biblia no era un elemento cotidiano como para los protestantes. Lo importante de todo esto es ver cómo un texto necesariamente polifónico, contradictorio, fruto de siglos de composición, canonización, traducción y hermenéuticas varias, produjo lecturas creativas por parte de todos los bandos imaginables.

--¿Por ejemplo?
--Hablemos de la ley de matrimonio civil en Argentina. El matrimonio era uno de los últimos bastiones a defender por parte de la Iglesia Católica, que ya venía perdiendo unos cuantos. Llega el año 1888 y se presenta el proyecto. Los legisladores católicos ponen el grito en el cielo y utilizan como argumento la sacralidad del matrimonio. Se presenta el ministro del Interior, el inefable Eduardo Wilde, y les dice que él no va a hablar de la Biblia, ni de la costilla de Adán, ni del diluvio. Claro que como buen humorista y positivista, lo que hace es reírse de la Biblia, y hacer lo que supuestamente no iba a hacer, hablar mucho de los relatos que hoy llamaríamos míticos. Wilde se pregunta cómo hizo Noé para meter todos los bichos en el arca y evitar que los zorros se coman a las gallinas o los tigres a las ovejas, qué clase de conocimientos tuvo para reconocer el sexo de los moluscos, o poder clasificar a los microbios, como el del cólera. Y después sigue con los relatos más picantes, como el del incesto de las hijas de Lot o de muchas mujeres que tuvo Salomón. El escándalo fue mayúsculo; el obispo pidió un desagravio. Días después los diputados católicos se dedicaron a leer gruesos volúmenes explicando cómo fue que hizo para meter a todas las especies en el arca, cuántas pulgadas dispuso para cada especie. Los lagartos acá y las gaviotas allá. Fueron días y días ¡en una discusión sobre el matrimonio civil! Entonces llegó Aristóbulo del Valle, liberal también, pero a diferencia de Wilde decide utilizar la Biblia a favor del proyecto. Él demuestra que la Biblia nada dice sobre ceremonias religiosas de casamiento, que los pocos casamientos que se mencionan sólo consintieron en que el varón se llevara a la novia a su carpa o a su casa delante de testigos y listo. No hay huellas de oficio religioso matrimonial ni en el Antiguo ni el Nuevo Testamento. La ley se aprobó, no por supuesto por la opinión de Del Valle, pero lo que importa aquí es que la Biblia estuvo presente en grandes discusiones políticas argentinas hasta hoy.

--¿De qué manera los textos bíblicos están presentes en la discusión de la política actual?
--La Biblia suele ser utilizada a menudo por los políticos de hoy, no importa de qué signo, pero no hay que esperar de ellos la exquisitez de un Sarmiento o de un Del Valle, o la sorna de un Wilde. Por lo general son frases sacadas de contexto, aisladas, útiles al modo de un refrán o más recientemente, la brevedad que imponen las redes sociales, pero que por proceder de la Biblia otorgan un aura de sacralidad, de verdad profunda. Acordate de Menem usando la Biblia: “Siempre habrá pobres entre ustedes”. La frase es real, es de los evangelios, y es una percepción realista de Jesús sobre el fenómeno de la opresión, pero de ningún modo una excusa para no hacer nada por ellos, como diciendo que son un mal irreparables. Hace poco Javier Milei, antes de ser presidente, utilizó un pasaje del Antiguo Testamento, Primer libro de Samuel capítulo 8, para atacar el concepto de Estado. Y eso es, por supuesto, un anacronismo: nuestro concepto, que por cierto es liberal, de Estado Nación nace en el siglo XIX, mientras que lo que se discute en ese pasaje bíblico es el paso de tribus o ciudades libres a una monarquía, un fenómeno típico de la transición de la Edad de Bronce a la de Hierro.

--¿Qué situaciones curiosas encontró durante la investigación?
--Cuento una anécdota. A principios del XX, con la moda de los grandes estudios sobre la literatura medieval española y al mismo tiempo, los comienzos de la reivindicación nacionalista argentina de los valores hispánicos, en la UBA surge un proyecto de editar versiones medievales de la Biblia hechas al castellano antiguo. Versiones del siglo XIII o XIV, que nunca habían conocido la imprenta, y que se conservaban manuscritas en el Palacio del Escorial. Bueno, solo se editó el primer tomo, que abarca el Pentateuco. Ahora bien, si vas al Levítico en ese tomo, te encontrás con que la palabra “puta” aparece a cada rato. ¿Podés creer que es en esos pasajes de Levítico que por primera vez asoma la palabra “puta” en la lengua castellana? Lo dice el propio Corominas, en su Diccionario etimológico. Los traductores medievales quizás no estaban muy deconstruides, pero puritanos no eran...

--Y algunas de esas traducciones fueron censuradas...
--Sobre la censura, lo que a mí me llama la atención, sobre todo, son los casos de no censura en tiempos en que esperaríamos que sí existieran. Por ejemplo, en las primeras décadas del XIX, el catolicismo, por entonces no promovía la lectura directa de la Biblia salvo para las élites, y mucho menos la lectura de versiones cismáticas. Se condena entonces a las Sociedades Bíblicas protestantes y sus ediciones mientras los papas mismos redactan encíclicas condenatorias. En muchos países la persecución a estas biblias y sus distribuidores fue feroz: hubo muertes y quemas de Biblias. Era parte de la guerra de perros y gatos de estas dos grandes ramas de la cristiandad. En nuestro territorio eso no sucedió. Clérigos católicos como Castañeda, el Deán Funes, Segurola o Valentín Gómez ayudaron a los agentes de las Sociedades Bíblicas a distribuir biblias que el propio Papa había condenado. Eran lo que se llama “regalistas”, es decir, ponían al Rey, y más tarde a los distintos gobiernos patrios, por encima de Roma. Personajes tan disímiles como Facundo Quiroga o Sarmiento leyeron la Biblia de esas ediciones protestantes. Quiroga, de hecho, le firmó el pasaporte a uno de esos agentes. Ahora, censura, lo que se dice censura, aparece en la Dictadura del Proceso: el famoso caso de la Biblia Latinoamericana, a la que tildaron de “marxista” y cosas por el estilo, aunque tenía aprobación eclesiástica y sólo reproducía algunos de los aspectos más radicales de la doctrina social de la Iglesia post Concilio Vaticano II. Volaron librerías, volaron libreros, volaron catequistas y militantes sociales. Volaron en el peor sentido de la palabra. He visto ejemplares con sus imágenes recortadas: tenía imágenes de gente pobre, negra, morocha, indígena, en situaciones cotidianas, o imágenes de Luther King o de Hélder Câmera. Todo eso era visto como marxista y subversivo. En la otra punta ideológica, también fue censurada la Biblia de los Testigos de Jehová, a la que se conocía como “la Biblia verde” por el color de sus tapas. Los Testigos no saludaban la bandera o se negaban a hacer el servicio militar. Se los consideraba agentes del imperialismo yanqui. Como se sabe dentro de la Junta Militar había posiciones encontradas, desde las neoliberales pro yanquis hasta las nacionalistas de viejo cuño. Bueno, estas dos biblias eran imaginadas algo así como los dos polos de la “guerra fría”, el Kremlin y el Pentágono. Claro que no eran ninguna de las dos cosas.

--Para terminar, ¿por qué es importante una historia de los modos de leer la Biblia en Argentina?
--Hasta hace poco la historia “laica” no se ocupaba de la historia religiosa argentina Por otro lado las distintas iglesias, o movimientos nacionalistas, escribían la historia eclesiástica sosteniendo que la Iglesia era la pureza y el estado laico una porquería. El Instituto Ravignani escribió la primera, y la UCA la segunda. Ambas manifestaban una ignorancia espantosa: solo importaba la apología. Hubo excepciones, claro, pero sólo recientemente la historia laica se ocupó del terreno religioso como un campo de estudio sin el cual se hace muy difícil entender muchos acontecimientos: desde la Revolución de Mayo hasta la Dictadura pasando por el peronismo. Los modos de leer (o no leer) la Biblia tienen que agregarse a estos avances. La Argentina produjo más traducciones bíblicas que cualquier otro país de Latinoamérica: eso algo tiene que decirnos. Las primeras versiones de la Biblia al español realizadas por judíos en un país de habla hispana se realizaron aquí. Los tangos, las letras de rock, están atravesados por la Biblia: sólo hay que saber dónde arañar. Creo que hay un falso laicismo que combatir, tan peligroso como el chupacirismo. Y un falso progresismo. Al progre le hablás de la Biblia y te pone cara de trosko y te cita a Marx y que la religión es el opio de los pueblos. Bueno, la cita no es de Marx ni del Manifiesto comunista. Es del teólogo anglicano Charles Kingsley, y Marx lo copia en la Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel; no hay comillas porque en ese momento todos la conocían. A ese mismo progre el Gauchito Gil o el culto a Gilda le parecen interesantes porque así creen estar acercándose al pueblo, a los pobres. Me recuerdan a la Susanita de Quino y el chiste de la polenta. Lo cierto es que la Biblia ha estado siempre en la trama de nuestra historia. Sólo hay que desenredarla un poco.