martes, 6 de septiembre de 2016

Burradas: la utilización política del Instituto Cervantes en la coyuntura electoral española

Las letras que forman las siglas PP, que ilustran esta entrada, aluden a los casos de corrupción reciente en los que se vio involucrado el partido de Mariano Rajoy. Y esto sin investigar en Latinoamérica.





Nuestra lectora amiga, la uruguaya Adriana Pérez nos manda una nueva colaboración desde Andalucía, donde el domingo pasado hizo 42 grados de calor. Como no se puede dedicar a la traducción literaria nos promete un poema traducido en el que está trabajando y nos pide que leamos este artículo. Tiene tres partes: una en la que se da el contexto de la coyuntura española al cabo de dos votaciones fallidas para que Mariano Rajoy forme gobierno; otra, que se refiere a lo que el PP y Ciudadanos (vale decir, la derecha y la derecha salida de la derecha) proponen como política lingüística para América a través del Instituto Cervantes, y una tercera, donde se ofrece más bochornoso contexto. 

La mochila (austríaca) del Cervantes

Contexto: la elección de un nuevo gobierno en España

Mariano Rajoy, con la voz del predicador de Herederás el viento y de otros muchos predicadores doblados por el mismo actor, anuncia el caos; un portavoz del Partido Popular dice en su intervención, a modo de resumen democrático, “No me provoquen”, la primera figura de Ciudadanos, conocido por la rareza de ser el único español sin el menor sentido del humor, pronuncia uno de sus monótonos discursos sobre sí mismo: soy un crack, admírenme estúpidos, etcétera. Una señora canaria recita poemas, un asturiano amenaza a alguien, un navarro no me acuerdo. El resto, la mayoría de la cámara, por segunda vez en cuarenta y ocho horas vota en contra de la investidura de Mariano Rajoy como presidente del gobierno.

Amplificado y multiplicado hasta el ataque epiléptico por los medios de comunicación el mensaje es clarísimo: terceras elecciones o cuartas o quintas hasta que la ciudadanía vuelva al redil del rentable bipartidismo. Por el momento, esos señores de traje y hablar asertivo y monótono tienen un caballo ganador oculto en la solapa: votar el 25 de diciembre. La fecha, 54 días exactos después de la investidura fallida, podía ser cualquiera, pero se eligió ese día preciso para que se tuviera que votar exactamente en Navidad. No digo más.

O sí digo más. Estos hechos ilustran un nuevo capítulo de la transformación de la política en telenovela o culebrón, y estos serían los episodios cómicos a los que seguirá el puñetazo sobre la mesa del matón de barrio que disimula su condición detrás de un bigotito pegajoso. No tardará en aparecer.

Texto

El documento de los 150 puntos del acuerdo firmado para esta última investidura entre el PP y Ciudadanos tenía la cantidad necesaria de puntos y páginas para que nadie se sintiera interesado en leerlo. Y, de hecho, nadie lo leyó. Soy una excepción porque tuve que traducir algunas partes.

La impresión general fue que habían cortado y pegado a demasiada velocidad y que el redactor de los nexos entre párrafos logró que pareciera redactado directamente por el personaje del bigotito pegajoso o quizás por su madre, la corrompida mujer a la que todos odian.  Un ejemplo ejemplar es el texto que me ocupa y que motivó estas reflexiones.

Dice así:

“Elaborar un nuevo plan para el Instituto Cervantes con una estrategia de implantación internacional que también tenga en cuenta los países de habla hispana para extender la red de Centros por toda Latinoamérica. El Cervantes tiene que seguir siendo una institución de referencia en la expansión del idioma y de la cultura española, prestando atención también a las lenguas cooficiales. El Instituto Cervantes debe aspirar a consolidarse internacionalmente como en (sic) gran centro de referencia de la enseñanza del español y la certificación de su aprendizaje. Se incrementará su partida presupuestaria y se garantizará su independencia, seleccionando a sus gestores por criterios de mérito y desde la total transparencia.” (PP y Ciudadanos)

Qué raro, dije como diría cualquiera que en las tardes de este verano interminable se dedicase a leer estas taxonomías para papanatas. Qué mal escrito y qué petulancia infinita. Véase: comienzo con un infinitivo, una oración inicial interminable y agramatical, un gerundio equivocado, una preposición por un artículo que nadie corrigió, más agramaticalidades, más anacolutos, oraciones impersonales innecesarias. Muy raro. Y sobre todo inverosímil: ¿estrategia de implantación internacional que tenga en cuenta los países de habla hispana para extender la red de Centros por toda Latinoamérica? ¿Sabrán los pactistas que si el Instituto Cervantes no existe en los países que hablan castellano, entre muchas razones legales, es precisamente porque ya hablan y enseñan el castellano?

Consulto el programa anterior del PP y sólo dice lo que sigue:

“Redefiniremos el papel del Instituto Cervantes como auténtico centro de intercambio y expansión de la cultura y lengua española y lugar de promocióncientífica y universitaria. Favoreceremos la traducción de la cultura española como elemento para su propagación. (PP 2016)

Aunque queda en el misterio el significado del concepto “traducción de la cultura española como elemento para su propagación”, el texto resulta bastante coherente: exalta el protagonismo que ciertas naciones europeas se atribuyen sí mismas con el fin de hacer negocios. Es lo que se llamaría nacionalcapitalismo a secas.

En todo caso, el menjunje de los 150 puntos no parece tener origen en ese párrafo.

Consulto la versión del otro pacto, PSOE- Ciudadanos más increíblemente larga. Decía así:

“Un Plan para El Cervantes: el Instituto Cervantes es la ventana al mundo de la lengua y cultura españolas, y debería ser puerta de entrada del español en Europa. El Cervantes debe estar al margen de cualquier cambio político y ganar en independencia para operar como una agencia de difusión del español, profesionalizarse al máximo, tener autonomía para adaptarse a cada país en el que se establezca y contar con mecanismos de gestión evaluables. Todos los países de habla hispana contarán con un centro cultural español dependiente del Instituto Cervantes. El Instituto Cervantes incrementará la oferta de cursos de todas las lenguas cooficiales de España.”   (PSOE y Ciudadanos 2016 )

Es imposible no notar la misma agramaticalidad, la misma prepotencia de bigote pegajoso y ciertos rasgos de estilo propios de partidos aluvionales como Ciudadanos. Y efectivamente, como se comprueba al instante, ese alboroto explicativo ya estaba en el programa de esta formación.

“Apoyaremos nuevo Plan para el Instituto Cervantes, con una estrategia de implantación en todos los países de habla hispana. Se incrementará su partida presupuestaria y se garantizará su independencia política, con la selección de sus gestores por criterios estrictos de mérito y total transparencia.” (Ciudadanos 2016)

Más contexto

Un político español corriente desconoce todo sobre América latina. Interrogado con benevolencia no sabría más que dos o tres capitales, no podría nombrar ciudades menores, no conocería los puertos o las fronteras, ignoraría prácticamente la música, la pintura, la literatura, la poesía, los idiomas, la mitología o las tradiciones religiosas. Y por supuesto no sabría quién gobierna cada país ni quién gobernó antes. Pero sobre todo, un político corriente no sería capaz de reconocer en público qué parte del PIB español corresponde a los “negocios” en América latina.

Ese desdén respeta la tradición colonial —estuvo prohibido escribir libremente sobre América durante varios siglos— y corresponde a la necesidad de las élites de construir un objeto degradado propio del vínculo neocolonial que se impuso en España casi desde el comienzo de la transición al terminar el fascismo.

Basta un repaso superficial para comprobar que, desde 1976, España no ha hecho otra cosa que diseñar estrategias para reconquistar América sin que ese objetivo se alterara porque los interlocutores (y estrechos colaboradores) del otro lado del Atlántico fueran dictaduras sangrientas y gobiernos que todavía hoy se disputan el lamentable honor de ser la representación misma de la corrupción y el asesinato.

Esas estrategias incluyeron desde “blanquear” instituciones creadas durante el fascismo como la Oficina de Educación iberoamericana (1949) y transformarla en una Organización de los Estados iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OIE); reconvertir los franquistas Institutos de Cooperación Iberoamericana en Institutos Cervantes (1991) o inventar el absurdo colosal de las cada vez más degradadas “Cumbres iberoamericanas” que pergeñó el PSOE (curiosamente el mismo año, 1991) y que tuvieron como representante estrella al rey de España nombrado por Francisco Franco.

Las fundaciones principales y secundarias creadas por el Estado y empresas españolas despliegan estrategias que, como antaño, parecen descubrir en América día tras día los más insospechados filones: educación digital, libros digitales, tecnologías de la educación, ciudades sostenibles, necesidades turísticas, infraestructuras, hidrocarburos, transformación y mejora de centros urbanos históricos, planes para dar agua a las ciudades y pueblos, formación de liderazgos, concursos de jóvenes talentos, etcétera.

El analfabetismo sobre América fue protagonista de un viaje de 12 horas a Caracas (del líder de Ciudadanos) con el único propósito de sacarse una foto que fuera útil para la batalla electoral. El analfabetismo continuó con la increíble iniciativa de imitar el sistema de jubilación que Augusto Pinochet impuso en Chile, al que se llama eufemísticamente la “mochila austríaca”, y que también aparecía entre los 150 puntos y en las multitudinarias manifestaciones de jubilados chilenos (que no reproduce la prensa española). Y por supuesto también persiste en un propuesto y melodramático Pacto por la educación cuya asombrosa jerga de TICs y competencias ya divulga por América Latina el banco de Santander y sus ecuménicos cursillos de formación.

La presencia de un partido como Ciudadanos (seguramente efímera) en la realidad española repite la estrategia del populismo y de sus inversiones semánticas. ¿Puede existir un partido más populista que uno que se llama Partido ¡¡Popular!!? ¿Existe argumento más populista que apelar a lo emocional y ocultar los argumentos racionales que abundan en la realidad española —empobrecimiento, endeudamiento, emigración, etcétera? Por último, existe procedimiento más populista que cambiar el nombre de las cosas por un eufemismo falsificador que engañe sobre las verdaderas intenciones: abstención técnica por favorecer el gobierno de la derecha, mochila austríaca por jubilación privada, complemento salarial por rebaja o congelamiento salarial, pacto por la educación por privatización de la educación?

Quizás el bochornoso párrafo dedicado al Instituto Cervantes no sea demasiado importante. Es un testimonio, quizás sutil, de la hegemonía brutal de ese populismo, de la ignorancia y la avaricia con la que nos amenaza el porvenir. 




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