jueves, 31 de diciembre de 2015

¡Feliz año nuevo!

El blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires les agradece a sus lectores por la sostenida compañía a lo largo de los últimos siete años. 



A quienes se van de vacaciones, qué la pasen muy bien. A quienes se quedan trabajando, qué les sea leve. A todos, lo mejor para el año que mañana empieza.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Un resumen provisorio


El Club de Traductores Literarios de Buenos Aires acaba de terminar sus primeros siete años de labor. Son muchos quienes pasaron por nuestras reuniones y a todos ellos les queremos agradecer habernos acompañado.

Otro tanto, a Ricardo Ramón Jarne, director del CCEBA entre 2009 y 2013, y Juan Duarte, actual Consejero Cultural de la Embajada de España en la Argentina. Ambos nos brindaron su hospitalidad y nos dejaron trabajar en excelentes condiciones, por lo que hacemos propicia la oportunidad para agradecerles, en nombre de ellos, a la gran mayoría del personal del CCEBA, empezando por la extraordinaria Mercedes Álvarez y nuestro buen amigo Javier Cánepa.

Finalmente, queremos también agradecer a las personas e instituciones que han trabajado conjuntamente con nosotros. Entre ellas,

Transcurridos nuestros primeros 7 años, he aquí la lista cronólogica de quienes participaron en nuestras actividades: Hernán Lombardi (ex Ministro de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires), Isabelle Berneron (responsable del libro en el Instituto Francés de Buenos Aires), Horacio González (ex Director de la Biblioteca Nacional de la Argentina), Victoria Rodríguez Lacrouts (ex responsable de la sección Letras de la Fundación TyPA), Sioned Puw Rowlands (Directora del Wales Literature Exchange), Justin Harman (Embajador de Irlanda en la Argentina), Diarmuid O Giollain Gillan (Director del Programa de Estudios Irlandeses de la Universidad de Notre Dame, Indiana).

Gabriela Adamo
Mirta Rosenberg
Jonio González
Antonio Tursi
Guillermo Piro
Jaime Arrambide
Diego Fischerman
Alberto Silva
Pablo Anadón
Patricia Willson
Eliezer Nowodworski (Israel)
Andrés Ehrenhaus
Ian Barnett (Inglaterra)
Lucas Magarit
Jorge Aulicino
Miguel Ángel Petrecca
Leonor Acuña
Marcelo Cohen
Jorge Salvetti
Elvio Gandolfo
Sergio Waisman
Miguel Balaguer
Leonora Djament
Julieta Obedman
Rubén Reches
Ricardo Piglia
Alberto Kornblihtt
Vivian Scheinsohn
Rafael Spregelburd
Eiéan Ní Chuilleanáin (Irlanda)
Macdara Woods (Irlanda)
María José Rodríguez Murguiondo
Maximiliano Papandrea
Silvia Simonetti
Carlos Gamerro
Miguel Wald
Carlos Sampayo
Lila Caimari
Miguel Ángel Montezanti
Fabián Iriarte
Alan Pauls
Beatriz Sarlo
Pablo Ingberg
Florencia Garramuño
Damián Tabarovsky
Juana Bignozzi
Selma Anciera (México)
Magdalena Cámpora
Jorge Dana
Marietta Gargatagli
Luis Chitarroni
Oliverio Coelho
Bernardo Bouquet
Vivian Lofiego
Anna-Kazumi Stahl
Cecilia Rossi (Inglaterra)
Griselda Mársico
Martina Ferández Polcuch
Uwe Schoor (Alemania)
Daniel Samoilovich
Leonardo Funes
Silvia Dabul
Claudia Fernández
Ariel Magnus
Mariana Dimópulos
Pablo Gianera
José Luis Moure
Manuel Borrás (España)
Teresa Arijón
Bárbara Beloc
Jordi Doce (España)
Estela Consigli
Julia Benseñor
Mónica Maffia
Olivia de Miguel Crespo (España)
Darío Jaramillo Agudelo (Colombia)
Roberto Raschella
Lucas Petersen
Jan de Jager
Hugo Salas
Cecilia Pavón
Gersende Camenem (Francia)
Omar Lobos
Alejandro González
Luciana Cordo Russo
Gabriela Comte
Caty Galdeano
Guillermo Bravo
Jorge Consiglio
Erika Martínez (España)
Miguel Vitagliano
Felicitas Echeveste Arteaga
Alejandro Kim
Estela Consigli
Laura Wittner
Alejandro Crotto
Ignacio DiTullio

Asimismo, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires ha realizado seis encuentros en el marco de la Semana del Editor, que organiza la Fundación TyPA, con la presencia de editores y traductores extranjeros. También en orden cronológico, estos fueron:

2010: Carolina Chang (Brasil), Uriel Kon (Israel), Carlos Torner (España), Boyd Tomkin (Inglaterra).

2011: Silvia Sesé (España), Jill Schoolman (EE.UU.) y Paulo Wernek (Brasil).

2012: Hanna Axen (Suecia) Pierre-Olivier Sanchez (Francia) y María Nicola (Italia)

2013: Lori Saint-Martin (Canadá), Diana Hernández (España), Robert Amutio (Francia).

2014: Alexandrine Duhin (Francia), Bill Swainson (Inglaterra) y Kate Marshal (Estados Unidos).

2015: Ilide Carmigniani (Italia) y Krisrtin Lohmann (Alemania)

Por último, a lo largo de estos siete años, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires ha organizado los siguientes encuentros internacionales:

2010: SIMPOSIO SOBRE EL CASTELLANO NEUTRO (Actividad realizada conjuntamente con el CCEBA)
Con la presencia de Miguel Sáenz (España), Guillermo Piro (Argentina) Marietta Gargatagli (Argentina), Patricia Willson (Argentina), Mirta Rosenberg (Argentina), Gerardo Gambolini (Argentina), Juan Gabriel López Guix (España) y Albert Freixa (España).

2011: SIMPOSIO SOBRE LA ENSEÑANZA DE LA TRADUCCIÓN, EL ESTADO DE LAS TRADUCCIONES DEL ALEMÁN AL CASTELLANO Y LOS DERECHOS DE AUTOR DE LOS TRADUCTORES (Actividad realizada conjuntamente con el CCEBA)
Con la presencia de Ian Barnett (Inglaterra), Julia Benseñor (Argentina), Juan Gabriel López Guix (España), Andrés Ehrenhaus (Argentina), Fabio Morábito (México), Pedro Serrano (México), Ana Alcaina (España), Mónica Herrero (Argentina), Mario Sepúlveda (Chile), Gabriela Adamo (Argentina), Carla Imbrogno (Argentina), Griselda Mársico (Argentina) y Belen Santana (España).

2012:   CELEBRACIÓN DE GEORGES PEREC (Actividad realizada conjuntamente con el Ministerio de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el CCEBA)
Con David Bellos (Inglaterra), Yolanda Morató (España), Mercedes Cebrián (España), Magdalena Cámpora (Argentina), Marilú Marini (Argentina).

2013: SEMINARIO DE LITERATURA GALESA EN INGLÉS Y GALÉS (Actividad realizada conjuntamente con el Wales Literature Exchange y el Ministerio de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires)
Con Mererid Hopwood (Gales), Richard Gwyn (Gales), Tiffany Atkinson (Gales) y Karen Owen (Gales), acompañados por Inés Garland (Argentina) y Silvia Camerotto (Argentina).

2015: 70 AÑOS DE LA PRIMERA TRADUCCIÓN DEL ULISES, DE JAMES JOYCE, EN LA ARGENTINA Y PRESENTACIÓN DE LA NUEVA EDICIÓN ARGENTINA DE ESE LIBRO  (Actividad realizada conjuntamente con la Embajada de Irlanda en la Argentina, el CCEBA y la Biblioteca Nacional)
Con Lucas Petersen (Argentina), Julia Benseñor (Argentina), Marietta Gargatagli (Argentina), Silvia Camerotto (Argentina), Carlos Gamerro (Argentina), Juan José Delaney (Argentina), Marcelo Zabaloy (Argentina), Eugenio Conchez (Argentina), Eduardo Lago (España), Luis Chitarroni (Argentina) y Barry McCrea (Irlanda). 

Cada una de estas actividades, así como cada una de las reuniones mensuales del CTLBA puede ser consultada online en la entrada de youtube incluida en la columna de la derecha.

martes, 29 de diciembre de 2015

¿" Le pegáis un par de vueltas a la cocorota"?

Paseando por Internet, el Administrador dio con el siguiente texto de la correctora Mónica Basterrechea. Incluido en su blog, al que se accede aquí: http://mobas.es/blog/2014/01/26/desahogos-de-correctora-desesperada/ Como podrá verse, se trata de un texto publicado el 26 de enero de 2014. No importa, sigue vigente.

Desahogos de correctora desesperada

No sé si este es el momento de escribir esta entrada, porque llevo un par de días de muy mal humor a cuenta de una novela que estoy corrigiendo y puede que mi estado de ánimo me haga ser un poco injusta. Pero, como muchos de mis problemas vienen por problemas con la traducción de la novela y sé que el blog lo siguen muchos traductores, voy a quejarme un poco (que es lo mío). Y aviso desde ya de que voy a generalizar. Ojo con darse por aludido, que no quiero líos después. Sé que no todos los traductores son iguales ni tienen la misma preparación, como no todos los editores son iguales. Pero yo hoy necesito desahogarme.

Os pongo en antecedentes. Estoy con una novela que, tengo que admitir, no me gusta nada. Me parece un rollazo. Es una novela de consumo fácil, cuyo autor dudo mucho que aspire al Nobel de Literatura. Es lo que es, no hay grandes pretensiones, pero la novela tiene que salir bien, debe ser digna (lo es, de hecho). A pesar de que es un libro de lectura sencilla, la traducción entraña cierta complejidad que, realmente (y aquí me quito el sombrero), el traductor ha solucionado de forma muy solvente (y me estoy refiriendo a terminología muy concreta de un ámbito especialmente complicado para los ajenos a la materia; no puedo dar más pistas). El problema viene cuando, aunque el léxico es correctísimo, la expresión es un horror. Muchas veces incorrecta, otras veces poco natural… Los problemas son abundantes y, claro, me toca arreglarlos (corrección de estilo, ojo; para más inri, texto ya maquetado: un infierno en toda regla). Y, al final, veo que estos problemas se repiten constantemente en casi todos los libros traducidos que me llegan, no son solo cosa de este pobre traductor que, aunque me lleve ciscando en él todo el fin de semana (pobre, le habrán pitado los oídos), creo que ha hecho un trabajo decente. Pero decente no es suficiente. Así que, os voy a contar qué cosas me encuentro (bueno, las primeras que me vengan a la cabeza). Y si, por casualidad, resulta que os dais por aludidos en algún punto, pues le pegáis un par de vueltas a la cocorota, a ver si esto, al menos, sirve para aprender algo y mejorar…

 En general, los traductores no tienen ni idea de ortotipografía. Es cierto que cada vez hay más traductores preocupados por esto, pero, creedme, a la mayoría le da igual. Y, claro, las reglas no son iguales en inglés, francés, alemán o castellano. Me encuentro diálogos, comillas y puntuaciones a la inglesa en todas las novelas. Un mínimo es necesario, fundamental diría yo. Normalmente, las editoriales tienen normas editoriales con este tipo de cuestiones explicadas (pues las normas pueden variar un poco de una empresa a otra); es tan fácil como seguir lo que os hayan dado. Si no hay normas, haceos con libros de ortotipografía (los de Martínez de Sousa son los mejores) y con buenos manuales de estilo (además del de Sousa, yo, barriendo para casa, os recomiendo el Chicago-Deusto).

 En castellano apenas se usa la pasiva. Lo natural es usar la voz activa, frases impersonales o la voz pasiva refleja (no pasiva sin más). Os aseguro que quitar tres o cuatro verbos en pasiva por párrafo es una tortura. Creo que esto se merece entrada aparte, porque se abusa de esto por influencia del inglés que da gusto.

 Tampoco se usa bien el gerundio. Aparte de los gerundios de posterioridad, se usa con profusión (expresión que me he encontrado esta mañana en la novela y por la que me han entrado ganas de asesinar, porque no venía a cuento encima) el gerundio del BOE (gerundio que actúa como adjetivo). Es muy normal en inglés, pero en castellano es incorrecto. Pues, venga, gerundios mal empleados por doquier. Tengo prometida desde hace meses una entrada sobre estas formas no personales. Acabaré de escribirla algún día (me da una pereza tremenda). Pero, por favor, si vais a utilizar un gerundio, paraos un segundo a ver si es correcto o no antes. Y, ante la mínima duda, no lo uséis, que casi seguro que está mal…

 Cuidado con los diálogos. Vale que muchas veces esto es culpa del autor, pero no siempre. No os imagináis los diálogos que he leído últimamente: más forzados imposible. Y todo por un afán de «elevar» el registro que no acabo de comprender. Y recalco aquí lo de la puntuación en los diálogos: hay reglas.

• Como en la variedad está el gusto, estaría bien que los nexus temporales no siempre se introdujeran con mientras. Y diferenciar mientras y mientras que tampoco vendría nada mal… (El junto a y junto con ya son para nota).

• Otra diferencia que parece que no se entiende del todo bien es la de explicativo-especificativo, sobre todo con los relativos. Y es importante, porque cambia la puntuación (el relativo especificativo no lleva coma y el explicativo, sí).

• Más sobre los relativos: abuso de cual, desaparición (como por arte de magia) del cuyo, empleo del quienincorrecto… Y, lo peor: un relativo dentro de un relativo dentro de un relativo… hasta el infinito, como si fueran matrioskas rusas. Al final te pierdes en la frase y no hay quien entienda nada.

• Parece que solo existen los verbos comodín. Con decir, hacer y poner, tenemos una novela montada. Pues no. Y, en general, hay muchísimas repeticiones de términos. Hay un remedio infalible, son tres palabras:diccionario de sinónimos.

Podría seguir, la lista podría ser infinita, pero hoy no tengo tiempo para más (tengo que seguir pegándome con la novela un ratito más). Por supuesto, tenéis los comentarios a vuestra disposición, como siempre…


lunes, 28 de diciembre de 2015

Otra traducción española que, con suerte, no se va a vender en Latinoamérica

Lo que sigue es un artículo publicado por Carmen López en eldiario.es del 21 de diciembre pasado. Su lectura invita a algunas reflexiones. La primera: está claro que no hay traducciones definitivas y que siempre todas pueden mejorarse o, en el mejor de los casos, actualizarse. Pero no siempre es necesario andar metiendo mano porque a veces el resultado es óptimo. Sin embargo, la tentación suele ser mucha y la inteligencia, poca. No es lo mismo leer La señora Bovary (así se tradujo a principios del siglo XX) que Madame Bovary (así se tradujo siempre hasta que una traductora ibérica decidió volver al pasado y, de paso, ponerle salero a la cosa, como si los lectores de Flaubert buscaran salero). Tal vez haya ahora que decir que no es lo mismo leer Otra vuelta de tuerca (título mejorado por José Bianco respecto del original inglés, según opinion de Jorge Luis Borges, que algo sabía de la cuestión) que La vuelta del torno (como traducen con bombos y platillos, Alejandra Devoto, Jackie DeMartino y Carlos Manzano, para la editorial española Libros del Asteroide). En síntesis, ya nada asombra. Hablando de tornos, bien podrían haberle puesta La visita al dentista o Se arreglan rulemanes. La segunda reflexión hace a la historia de la traducción en España: es interesante saber que el engendro ya había sido utilizado antes por Celedonio Martínez Abascal en su traducción de 1985 para la editorial Fontamara. Claro, ahí él había puesto La vuelta de torno, y está clarísimo que en esa contracción de la nueva versión cambia todo... Con tal de ser originales –o al menos de creer serlo–, todo vale, incluso enmendarle la plana a un gran traductor que, curiosamente, no era español,encontrarle la quinta pata al gato y el pelo al huevo, para no hablar de esa petulancia y esa  necedad tan castizas de algunos colegas ibéricos y de muchos editores de ese origen. No importa, sigan participando..

Una nueva lectura de Henry James

En enero de 1897 la revista estadounidense Collier's Weekly publicó la primera entrega de una historia de fantasmas firmada por Henry James, un escritor ya reconocido en aquel momento. El último capítulo salió a la venta en el número de abril y a finales de ese mismo año se reunieron en un solo volumen titulado The Turn Of The Screw, que acabó convirtiéndose en el libro más famoso firmado por el autor y en un clásico de la literatura de terror.

La trama es de sobra conocida, incluso aunque no se haya leído el libro. La novelita de James se ha adaptado al cine y a la televisión en numerosas ocasiones, entre otros por el director español Eloy de la Iglesia en 1985. Asimismo, también se puede reconocer su influencia en filmes como Los Otros de Alejandro Amenábar o en uno de los capítulos de la serie televisiva Historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador, titulado El muñeco. Incluso en un campamento de verano con niños y niñas compartiendo leyendas de miedo con una linterna iluminándoles la cara podrían aparecer sus elementos principales empezando por ellos mismos.

La nouvelle de James empieza con un grupo de amigos que, durante una noche de Navidad, se sientan ante el fuego del hogar para relatar historias de fantasmas. La que ocupa las páginas del libro está protagonizada por una joven institutriz que se muda a una antigua mansión para cuidar de dos niños huérfanos. Poco a poco la niñera empieza a sentir presencias que trastornan la personalidad de sus pupilos y que le generan una ansiedad que crece según va avanzando la narración. El libro da lugar a numerosas interpretaciones, comunes en este tipo de literatura, como son los deseos sexuales reprimidos o los trastornos mentales.

En 1945 José Bianco tradujo la obra al español con el título Otra vuelta de tuerca, aunque este ha ido cambiando con el transcurrir de los años y el criterio de los traductores o traductoras. En 2004 Juan Antonio Molina Foix lo tradujo como Vuelta de tuerca (editorial Cátedra) y el pasado mes de noviembre Libros del Asteroide lanzó una nueva versión titulada La vuelta del torno, traducida por Alejandra Devoto, Jackie DeMartino y Carlos Manzano, que ha tardado diez años en llevarse a cabo.

Según la editorial (el coordinador de la traducción, Carlos Manzano, declinó la invitación a realizar declaraciones para este artículo): "El título de esta edición busca transmitir con precisión la violencia que contiene el título original, el lento movimiento del mecanismo que puede acabar descoyuntando al torturado que es lo que, en definitiva, le sucede a lo largo del libro a su protagonista".

Luis Solano, editor de Libros del Asteroide, se enteró de que Manzano se había embarcado en este proyecto cuando se inició y fue siguiendo su proceso hasta que hace tres años pudo leer las tres primeras páginas traducidas: "Me quedé prendado y cerramos el acuerdo para publicarlo enseguida, aunque hemos tenido que esperar varios años para que los traductores diesen por buena la versión definitiva".

Un trabajo meticuloso
Este tipo de cambios en las traducciones de los títulos de los libros –por no hablar de las películas, que son un caso aparte– suelen suscitar comentarios cuando no polémicas, al menos en el sector de la traducción. Un caso puede ser, por ejemplo, el del famoso relato de Franz Kafka La metamorfosis también traducido como La transformación, que arrastra consigo extensos  argumentos que justifican una u otra adaptación al castellano.

José Luis López Muñoz tradujo The Turn Of The Screw en el año 2000 para Alianza Editorial (el mismo año que ganó el Premio Nacional a la Obra de un Traductor). Utilizó el título más conocido por los lectores en castellano, Otra vuelta de tuerca, ya que en su momento no se le ocurrió que fuese necesario cambiarlo. "El efecto del título sobre el lector siempre tiene algo de misterioso. Y, además, cuando un título se ha usado mucho tiempo, nos acostumbramos a él y cuesta cambiar. Es evidente que Otra vuelta de tuerca no es una traducción literal de The Turn of the Screw, de manera que el cambio es siempre posible, no sé ya si necesario o aconsejable", explica.

Por supuesto, y sobre todo teniendo en cuenta su dilatada carrera, también ha apostado por la modificación en algún momento. "Lo he hecho al menos en dos ocasiones. The Reivers, una de las novelas de Faulkner que he traducido a lo largo de los años para Alfaguara, se llamaba anteriormente Los rateros, pero en 1997 mi traducción se publicó con el título de La escapada. Hubo quien me criticó, aunque Los rateros era un título imposible que sólo servía para desorientar al lector. Más recientemente, en 2013, Alianza ha publicado mi traducción de Sense and Sensibility, de Jane Austen, con el título de Sensatez y sentimiento en lugar de Sentido y sensibilidad, que es el título español con el que de ordinario se conoce tanto la novela como su versión cinematográfica de 1995, con guión de Emma Thompson y dirigida por Ang Lee".

Aún no ha pasado el tiempo suficiente para que Libros del Asteroide pueda estimar el impacto que La vuelta del torno ha tenido en el público, pero Solano está convencido de su apuesta. "La intención con el nuevo título era llamar la atención de los lectores, señalar que esta versión es muy distinta a todas las anteriores, que cuando lo lees parece realmente otro libro; no se trata tanto de decir si el título estaba bien o no, sino de que el lector entienda que lo que proponemos es una versión radicalmente distinta (y mejor) a lo que se había leído hasta ahora", afirma.

No se puede saber, pero parece que Henry James se imaginaba que la adaptación de su historia a otras lenguas iba a conllevar numerosas disquisiciones. Irónicamente, cuando en el libro una de las oyentes del grupo reunido alrededor del fuego le pregunta al narrador por el título del relato, él contesta: "No tiene título". Más de un siglo después, aún se sigue buscando el adecuado en castellano.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Se ha publicado una notable biografía chilena de Gerard Manley Hopkins

Nacido en Gran Bretaña en 1966, Neil Davidson se radicó en Chile en 2000. Allí publicó sus crónicas en diversos diarios locales, reuniéndolas más tarde en The Chilean Way: Crónicas 2000-2011, un volumen publicado por Los Libros que Leo en 2011. Sin embargo, se lo presenta en este blog por El ceño radiante (Ediciones Diego Portales, 2015), una muy interesante biografía del poeta inglés Gerard Manley Hopkins (1844-1889).

Para quienes no estén familiarizados con él, vale la pena señalar que, además de haber estudiado en Oxford, luego de convertirse al catolicismo, fue ordenado sacerdote jesuita. Su amigo Robert Bridges fue quien, póstumamente, se ocupó de publicar su poesía, parcialmente conocida en vida del poeta. Ésta, por sus muchas novedades técnicas y por su virtuosismo, resultaría especialmente influyente en Dylan Thomas, para nombrar a uno de sus discípulos más célebres.

Compuesta a partir de la traducción de los diarios y cartas del biografiado, acompañadas –tal es el texto de la gacetilla de prensa correspondiente– de “interpretaciones de sus poemas y evocaciones del contexto victoriano” su biografía es una de las más curiosas novedades publicadas en Latinoamérica a lo largo de este año que termina. Interesa destacar que el libro se cierra con una breve antología del poeta, acaso uno de los más difíciles de traducir por sus muchas variaciones rítmicas y por sus endiabladamente difíciles versos aliterados. 

miércoles, 23 de diciembre de 2015

"Interpretaciones cuyo mimetismo depende de la pátina con que las cubrimos, de los signos que no leemos, de las cosas que pretendemos saber y en realidad ignoramos"

Adriano Celentano y su característica fineza
Como se leerá a continuación, la mente de Guillermo Piro nunca descansa. Así lo demuestra la columna que publicó en el diario Perfil del 20 de diciembre pasado. En ella habla del súbito descubrimiento de algo que siempre estuvo ahí sin que lo hayamos advertido. También sucede cuando uno traduce.

Una oda a Onán

Hace siete años que tengo un jean DPSR –las siglas provienen de Denim People’s Republic–. Es una marca de jeans coreana, los –a mi juicio, lo que es siempre un poco improbable– mejores jeans del mundo. Tengo ese jean desde hace siete años. No hace siete días o siete meses: siete años; y recién ayer descubrí la existencia de un pequeño bolsillo que me había pasado desapercibido. Cuando en 1800 Levy Strauss inventó el jean no existian aún los relojes pulsera, todos eran de bolsillo. Ese pequeño bolsillo fue pensado para llevar el reloj de bolsillo, colgando de la respectiva cadena o leontina. El jean del que hablo a simple vista carece de ese pequeño bolsillo, pero lo tiene, desplazado, en posición vertical. Cuento esto porque ayer también descubrí otra cosa que me pasó desapercibida no siete años, sino casi cuarenta.

En 1968 Adriano Celentano grabó una canción escrita por Luciano Beretta y Miki Del Prete. La canción se titula Una carezza in un pugno, y acabo de darme cuenta de que se trata de una oda a la masturbación. Quien habla en la canción lo hace a una muchacha que ya no está con él. Esté donde ella esté, sigue siendo suya, asegura, y cuando llega la medianoche él aferra la almohada entre los brazos y busca su cara, “que aparecerá espléndida en la sombra”. Para él equivale a tocar una estrella con la mano. Pero hay un problema. Si en ese momento ella está pensando en otro hombre, su mano, donde ella hasta hace un instante brillaba, se convierte en un puño cerrado. La solución que encuentra quien habla es la siguiente: si ella verdaderamente lo quiere aún, él le sugiere que entre las 12 y las 12.30 de la noche piense en él, para que de ese modo del puño cerrado nazca una caricia.

Las analogías son tan obvias que voy a prescindir de las interpretaciones. Aquello de lo que la canción habla es evidente, pero ése no es el asunto. Me pregunto ahora cuántas cosas que doy por sabidas y aprendidas y comprendidas no siguen ocultando secretos, bolsillos ocultos, interpretaciones cuyo mimetismo depende de la pátina con que las cubrimos, de los signos que no leemos, de las cosas que pretendemos saber y en realidad ignoramos. ¿No será eso ahora que lo pienso? Es por eso que releemos libros y le asignamos al crecimiento –en un sentido amplio e impreciso– cualquier nueva interpretación que nos había pasado desapercibida. El libro –el jean, la canción de Celentano– está ahí y siempre es igual a sí mismo. No sé de qué depende, pero el tema consiste en mirar, en un sentido amplio, lo que tenemos delante, sin esperar encontrar nada más que aquello que lo que tenemos delante nos muestra.

O a lo mejor está bien que todo ocurra así, y lo que queda es aceptar que el arte consiste en la iluminación en cuotas, en mostrar y diferir a intervalos, en demostrar que quien se obsesiona y mantiene la obsesión al final termina viendo con claridad

martes, 22 de diciembre de 2015

Los libros en París, después de los atentados

Lo que se reproduce a continuación, es un artículo firmado por Violaine Morin, aparecido en el diario Le Monde, de Francia, del día 18 de diciembre del corriente año. Forma parte de un dossier dedicado al papel que juegan los libros en la actualidad y a la forma en que mitigan nuestros problemas. Según la bajada, "La lectura ayuda a curar nuestras tristezas, a reparar los traumatismos. Muchos están convencidos de esto, al tal punto que, en Gran Bretaña, se apuesta a la 'biblioterapia'".

El libro, ese remedio soberano

Desde los atentados del 13 de noviembre, los franceses salen menos. Los comercios lo sufren, incluidas las librerías. Según el instituto de estudios GfK, el mercado del libro conoció de inmediato una baja sensible. En el mes de noviembre, la cantidad de libros vendidos y las ganancias del sector bajaron así el 6%.

Sin embargo, los libreros plantean para el período un cuadro más matizado; la frecuentación, efectivamente, ha disminuido, pero las ventas crecieron para los libros sobre el Islam, el Medio Oriente y la radicalización. En las librerías de París, pero también en Coiffard, de Nantes, en Mollat, de Burdeos, o incluso en Square, de Grenoble, se venden muchos ejemplares de la última obra de Jean-Pierre Filiu, Les Arabes, leur destin et le notre (La Découverte, 2015). "Como después del 7 de enero, dicen los libreros interrogados, los lectores piden principalmente Le Piege Daech, de Pierre-Jean Luizard (La Découverte, 2015), así como los trabajos de Gilles Kepel, el politólogo especialista en el Islam, o los de la antropóloga Dounia Bouzar".

En Divan, una librería del distrito 15 de Paris, Philippe Touron cuenta el día posterior a los atentados: "La gente estaba aturdida. Las personas querían hablar, en un espacio donde sabían que iban a encontrar la posibilidad de reflexión".  Un entusiasmo ligado, según Touron, al "valor-refugio" que constituye el libro, pero también al espacio de la librería, un lugar al que "se entra, se recorre, en el que se discute, rodeado de objetos que, para nosotros, crean sentido".

¿Por qué volverse hacia los libros? ¿Tal vez porque la lectura nos ayuda con nuestras tristezas, nuestros traumatismos, individuales y colectivos? Michele Petit, antropóloga especializada en la lectura, recuerda, en su obra L'Art de lire, ou comment résister a l'adversité (Belin, 2007)  que las librerías neoyorkinas tuvieron un pico de frecuentación después del 11 de septiembre de 2001. Invitada a comentar "el regreso a los libros" comprobado en Francia después de los atentados de enero, Michele Petit precisa: "La lectura no puede salvar" a los muy traumatizados, pero puede contribuir a su reconstrucción. "La idea de que hay que leer para 'reconstruirse' es demasiado esquemática. Por otra parte, reconstruirse quiere decir volver al estado precedente, al anterior a la herida, mientras que la lectura es una construcción en sí misma, una actividad transformadora".

Si hay transformación, es porque el libro hace trabajar una dimensión esencial de lo humano. "Somos animales poéticos, sedientos de símbolos", agrega Petit. La lectura, en tanto actividad creadora de sentido, ayudaría entonces a sobreponerse a episodios dolorosos, momentos de ruptura, de pérdida de referencias. La palabra "referencia", por otra parte, vuelve a la boca de los libreros interrogados después del 13 de noviembre.

La lectura permite intentar comprender lo incomprensible, pero también a salir de la tristeza por el "encuentro" con otro espíritu. Marcel Proust aconsejaba esa actividad al "espíritu perezoso", sujeto a la neurastenia: "Lo necesario, entonces, es una intervención que, viniendo de otro, se produce en nosotros mismos; es el impulso de otro espíritu, pero recibido en el seno de la soledad". 

En Gran Bretaña, las virtudes de la lectura se toman muy en serio, al punto que allí se habla de "biblioterapia". Así, en el caso de problemas psíquicos leves se aconsejan los libros. Gracuas a ka asosciación caritativa The Reading Agency, eb las bibliotecas del país, se ha puesto a disposición del público una lista de obras de psicología popular, a las que se llama self-help books (libros de autoayuda). Además de esos libros de psicología popular, la biblioterapia, apoyándose en obras de ficción, conoce un cierto éxito en el mundo anglosajón. En este sentido, acaba de aparecer en Francia Remedes littéraires. Se soigner par les livres, de Susan Elderkin y Ella Berthoud, un voluminoso manual, publicado en el Reino Unido en 2013 y ya traducido a una veintena de lenguas, con forma de vademecum farnacéutico, donde George Eliot y Gustave Flaubert habrían reemplazado al tomillo, al aceite de hígado de bacalao y al agua caliente con limón.

Exhibiendo resueltamente su levedad, este libro es, sin embargo, el fruto del trabajo de dos autoras, que proponen consultas desde 2008. El paciente debe llenar por adelantado un cuestionario que será profundizado durante la consulta. Ésta dura alrededor de 45 minutos y cuesta 80 libras (vale decir, 110 euros), una cifra algo salada paa esta medicina del alma, cuyos efectos resultan difíciles de evaluar. Al lector se le receta un remedio inmediato y se le dan otros cinco consejos.

En nuestro caso (una consulta gratuita), la experiencia deja la sensación de haber pasado un momento agradable charlando sobre temas literarios, sin que forzosamente se justifique la denominación de "terapia". Las autortes amiten de buen grado: "Entre el 60 y el 70% de nuestros clientes no tienen un problema en particular. Apenas el 30% ha vivido algo difícil, como un divorcio o una depresión". 

Precisamente, la idea de "cura" por medio de los libros, a fortiori por los libros de ficción, es lo que suscita una cierta desonfianza en Francia. Para Michele Petit, la palabra "biblioterapia" es reductora: "El uso de libros como terapia es un fenómeno más bien anglosajón. Para comprender los beneficios de la lectura, beneficios reales, hay que adoptar una representación más amplia de esa actividad, sin limitarla a la búsqueda de una cura, y menos aún a una receta". Es lo que ella se ha propuesto hacer en sus investigaciones. L'Art de lire relata varios años de observación de "grupos de lectura" en Latinoamérica. Para que el beneficio de la lectura sea real, hay que desembarazarla del marco escolar, en el cual puede evocar recuerdos de exclusión o de humillación. Michele Petit describe, por ejemplo, una experiencia en un hogar de reinserción de niños-soldados en Colombia, a principios del año 2000. El grupo había sido voluntariamente alejado del marco escolar: sin notas, sin deberes u obligación alguna de participar. La coordinadora contaba mitos y leyendas delante de un mapa del país. De repente, uno de los participantes, "a quien jamás se le había escuchado decir nada", se abrió y relató las historias oídas durante su infancia, y señaló en el mapa las regiones que había recorrido durante la guerra, describiendo lo que él había vivido.

En lo que concierte a la necesidad unviersal de creación de sentido, los relatos ficcionales, los cuentos, las leyendas, las novelas son también un soporte natural para los psicoterapeutas. Antoine Mousty es psicólogo clínico en el servicio de psiquiatría de adolescentes del hospital de Argenteuil (Val-d-Oise). Más que utilizar el término "biblioterapia", prefiere designar al libro como una "meditación terapéutica" posible, entre otras actividades. Una mediación esencial cuando la lengua común fracasa: "En el curso de una psicoterapia clásica, el paciente formula el problema que lo hace sufrir. En un psicóticom, ese modelo es inadecuado, porque su relación con la realidad est diferente. La lectura puede entonces dar forma a algo que no está psiquicamente elaborado. El libro se encuentra con el mundo interno del paciente".

Pero para que tal encuentro se dé, la lectura debe ser concebida a partir de un tejido relacional con el psicólogo. "Si uno hiciera que los cuentos fueran leídos por una computadora, ¡no funcionaría!", explica Antoine Mousty."Lo que importa es la relación, la manera en que el terapeuta aporta sentido por el tono de su voz, como lo haría una madre aportándole sentido por ese mismo recurso a su hijo". Además, nadie reacciona de la misma manera a las mismas historias. El vínculo con el terapeuta resulta entonces esencial, porque es él quien acecha los signos, quien los interpreta, quien ayuda al enfermo a darle forma a lo que siente.

Ésa es la  otra razón por la cual el término "biblioterapia" suscita reservas: es imposible predecir el efecto de un libro sobre alguien, por lo que no se puede sistematizar la prescripción de obras. Karina Brutin, autora de L'Alchimie thérapeutique de la lecture (L'Harmattan, 2000), trabajo por mucho tiempo como profesora de francés para jóvenes que sufrían perturbaciones psíquicas en la clínica Georges-Heuyer, de París. Ella confirma: "No se puede anticiapar sus reacciones. Los libros que para una pueden ser anodinos, pueden desencadenar cosas muy fuertes en otras personas". La profesora se acuerda de una jovencita que evocaba Vingt-quatre hueres de la vie d'une femme, de Stefan Zweig (1927), diciendo: "Es extraordinario, habla de mí sin que yo necesite decir nada", El libro cuenta, pero no fue percibido como un instrumento terapéutico por la paciente. "La literatura le abría la posibilidad de comunicar todo guardándose los secretos para sí", comenta la docente. "Ahí se ve que el empleo de la lectura puede ser un empleo para la libertad".

Leer, en suma, es siempre un forma de independencia, fuera del campo de la terapia o del marco educativo. Desde el 13 de noviembre, los que leen "para entender" eligen salirse de la temporalidad de la investigación que se sigue frenéticamente por Internetet, por televisión o en la prensa. Producen un "desvío vital", según la expresión de Michele Petit, hacia un mundo interior en el que los mecanismos de la lectura, sean terapéuticos, escolares o cívicos, dejan lugar a un espacio fuera del tiempo, como las arcadas de los palacios de la Venecia soñada por Proust se reconoce en Shakespeare y Dante: "Esos altos y finos encalves del pasado no están en el presente, sino en otro tiempo donde en el presente está prohibido entrar". 

Traducción: J.F.


lunes, 21 de diciembre de 2015

"La necesidad de pensar de manera más estratégica"

Alejandro Dujovne
Silvina Friera publico el pasado 17 de diciembre la siguiente informacion en el diario Pagina 12. De acuerdo con lo que se lee en la bajada, "El encuentro organizado por el Instituto de Desarrollo Económico y Social se plantea como “un espacio de diálogo entre los actores que se reúnen en distintas cámaras con especialistas del mundo del libro y con actores del Estado”, según Alejandro Dujovne".

En busca de diagnósticos y propuestas

El futuro del libro argentino no es una tierra prometida para unos pocos elegidos. La diversidad y calidad de las llamadas editoriales independientes y las librerías es una conquista que no puede ni debe perderse por políticas erráticas o desidia. Editores, libreros, investigadores, responsables de distintas áreas del Estado, no suelen reunirse para debatir, más allá de coincidir a veces en el torbellino de ferias nacionales e internacionales, vértigo que deja poco margen para ejercitar el pensamiento. La agenda del libro argentino hoy: panorama, avances y desafíos, jornada organizada por el Núcleo de Estudios sobre el Libro y la Edición del IDES (Instituto de Desarrollo Económico y Social) que empieza hoy, contará con la participación de Trinidad Vergara (V&R Editoras, presidenta de la Cámara Argentina de Publicaciones, CAP), Luis Quevedo, (Eudeba, vicepresidente de la Cámara Argentina del Libro, CAL), Ecequiel Leder Kremer (librería Hernández, vicepresidente de la Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines, Capla), Leandro de Sagastizábal, flamante presidente de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip); Alejandro Dujovne, investigador del Conicet; Heber Ostroviesky (Capital Intelectual), Carlos Díaz (Siglo XXI), Constanza Brunet (Marea), Ezequiel Saferstein (CedInCI-Conicet) y Martín Gill (ex diputado del Frente para la Victoria, actual intendente de Villa María, Córdoba), autor del proyecto de ley por el que se crearía el Instituto Nacional del Libro Argentino, entre otros.

Alejandro Dujovne, autor de Una historia del libro judío, cuenta que esta jornada es un proceso convergente. “Tenemos cada vez más académicos especializados en el libro argentino, lo cual nos permite empezar a tener diagnósticos de algunos problemas contemporáneos, pero también algunos problemas recurrentes de la historia argentina en comparación con otros mercados como los de España y México, que siempre son los contrapuntos a partir de los cuales se piensa el libro argentino. A partir de las reflexiones que venimos haciendo, nos pareció importante propiciar un espacio de diálogo entre los actores que se reúnen en distintas cámaras, que tienen intereses comunes en algunos puntos y diferentes en otros, con especialistas del mundo del libro y con actores del Estado. Si algo caracteriza al mercado del libro argentino es cierta potencia cultural propia de una cantidad de personas y grupos frente a un Estado que ha tenido una política errática para el sector. Sin embargo, en los últimos años ha habido una cantidad de políticas bastante propicias de distintas secretarias y ministerios. La cuestión es hacer un balance y ver qué cosas están bien y se tienen que preservar. Pero también surge la necesidad de pensar de manera más estratégica: qué políticas no sólo tienen que ser preservadas sino coordinadas para darle una coherencia y estabilidad en el tiempo”, plantea Dujovne a Página/12.

¿Cuál es el rol que debe tomar el Estado en la regulación y promoción de la industria del libro? ¿Cuáles son los resultados de la aplicación de políticas y programas estatales, como el Programa Sur, los Planes de Lectura, las líneas de subsidios? ¿De qué manera debe intervenir el Estado en las Ferias internacionales? ¿Cuáles son los nuevos problemas de los editores y libreros en los que el Estado debería tener un rol activo?, ¿Cuál será la intervención del Estado en la legislación de la economía digital del libro ante la aparición de multimedios como Amazon o Google que intervienen en la comercialización y distribución online? Intentarán responder algunos de estos interrogantes cruciales Diego Lorenzo (Programa Sur del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto), Agustina Peretti (Fundación ExportAr), Gustavo Bombini (Plan Nacional de Lectura del Ministerio de Educación), Sebastián Helou (Especialista en Comercio Exterior, Editorial Albatros) y Verónica Riera (Biblos). “La intervención del Estado tiene que ser inteligente y estar atenta a las particularidades de cómo apoyar que va desde la regulación básica que ordena el mercado del libro, la ley de precio fijo, muy importante porque evita la competencia desleal y favorece las librerías independientes, las editoriales pequeñas, es decir la bibliodiversidad, hasta intervenciones concretas del Estado, que propicie la creación de un mercado del libro fuera del área de mayor concentración –subraya Dujovne–. Los grandes desequilibrios del mercado argentino son dos: un proceso de tensión entre mercado y cultura, donde hay mucha concentración en algunas editoriales; y el otro gran desequilibro es el geográfico. Uno habla de Buenos Aires, de la ciudad de los libros o de las librerías, pero difícilmente se pueda hablar de la Argentina en el mismo sentido. Alrededor del 80 por ciento está concentrado en Buenos Aires. Ahí el Estado tiene que intervenir a través de promociones y subsidios, una cantidad de políticas que tienen que trabajar para garantizar una mejor distribución.”

“La historia argentina muestra cómo de un plumazo se puede destruir el mercado editorial en períodos de apertura irrestricta o de crisis económica; un mercado que se construye muy lentamente, donde en general no hay una alta rentabilidad y en la mayor parte de los casos se trata de pequeños editores. No es un sector de primera necesidad que inmediatamente se recompone. En este caso más que en otros, hay que ser muy cuidadoso con las políticas que se aplica. Una apertura general repentina puede desarmar un universo de editoriales independientes que han logrado enriquecer y diversificar el mundo editorial argentino”, explica Dujovne.

viernes, 18 de diciembre de 2015

"A veces me pregunto si guardar libros no será ya algo retro, como coleccionar vinilos"

Lola Arias es escritora, dramaturga y directora de teatro. El pasado domingo 13 de diciembre, publicó en el diario La Nación, de la Argentina, la siguiente reflexión que es la que ya se hacen muchas personas.

Un ejército de libros sin destino

En la casa en la que nací hay una biblioteca grande; mi madre es profesora de literatura y mi padre, un arquitecto aficionado a los libros de arte. Cuando me fui de casa, me robé mis libros predilectos y me fui comprando otros hasta armar mi propia colección, que fue creciendo con los años. Y desde que vivo con un escritor, mis libros y los suyos han copado todo el espacio de la casa. No hay paredes blancas para poner cuadros porque hay bibliotecas. No hay lugar donde no haya libros para ver. Y aun así no hay bibliotecas suficientes, y la sección literatura en inglés duerme en siete cajas en el altillo.

Con el tiempo, estar rodeada de libros comenzó a ser cada vez más inquietante. No porque no me guste tenerlos ahí, sino porque, al ser tantos, hay algunos que raramente se vuelven a abrir. Y entonces ese ejército de libros se queda ahí, posando en los estantes, sin tener adónde ir. Y uno empieza a preguntarse: ¿Esto es un cementerio de libros? ¿No deberían estar sueltos por ahí, pasando de mano en mano, llenándose de marcas y subrayados ajenos?

Yo conocí a un artista que vivía viajando de país en país, llevando solamente lo que podía acomodar en su valija de 22 kilos. Como le gustaba leer, se compraba libros, los leía y luego los regalaba a personas conocidas o desconocidas. Cuando le pregunté cómo hacía si quería volver sobre algo que ya había leído, me dijo que no necesitaba releer para recordar, y que prefería que los libros y él siguieran su viaje en distintas direcciones.

Hacer circular los libros es un verdadero desafío para la cultura. En Río de Janeiro hay un proyecto de bibliotecas ambulantes que parecen casitas para pájaros en unos postes en la playa donde uno puede llevarse un libro ajeno y dejar uno propio. En Santiago de Chile, en el Parque Forestal y otros parques, hay unos quioscos de revistas móviles donde uno puede dejar el documento y llevarse un libro para leer a la sombra de un árbol. Así, los libros se mueven hasta los lectores en lugar de esperar que los visiten en la biblioteca pública.

Hace no mucho tiempo, podía verse a muchas personas leyendo en subtes y colectivos. Ahora, cuando levanto los ojos de mi propio teléfono, veo otros ojos sumergidos en pantallas en miniatura, moviendo los dedos a toda velocidad. Pienso que podría donar mi biblioteca para el transporte público y colocar largos estantes de libros sobre los asientos. O, mejor aún, se podrían colgar los libros del techo, como esas viejas arandelas del subte que se movían para un lado y para el otro. Y entonces, al estirar la mano, uno podría agarrar un libro y leer, incluso estando parado en un vagón repleto.

A veces me pregunto si guardar libros no será ya algo retro, como coleccionar vinilos. Entonces mi hijo de dos años se levanta de la siesta, abre un libro cualquiera y se sienta en el piso. Cada hoja que pasa es suspenso puro. Pienso: algo debe tener ese objeto. Si no, ¿por qué aún no se inventó nada mejor?

jueves, 17 de diciembre de 2015

¿Qué se tradujo y quién lo hizo? (IV)

Hasday ben Saprut
Cuarta y última parte del texto escrito por Marietta Gargatagli.

(viene de ayer)

La corteza de la letra (IV)

VI

Estas escenas de la traducción medieval tienen todavía otros lados de sombra. Como se mencionó arriba, gran parte de los originales árabes se perdieron3 y los que existen se han estudiado de forma fragmentaria, por lo que resulta muy difícil averiguar algo fundamental: las lenguas de los traductores. Podemos razonar distintas hipótesis. Por ejemplo, que los judíos traducían directamente del árabe al latín, porque algunos sabían latín. No lo desconocían Hasday ben Saprut, el fundador de la escuela de estudios gramaticales de Córdoba, ni Pedro Alfonso ni Abraham ben Ezra, y estos casos aislados debieron ser más numerosos más adelante, porque en 1280 Salomón ben Adereth envió una carta a los judíos de Provenza reprochándoles que estudiaran la lengua latina en detrimento de la Ley (Renan: 1992, 146). Estos datos, sin duda, son muy escasos como para fundar con ellos una teoría, pero son útiles para preguntarse otras dos cuestiones: si los judíos españoles no sabían latín, ¿quién lo sabía?, ¿qué latín se conocía en la Península?

Entre el latín de los eruditos y el romance llano existía un latín avulgarado, escrito y probablemente hablado por los semidoctos, que amoldaba las formas latinas a la fonética romance. [...] Ese latín arromanzado existió también en Francia antes del renacimiento carolingio que restauró los estudios e impuso un latín más puro. En España debía de usarse ya al final de la época visigoda; los mozárabes lo llamaban latinum circa romancium, en oposición al latinum obscurum. Y aunque la reforma cluniasense trató de purificar el latín en los textos solemnes, los más llanos siguieron mezclando latín y romance hasta comienzos del siglo XIII (Lapesa, 161).

Debemos conjeturar entonces que sólo una minoría conocía el latinum obscurum y que dentro de ese pequeño grupo debían estar los monjes cluniasenses llegados a Toledo con Bernardo de Sédirac «que hizo venir de Francia varones buenos et letrados, et aun muchachos que eran guisados para aprender todo bien» (Primera Crónica General de España) (García Yebra, 1994, 89). Estos «francos», repobladores poderosos de las tierras conquistadas a los musulmanes, sabían latín. No resulta evidente, en cambio, que supieran castellano. Casi cien años más tarde de las primeras traducciones toledanas, Rafael Lapesa todavía encuentra galicismos en las versiones alfonsíes en las que colaboraron Juan y Guillén Aremón de Aspa, «de nacimiento u origen gascón y Bernardo el arábigo, cuyo nombre era propio de “francos”». También sabían latín los otros nombres ilustres de las traducciones medievales llegados de Inglaterra, Escocia, Cremona, Tívoli o Dalmacia. Lo que probablemente ignoraran serían los dialectos románicos peninsulares: castellano, catalán, aragonés.

Pero esta revisión de lenguas resulta todavía incompleta. Si los judíos hispánicos no tenían suficientes conocimientos de latín, ¿qué lingua franca utilizaban para trabajar con eruditos extranjeros que debían desconocer los romances peninsulares? Un fragmento de Juan Hispalense que figura en la traducción del tratado De anima de Avicena: «me singula verba vulgariter proferente, et Dominico archidiacono singula in latinum convertente, ex arabico translatum» (Menéndez Pidal, 1951, 364) permite inferir que el idioma común de arabistas y latinistas era una lengua vulgar. Según Rafael Lapesa, Gonzalo Menéndez Pidal y otros filólogos, esa lengua fue el castellano y esto explicaría los hispanismos que Roger Bacon encontró en las traducciones toledanas. Como traducciones del árabe al latín se hicieron también en Aragón, castellanizada en el siglo XIV, y Cataluña, debemos pensar que el catalán o el aragonés cumplieron ese mismo papel. Ahora bien, algunas parejas, como la formada por Juan Hispalense y Domingo Gundisalvo, podían tener una lengua romance común, pero no debía ocurrir lo mismo con los latinistas venidos de fuera: gascones, lombardos, toscanos o ingleses. Los discípulos del obispo Bernardo de Sauvetat (y él mismo), así como los eruditos anglosajones, conocían bien el francés, porque era la lengua oficial en aquellos territorios insulares después de la invasión normanda (1066), pero nadie ha sugerido que esta lengua o alguna de sus formas dialectales se utilizara como vehículo de las traducciones peninsulares.

Sabemos, por otra parte, que el centro de España, incluida Toledo, se castellanizó en el 1200, que esa lengua se implantó en Córdoba, Sevilla y Jaén en el siglo XIII, y en Granada, Málaga y Almería en los siglos XIV y XV. La lenta peregrinación de los judíos andalusíes, que huían de las persecuciones de almogávares y almohades, hacia los territorios conquistados por los cristianos coincide con la implantación de otra lengua romance, que debieron aprender en ese momento, al tiempo o muy poco antes de que comenzaran a hacerse en Toledo las primeras traducciones del árabe. Esa nueva lengua romance en el territorio, el castellano, debió coexistir con formas del dialecto hispánico del sur —el mozárabe o romance andalusí— del no quedan casi más huellas que algunos refranes y los versos de la jarchas. Cabe también la posibilidad de que los judíos provenientes de al-Andalus hubieran conservado algunas de esas formas romances que habrían hecho más fácil el aprendizaje del castellano. Hipótesis nada extravagante si recordamos que mantuvieron el judeo-español desde la expulsión de 1492 hasta el presente. Pero no hay documentación que permita afirmar que los judíos de al-Andalus o los mozárabes del siglo XII supieran otro idioma que el árabe, tanto clásico como vulgar.

Aquellas traducciones del árabe al latín nos obligan a postular un complicado túnel del lenguas, algunas de ellas ignotas, otras recién aprendidas. El francés, el castellano o el catalán podían servir como lenguas vehiculares, pero si los traductores no tenían una lengua romance en común debemos suponer que en vez de tres lenguas se utilizaban cuatro, por ejemplo: árabe, castellano, francés (o un dialecto franco) y latín. Cuando los traductores podían entenderse en un mismo romance, sólo era necesario utilizar tres idiomas. Este esquema supone varios pasos que no contradicen lo que sabemos de las escrituras medievales. Son bastante comunes los diferentes borradores de un mismo texto, lo que Gonzalo Menéndez Pidal llama, hablando de las traducciones alfonsíes, los cuadernos de trabajo, que podían provenir de lo oral, la pronunciatio, extensa práctica medieval que permitía que diversos copistas tomaran al dictado un texto.

Pero este modelo, aunque resulta bastante verosímil, no explica un rasgo que se ha atribuido, en general, a estas versiones: el literalismo. De participar diversas lenguas en el proceso, la frase latina, como observó Jourdain (1843: 19), no resultaría un mero calco de la árabe. Para que esto ocurriese, el traductor del árabe al latín debía ser uno solo o, como mucho, dos. Y esto nos vuelve al principio del razonamiento. No es imposible pensar que algunos judíos sabían latín, un poco de latín, el suficiente como para devastar la obra y superponer sobre cada frase o palabra árabe la forma latina. No cabe duda de que otras personas corregirían ese borrador, la çeda, como se llamó a esa fase de la traducción hasta el siglo XV. La traducción directa se practicó en el sur de Italia, el otro gran centro de traducciones medievales del árabe (Renan: 1992, 147) y es verosímil que algo semejante ocurriera en la Península. De hecho, los judíos que desempeñaban tareas de trujamanes en la Corona de Aragón debían conocer bien el latín, porque no existen documentos escritos en catalán hasta finales del siglo XII ni era esta la lengua de la corte.

Todo esto nos permite conjeturar que las versiones del siglo XII, tan complejas de describir, no debieron hacerse con métodos homogéneos. El trabajo e incluso la comunicación entre arabistas y latinistas postula un arco bastante amplio de posibilidades. Limitar las lenguas vehiculares al castellano o no darle ese papel al latín arromanzado que existía en ese momento (y que muchos judíos podían perfectamente conocer), oscurece en cierto modo los rasgos más peculiares de estas versiones: la «internacionalidad» de la empresa, la pasión por el saber que superaba todos los escollos e incluso las prohibiciones expresas de los autores de estos textos. Y esta última observación, que permite entender en parte los sentimientos de una sociedad, la árabe, condenada ya a la desaparición, está documentada en fuentes del siglo XII. La hace Ibn Abdun, en Sevilla a comienzos del siglo XII, traducido en 1948 por Lévi-Provençal y García Gómez: «No deben venderse a judíos ni cristianos libros de ciencia, salvo los que traten de su ley, porque luego traducen los libros científicos y se los atribuyen a los suyos y a sus obispos, siendo así que se trata de obras musulmanas» (Castro: 1987, 151).
Las versiones del siglo XIII, esencialmente a las lenguas romances, no debieron ser más fáciles, pero postulan una empresa que podríamos llamar nacional. Las traducciones y escritos originales que Alfonso X amparó en Toledo y Sevilla dieron forma y elegancia a la prosa castellana y no fueron ajenos a estos logros los científicos y traductores judíos que ya sabían escribir en esa lengua. Más aún, como judíos y después como conversos no fueron ajenos a la vida cultural castellana hasta los siglos de oro. Los traductores que trabajaron para el Marqués de Santillana o para el rey Juan II eran de linaje judío, como muchos escritores de los siglos XIV, XV y XVI: Sem Tob, Juan de Mena, Juan de Lucena, Hernando del Pulgar, los poetas del Cancionero de Baena y el propio Alfonso de Baena, Diego de Valera, Fernando de la Torre, Rodrigo Cota, Teresa de Cartagena, Alonso de Cartagena, Fernando de Rojas, Juan Álvarez Gato, Diego de San Pedro, Luis Vives, Fray Luis de León, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús y Antoinette Loupes, la madre de Montaigne.

Domínguez Ortiz (1988, 1991) también sugiere que fueron conversos Benito Arias Montano, Antonio de Nebrija, Alonso Fernández de Palencia, Alonso Fernández de Madrigal, el Tostado, Hernando de Talavera, Francisco Sánchez de las Brozas, el Brocense, Francisco de Encinas, Baltasar Gracián, Huarte de San Juan, Luis de Góngora, Andrés Laguna, Nicolás Oliver y Fullana, Miguel Servet, Mateo Alemán y Bartolomé de las Casas.

No podemos afirmar que exista ningún tipo de identidad entre los judíos y los que se convirtieron al cristianismo: sin embargo, es evidente que tuvieron una función muy semejante en las sociedades donde vivían. Hasta 1492 intermediaron entre culturas, el Oriente que desaparecía y la Europa que iba construyendo su modernidad. Después de las matanzas, las prohibiciones y la expulsión, los judíos que siguieron habitando estos territorios se convirtieron o se disfrazaron, pero la clase más ilustrada de los demoníacamente llamados cristianos nuevos no tuvo ningún otro lugar que los espacios de la cultura: la escritura, la enseñanza, la traducción.

Corresponde a quienes reflexionan sobre la traducción señalar el lugar privilegiado que tuvieron esos otros españoles en la historia de la transmisión de los saberes y las ideas. Ellos, nuestros judíos, como los llamaba Alfonso el Sabio, tuvieron la delicadeza de dejarnos lo que Fray Luis de León denominó «la corteza de la letra», el esplendor de las palabras.

1. Manuel Alonso Alonso menciona la existencia, entre los siglos XII y XIII, de hasta nueve Iohanes Hispanus, localizados en muy diversos reinos cristianos, en Portugal, Francia, Italia e Inglaterra (Alonso: 1943, 168).

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