martes, 19 de mayo de 2015

Un recuerdo para EUDEBA

El 12 de mayo pasado, Marietta Gargatagli publicó en El Trujamán el siguiente artículo  

Las botas sobre las baldosas1

En 1966, después de la intervención de las universidades argentinas por el Gobierno militar de Juan Carlos Onganía, Boris Spivacow y un gran equipo tuvieron que abandonar la editorial de la Universidad de Buenos Aires (EUDEBA) que había venido editando durante ocho años, desde 1958, un libro por día y once millones en 2920 días. La renuncia de (entre otros muchos) Anibal Ford, Horacio Achával, Gregorio Selser, Beatriz Ferro, Carlos Pérez, Oscar Díaz, Susana Zanetti, Beatriz Sarlo, Olga Cosettini y José Bianco no fue inútil. A las pocas semanas, Boris Spivacow creó el Centro Editor de América Latina (CEAL) para continuar con el mismo plan de EUDEBA: más libros para más. Los dos proyectos que definieron el modelo por excelencia de la edición argentina: libros de calidad, necesarios y baratos.

En el directorio inicial de EUDEBA —proyecto de Risieri Frondizi, rector de la UBA formado en Harvard— estaban José Babini, Humberto Ciancaglini, Telma Reca, Alfredo Lanari, Ignacio Winizky, Enrique Silberstein, quienes, como todos los profesores y graduados de aquella universidad, contribuyeron con sugerencias para construir un catálogo donde estaban los libros que los estudiantes debían leer, los que interesaban a públicos más amplios, los que llevaban la producción universitaria nacional y, sobre todo, internacional a la sociedad. Desde los Cuadernos iniciales a las más de treinta colecciones: Los Fundamentales, Ediciones Previas, Ediciones Críticas, Lectores de Eudeba, Manuales de Eudeba, Temas de Eudeba, Serie del Siglo y Medio, Serie de los Contemporáneos, Libros del Caminante, Asia y África, Genio y Figura, Cuentistas y Pintores, Arte para Todos, La Escuela en el Tiempo, La Biblioteca de América, Diálogos Platónicos. Se hacían grandes tirajes (tiradas) para rebajar los costos y se cuidaba especialmente la calidad literaria de las traducciones científicas o literarias que eran encargadas a un experto de la disciplina y corregidas por un buen escritor. Tal fue el caso, por ejemplo, de las lenguas clásicas (Diálogos Platónicos, Ediciones Críticas) que llevan el sello literario de José Bianco. O de otros muchos revisores y traductores como: León Rozitchner, Eliseo Verón, Mario Bunge, Roberto Juarroz, Oberdán Caletti, Manuel Lamana, Ernesto Schoo, Patricio Canto, Luis Alberto Bixio o Floreal Mazía.

El catálogo inicial (alrededor de 1.000 títulos en ocho años) reunía obras de disciplinas tradicionales —clásicos de las ciencias o nuevos desarrollos de la biología, la física o las matemáticas— y también la bibliografía de estudios que empezaban en la UBA a finales de 1950 desde la Antropología y la Sociología a las Técnicas Teatrales, la Teoría Literaria y la Musicología. Entre muchas novedades algo curioso: La máquina de traducir (1961) de Émile Delavenay, uno de los primeros expertos en la automatización de la traducción en la naciente ONU de 1945, donde dirigió la revista multilingüe de la institución y las publicaciones de la UNESCO.

Esos volúmenes compartieron estantes en los kioscos de las facultades o de la calle con las obras literarias de la Serie del Siglo y Medio, Serie de los Contemporáneos, Libros del Caminante y con las colecciones relacionadas con el doble camino de la América Latina de los sesenta: como realidad cultural y literaria (La Biblioteca de América), como parte de las nuevas reflexiones poscoloniales del mundo (Asia y África).

La Universidad de Buenos Aires proveía de libros a las otras universidades y bibliotecas del país, también a los lectores comunes «por menos de lo que valía un kilo de pan» (según el conocido eslogan). Ese bajo precio no suponía ofrecer una cultura o una educación degradadas; implicaba que los lectores eran ciudadanos con derechos, con el derecho de tener libros accesibles.

La editorial EUDEBA se recuperó de 1973 y siguió su curso hasta 1976. Lo que ocurrió con ella luego de ese nuevo golpe militar es otra historia.

(1) El título es una cita del excelente libro: Boris Spivacow. Memoria de un sueño argentino de Delia Maunás, Buenos Aires, Colihue, 1995


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