miércoles, 18 de febrero de 2015

Libro aparentemente mal traducido sobrevive

Ricardo Bada publicó en El Trujamán la siguiente columna sobre Maricones eminentes, un libro del colombiano Jaime Manrique Ardila, aparecida el 11 de febrero pasado.

Lorca, Arenas, Puig & Co.

¿Se puede traducir mal en Colombia el libro de un colombiano, escrito originalmente en inglés? Sí que se puede.

Maricones eminentes, del barranquillero Jaime Manrique Ardila lleva un subtítulo a primera vista megalomaníaco: Arenas, Puig, Lorca y yo, donde pareciera como si el autor se equiparase, desde la portada, con Reinaldo Arenas, Manuel Puig y Federico García Lorca. Prefiero entender que ese «y yo» quiere denotar una relación habida en el plano personal y que sigue habiendo en el plano intelectual entre Arenas, Puig, Lorca y el autor.

[Pasaría aquí algo así como en el título generalmente mal entendido de un clásico de Vicente Aleixandre, La destrucción o el amor, donde la conjunción no es disyuntiva sino equiparativa, de manera que el título debe leerse como «La destrucción, o sea: el amor»].

La lectura de Maricones eminentes no defraudó mis esperanzas: este libro encierra muchísimos méritos, de los cuales no es el menor el de haber sobrevivido a la traducción y a la edición.

Para que nadie crea que soy demasiado duro al decirlo me limitaré a dejar constancia de que en la edición en castellano —en una traducción que no se debe al autor— aparecen ocho referencias al teatro popular que dirigió García Lorca durante las jornadas de extensión cultural de la República española, un teatro popular que forma parte del acervo intelectual colectivo hispanoamericano y es de mera cultural general saber que se llamó La Barraca: en este libro aparece ocho veces mencionado como «La Barranca». Algo así como si yo hablase de la compañía teatral más famosa de Colombia, y en vez de nombrarla por su nombre, La Candelaria, la llamase La Calendaria.

Aparte de eso, que es error de bulto, la traducción —para decirlo empleando sus propias expresiones— casi no logra salir del clóset del idioma inglés. Y luego, los duendes de la imprenta se han portado muy mal con el texto. Los acentos sobre la palabra «solo» están regados tan a voleo que no se distingue cuando es adverbio o es adjetivo. Y el uso anárquico de las cursivas convierte la Rebelión en la granja de Orwell en una obra de Aldous Huxley. Y como el libro está editado en Colombia resulta no ya cómico sino hasta ridículo que se explique a los lectores qué cosa es una almojábana y qué se entiende por cachaco: algo así como llevar lechuzas a Atenas… o almojábanas y cachacos a Bogotá. Amén de todo ello, en 1977 no hacía dos meses, sino dos años de la muerte del general Franco.

Y por si todo esto fuera poco, en menos de cinco páginas hay una persona que cambia de sexo sin que se nos explique por qué: de ser «amiga» en la p. 100 pasa a ser «amigo» en la p. 105.

Pues bien: a pesar de todo, el libro de Jaime Manrique Ardila sobrevive, y sobrevive porque es un libro escrito con una sinceridad y una honestidad apabullantes, que se concentran como un extracto en las cuatro espléndidas páginas finales, donde la traducción le hace honor al original y es también de buena calidad.

Manrique tiene razón al resumir, cito literalmente sus palabras:

El asesinato de Lorca, el suicidio de Arenas y la muerte de Puig en el exilio, se oponen con claridad cristalina al régimen del general Franco en España durante cuarenta años, al gobierno férreo de Castro en Cuba durante casi cuatro décadas, y a los miles de «desaparecidos» a manos de los militares argentinos en los años setenta. Estos escritores (además de ser artistas de primer orden, grandes innovadores) no solo hablaron en sus obras de la opresión de los marginados, sino que tuvieron los cojones de los que carecen muchos escritores heterosexuales.

Séame permitido añadir que, de vez en cuando, y cada vez más, conviene seguir el consejo del inolvidable Felipe Boso: «Llamemos / a las cosas / por su nombre: / cosas».


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