viernes, 7 de noviembre de 2014

Desde Uruguay, Martín Fernández se confiesa

“Se la juega a los autores nuevos o difíciles, aunque no sepa si van a vender. Publica poesía, que vende menos. Entiende que, luego de haber publicado más de 400 títulos, esos riesgos son parte de un oficio al que considera un negocio de mierda’”. Así dice la bajada de la nota con el editor Martín Fernández, realizada por Pablo Fernández el viernes 31 de octubre pasado y publicada por El Cultural, suplemento del diario El País, de Montevideo.

“Como editor con 15 años de oficio, cada vez entiendo menos”

Martín Fernández Buffoni (Montevideo, 1979) creó la editorial Hum en 2007. Desde entonces ha publicado libros como hongos, incluyendo a toda una generación de autores extraños, arriesgados, que escriben con las tripas. Hiperactivo y apasionado, intenta controlarlo todo. La entrevista fue un reflejo de su persona: intensa, interrumpida permanentemente por disgresiones, salidas a fumar y la atención de clientes en su librería Lautréamont.
¿Cuál es el incentivo, qué es lo que lleva a alguien a tener una editorial?
–Son cosas distintas. El disfrute es trabajar con autores que admirás, que te gustan. Trabajar con ellos, y para ellos. Porque en definitiva estás trabajando para ellos, para sus obras. El incentivo es que ya estoy metido en el baile: yo arranqué como un juego, nunca me planteé “quiero vivir de esto”. Y cuando quise acordar estaba metido de cuerpo entero. Afortunadamente ya hace 8 años que vivo de producir libros.
¿Qué cualidades tiene que tener un editor de libros?
–Ante todo ser lector, y llevarte bien con los autores, encontrarle la vuelta a cada obra, para poder difundirla y contagiarla. Yo además de editor me considero gestor cultural y productor artístico, porque uno es fuente de contagio para los demás. Esa es una de las grandes satisfacciones: recomendar un libro, y que vuelvan y te digan “gracias por lo que me recomendaste, me encantó, ¿qué otra cosa tenés?”.
Hay una pregunta que le hago a muchos creadores, basada en que toda obra refleja la personalidad de su autor. Y en tu caso también aplica, si tomamos como obra el conjunto de libros que editaste. ¿Qué se puede concluir sobre tu persona mirando los títulos publicados por tu editorial?
–Si tenés en cuenta que la mayoría de lo que publicamos no son libros convencionales, sino que van a contrapelo de lo realmente comercial, que son de autores freaky, libros extraños que rozan la poética, ni llanos ni sencillos, ni fácilmente masticables... te darás cuenta de que hace un poco a la locura que tiene uno. En realidad el término justo no sería locura, pero yo siento que muchísimos autores nuestros son raros, para el común de los mortales. Ahora, yo no me considero raro, simplemente le pongo los huevos y el corazón a cada libro, y nos rompemos el alma por difundirlos y que salgan bien. Pero específicamente en cuanto a mi persona, no puedo analizarme, me cuesta mucho analizar qué estamos haciendo. El tiempo dirá.

LOS CLÁSICOS

Llevás 400 títulos publicados entre Hum, Estuario y Artefato, la editorial con que hiciste tus primeras armas. ¿Cuántos pensás que van a pasar la prueba del tiempo y van a seguir valiendo la pena leer en 20 años?
–Lo que pasa es que es muy subjetivo. Ayer discutimos con un autor, porque yo le decía “el día que falte fulano todos lo van a llorar”. Pero él decía “de fulano nadie se va a acordar, fulano en 15 años despareció”. Y cuando arrancamos la editorial, un colega editor dudó que pudiéramos bancarla reeditando libros que ya existían. El tipo descreía de la reedición, y a nosotros nos fue muy bien con reediciones con las que empezamos, el caso de Derretimiento de Daniel Mella, o Portland de Alejandro Ferreiro, libros que quiero que perduren, porque pienso que merecen seguir vivos. Entonces, ese es el valor que yo como lector les doy, pero es muy subjetivo.

Pero tú sabés que de esos 400 títulos hay una cantidad que no va a envejecer bien. Hay libros que hace 20 años te gustaban y hoy no resistirían una nueva lectura.
–Insisto, es un tema muy personal, casi masturbatorio, de qué le gusta a cada uno y en qué se la juega. Para mi hay autores que ameritan ser reeditados y no lo son. Y hay autores que para mi caducaron, pero otros los consideran muy vigentes. Y además no sólo hay que tener en cuenta el valor estrictamente literario, también hay un valor contextual, de autor. Hay reedición de libros que no son buenos, pero sus autores son emblemáticos. Nos pasó con Aurora lunar, de Ercole Lissardi, que muchos dicen que no está a la altura del resto de su obra. Pero para mí tiene el valor de ser la primera novela de un autor importantísimo en el panorama de habla hispana actual. O sea que hay rescates que se pueden medir con distintas reglas.

¿Qué tenés en cuenta al decidir publicar o rechazar un texto?
–Que nos guste. Hay un equipo en el que me apoyo mucho, consulto. Que después le dé bola es otra cosa. Y por ahí está la clave, somos todos lectores. Es un tema de gustos, o sea, muy rara vez pesa el “¿Esto se venderá?”. Seguimos publicando autores que sabemos no venden. Pero ese es nuestro laburo, hacer que se vendan. Sabemos que sus antecedentes no son positivos comercialmente hablando, y aún así, como unos perros, le damos, los publicamos igual.
Tú has dicho que tus colecciones “tienen mucho respeto por lo que significa gastar dinero en un libro”. ¿A qué te referís exactamente, en qué consiste ese respeto?
–Nosotros nos la jugamos a publicar ciertos libros que no son pensados comercialmente, que obviamente no van a vender mucho. Por ejemplo el argentino Hugo Mujica, un poeta que nunca antes había sido publicado en Uruguay, y que fue todo un riesgo. Pero es parte del trabajo. Y si me pongo grosero y bruto te lo digo bien clarito: como editor con 15 años de oficio, cada vez entiendo menos. Si esto fuera una ruleta ya no sabría dónde poner la ficha. Te llevás sorpresas todo el tiempo: libros que de cajón se tendrían que mover, no pasa nada. Y al revés, libros que no apostabas demasiado, “opa, mirá, se recontra vendió”. O sea, es un negocio de mierda. Lo tengo anotado acá, en estos apuntes que traje: “Un negocio de mierda”. Ese quiero que sea el título de esta nota.
¿Por qué?
–Porque es lo que es. Y ahora viene todo el Martín negativo, la mala onda. Por ejemplo: los libros en seis meses son considerados viejos, más del 50% son devueltos por los libreros. Es una vorágine tal la del mercado editorial que muy rara vez un libro supera medio año de existencia en librerías. Y yo me niego a mandarlos triturar, a que papelera Pedernal te pague medio peso el kilo de papel. Antes los regalo, hacemos una pira en la plaza y los prendemos fuego. Muchas veces nos pasa que hay lectores que llaman a la editorial y dicen: “Hola, estuve buscando tal libro, y todos me dicen que está agotado”. Y yo miro en depósito y en distribuidoras, y el libro está vivo. Pero a los libreros les queda más cómodo decir “está agotado” y tratar de venderles otra cosa. Simplemente porque no lo tienen y no son capaces de tomar el teléfono, encargarlo y decir “señora, vuelva mañana que se lo traigo”. Y relacionado a las devoluciones está el tema de los saldos, que terminan desvalorizando todo. Tú vas a las bateas de saldos y te encontrás un autor bueno con uno malo, un libro excelente con uno horrible, todo a 50 pesos. Es como que ya nada vale, porque todo vale lo mismo.
No alcanza para titular “un negocio de mierda”.
–A eso sumale que los espacios de difusión de cultura cada vez son menos. Soy joven, pero ya vi cuando las páginas de cultura pasaron a denominarse ‘espectáculos’, y ahora ya ni siquiera espectáculos son. Demasiadas veces tengo que pedirle disculpas a un autor por mandarlo a tal programa, porque delante suyo abrieron la solapa del libro, leyeron su biografía, vicharon la contratapa, y le hacen preguntas de un libro que no tienen ni idea, porque no lo leyeron. Lamentablemente ya casi no hay crítica, y la que hay no suma ni resta, porque no le dan bola. Y después lo de siempre, la plaza que es muy chica, el mercadito uruguayo. Que si me pongo satánico ni siquiera es uruguayo, es montevideano, porque en el interior no hay ni librerías, hay papelerías que te venden los diez hits del momento. Entonces todo redunda en “Qué negocio de mierda”.
¿Qué lugar debe tener el libro en una sociedad sana, equilibrada?
–¡Lo que pasa es que no todos los libros son iguales! Una cosa es un ensayo, otra una biografía y otra una ficción, no puedo meter todo en la misma bolsa, no puedo hablar de “el libro” como unidad. Y a su vez, la literatura es entretenimiento, y compite con cualquier otro entretenimiento. Entonces basta de intelectualizarlo todo. No soy quién para ponerme a politizar el libro como herramienta. La idea nunca fue ir a sacar cartel de eso de la importancia del libro. Podría contestarte lo que ya sabemos: que incentiva la imaginación, el desarrollo intelectual, el lenguaje. Lo veo en mis hijos, una película la ven tres veces y fue, pero un libro lo miran miles de veces y siempre le encuentran cosas distintas. El valor del libro en la humanidad ya lo sabemos, como herramienta de evolución personal es un arma de defensa, un arma exquisita del lenguaje. Son un soporte que conlleva conocimiento pero también riqueza lingüística, idiomática, cultural. Ahora, medir la inteligencia de alguien por cuántos libros lee no creo que sea el camino.

LOS 200 LECTORES DE LEVRERO.
¿Ustedes manejan qué porcentaje de la población uruguaya lee?
–No tengo datos. Pero hay algo que he dicho varias veces y es como un caballito de batalla mío, “el respeto a los 200 lectores –que durante mucho tiempo me reí– que se jactaba Mario Levrero de tener”. Porque para mi eran muchos más. Y hoy me doy cuenta que tener a esos 200 lectores vale oro. Y realmente, que un escritor vivo en Uruguay tenga 200 lectores... cuidalos. No los decepciones. Y con el tiempo tal vez se multipliquen, como le pasó a Mario.
Según el dueño de la librería La Lupa, en Uruguay lee el 50% de la población.
–Y bueno, el libro más leído el año pasado fue la biografía de Fabián O’Neill, que hace 15 años no juega al fútbol, así que todo es posible. Ojalá la mitad de los uruguayos sean lectores. Pero bueno, lo que se consume de literatura infantil y de novela histórica en Uruguay es impresionante, y todos los ensayos de historia reciente son recontra leídos. Entonces no sería tan raro que 50% de la población lea. Mucha gente dice que los uruguayos son unos ignorantes, que es todo un mito. Nosotros durante años fuimos los pelotuditos que publicábamos poesía. En otros lugares un poeta es una eminencia, vos acá decís que sos poeta y sos un loco de mierda. Pero yo igual sigo creyendo en cierta cultura lectora de los uruguayos.
Hace poco estaba en una librería importante, y un cliente preguntó qué autores recomendaban para ponerse a tiro con la literatura uruguaya actual. El del mostrador lo miró y le dijo “Ninguno”. Y yo intervine, “No digas eso, mirá que está fulano, está mengana”. Pero de algún modo entendí la posición del librero, lo que quiso decir.
–¿¡¡Y qué quiso decir!!?
Creo que la síntesis es “si venís a buscar a un nuevo Onetti, no hay. Si venís a buscar un Quiroga, no hay”. Hay cierta dinámica en la escritura uruguaya de hoy que puede llevar a alguien a decir: “Acá hay mucha experimentación, pero si querés algo consolidado, a nivel de autores internacionales, cosa que antes hubo, ahora no hay”. ¿Tú qué le hubieras dicho a ese librero?
–¡¡Pero es que estoy totalmente en desacuerdo, a esa gente hay que matarla!! ¿Tú decís que no salieron nuevos Quirogas ni nuevos Onettis? Eso lo vamos a ver con el tiempo. Y además, todos esos autores internacionales se cagaron de hambre en vida; el reconocimiento vino después.
Más o menos, algunos sí y otros no.
–Y bueno ta, pero es como el fútbol, somos tres gatos locos, pero tenemos una escuelita.
–Pero en fútbol tenemos excelentes jugadores a nivel mundial, tipos que la rompen, que los conocen hasta en África.
–¡Y en literatura también, mirá el caso de Mario Levrero!
Está muerto, el cliente buscaba escritores en actividad.
–¿Damián González Bertolino? Lo acaban de publicar en Brasil y en Argentina. A nosotros nos compraron los derechos para publicar a Martín Arocena en Argentina. Polleri, Lissardi, y Espinosa están siendo publicados en Estados Unidos, Francia e Israel. ¡El año pasado Lissardi estuvo en el top 5 de ficción extranjera en Israel! Entonces, ¿cómo medís eso? No tolero que hablen en esos términos. Son ignorantes que no leen. Hay libreros lectores. Por suerte quedan. Pero están los libreros que lo único que ven son numeritos, lo que dice la revista sobre los más vendidos de la semana. Hacen todo de oídas, es muy fácil hablar mal de las cosas si no conocés.

Pero más allá de discrepar con el librero, ¿entendés la dinámica por la que dijo eso? Porque estoy seguro que mucha gente lo comparte.
–Claro, es que el discurso que dice “los autores nacionales no venden”. ¡Pero si no leen! Me consta que no leen. Si vos sos lector podés recomendar. O decir “es todo una basura”. ¡Pero si no lees no podés! En definitiva, yo ya te dije que esto es un negocio de mierda.
–Bueno, pero entonces alguien está haciendo algo mal, porque si decís que hay autores excelentes, a nivel de lo que fue Onetti o Morosoli, y la gente no sabe que existen, ¿en qué momento de la cadena se está haciendo algo mal?
–No, no te voy a responder. No voy a responder.
–Pero es que acá viene un tipo a preguntar qué puede leer, y el librero le dice ‘nada’, y hay una dinámica que te permite entender por qué le dijo eso, más allá de que no lo compartas. La gente común y corriente se va de vacaciones y se lleva cinco libros. Pero si le preguntás por autores nacionales actuales no conoce ninguno.
–Lo que pasa es que acá hay mucho ninguneo, y no se habilita, nadie recomienda a nadie. A mí por ejemplo me encanta laburar las ferias. Porque a lo que esto es chiquito, te ves con la misma gente todos los años. Tipos que te dicen “el año pasado me recomendaste tal libro y me encantó, ¿qué otra cosa tenés de ese autor?”. Si vos sos lector reconocés ese tipo de cosas. Sólo si no leés podés decir “todo apesta”. Porque mirás números, no contenidos.

AUTORES FOR EXPORT
–Bien, pero ¿tenemos autores de gran porte?
–Totalmente. ¿For export? Totalmente.
–¿Y entonces en qué punto de la cadena se están haciendo las cosas mal?
–Lo que pasa es que Uruguay no existe. No creo que sea porque las cosas se hagan mal, es porque somos dos gatos locos. Hace tres años que el MEC generó la figura del agente literario, que hace una gran selección y recorre el mundo con libros nacionales. Lleva un par de infantiles, algo de historia, algo de filosofía, ficción. Y no pasa nada, porque Uruguay no existe, y porque la producción a nivel mundial es enorme. ¡En el mundo se publica mucho, está lleno de muy buenos escritores! Entonces claro, levantar la manito ahí, destacarse y que salgan cosas es muy difícil. Si ves los resultados son bastante malos. Pero no tiene que ver con que los escritores o los libros sean malos. En Uruguay hay muchos autores de nivel, concientes de lo que hacen. Ahora, ¿interesarán en el resto del mundo? No, seguramente sean uno más.
–¿Cómo catalogarías la situación actual de la publicación de libros en Uruguay?
–Pacata. Nadie se la juega, nadie arriesga, y todo se mide con la vara comercial. Básicamente es eso. Las editoriales van a seguro, no arriesgan. Hay mucha producción, pero es claro que hay mucha editorial que trabaja ediciones de autor, pagas, casi como un servicio editorial. Y claro, escuchás gente hablar de la gran autora fulana de tal, no sé cuanto blabla... ¡y bueno, tiene 10 poemas, esperá a que escriba tres libros! Pero como esto es chico ese amiguismo se permite, y todo se aplaude, es como un taller literario. Caes en eso de que cualquier obra vale. Para mi está bueno jugarse la ropa y hacer valer lo que uno cree. Si publicás un libro rompete el alma, salí a promocionarlo como un libro que merece ser atendido. Durante mucho tiempo me quejé de no tener colegas que cinchen de la cuerda sucia de publicar autores debutantes, libros extraños. Y todavía lo siento. No noto que haya intenciones de jugársela por algo que a priori no tenga un retorno comercial inmediato. Y me embola muchísimo ver que también se publican muy buenos libros con los cuales no pasa nada. Libros que digo, puta, por qué yo no me enteré, por qué no ví ninguna reseña, este libro existía y no tenía idea.

–Mencionaste varios puntos: industria editorial pacata, mercado chico, puñado de lectores, libreros que no leen. ¿Es un problema económico, de escala de mercado, un problema de educación, de capacidad lectora de los consumidores?
–Es un problema de escala de mercado, clarísimo. Esto es una aldea, y obviamente hay un problema de escala, porque los costos de sacar un libro son los mismos que los de un editor de México o Argentina, pero ellos tienen un mercado de millones de habitantes. Y por tanto los resultados son totalmente distintos. Eso se nota en una multinacional: los tipos ven que los costos de producción de un libro son los mismos, pero claro, ellos en otro lado venden 15.000 ejemplares y acá 2.000, y obviamente los resultados económicos son muy distintos. Aquí nadie se enriquece siendo editor, librero o trabajando con libros. Ahora, si te ponés a mirar hay librerías por todos lados, y se publica muchísimo. O sea, la gente lee. Sólo que los uruguayos somos muy poquitos.
–Pero hay ciudades de 3 millones de habitantes donde las librerías tienen otra profundidad en su oferta. Acá está lleno de librerías pero todas tienen lo mismo, y es todo muy básico.
–Ah bueno, eso también es clarísimo.
–¿Eso no habla del consumidor de esas librerías? Los tipos venden lo que la gente compra.
–Sí, pero la gente también compra lo que se difunde. Y todos sabemos que el mercado está acaparado por sellos multinacionales que te venden enlatados: sale el último Harry Potter y obviamente va a romper todo. Hay una realidad y es que poquititos libros venden mucho, y el resto hace la plancha. Hay demasiado desnivel entre el libro que vende mucho y los que pichulean. Pero yo lo atribuyo todo a un tema de plaza.
–Hay toda una generación anterior de editores con cierto idealismo militante, que quería contribuir a cambiar el mundo desde la publicación de libros. Y eso se ve hasta en el nombre que le ponían a las editoriales. ¿Tú qué buscás con tu editorial, cómo vivís ese lado, el de los objetivos?

–A mí no me interesa la militancia política, pero sí la militancia ideológica o la militancia estética si querés, en cuanto a contenidos. Cambiar los ojos con que se ve a la literatura uruguaya. Ya eso es una gran cosa. Yo me maravillé con la literatura en el liceo, cuando un profesor llevó a un autor uruguayo a la clase, y dije “pa, existían los autores uruguayos”. Y encima joven, porque no era ni Galeano ni Benedetti. Me dije “esto era posible, pensé que eran todos extraterrestres los que escribían libros”. Entonces, que uno pueda mostrar otro tipo de literatura desde una editorial, abrir cabezas, es un poco lo contrario del librero que no recomienda literatura nacional. Una diversión nuestra es recomendar Porrovideo de Jorge Alfonso a pibes que claramente no leen. Y pasa que vuelven a buscar más de ese autor. Porque no pueden creer que exista un tipo joven que les hable de una Montevideo tan actual, con un corte generacional tan realista. Es alucinante, le estás vendiendo un libro a un guacho de 16 o 17 años, lo mismo que me pasó a mi con Bukowski digamos, solo que con un autor uruguayo de 30 y pocos años. O sea, yo a los 18 también tomé vodka con 7 Up y leí a Bukowski. Y hoy mostrar desde la editorial ese tipo de literatura extraña, pero local, es divino. Aunque muchas veces quedes como un asusta viejas, o como un raro.

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