viernes, 29 de agosto de 2014

Otro blog dedicado a la traducción de poesía

Cirujanos de Wichita es un blog dedicado a la traducción de poesía, administrado por Guido Herzovich.

En la columna de la derecha hay un “Disclaimer”, donde se lee: “los poemas traducidos y/o adaptados en este blog no han sido seleccionados. tal vez los autores no hayan sido nunca compilados ni ganado premio alguno. puede que sus ediciones sean de autor. las traducciones no han sido chequeadas, y ante el silencio de wordreference se ha optado casi siempre por el delirio. lea bajo su propia responsabilidad. /// ningún derecho ni pedido ni reservado: para protestas diríjase a los comentarios.

Esos son los datos principales a tener en cuenta cuando se emprenda la lectura de este blog que puede consultarse en http://cirujanosdewichita.wordpress.com/ 

jueves, 28 de agosto de 2014

El que ve el tiempo


El 20 de agosto pasado, Marcelo Zapata públicó el siguiente artículo en el diario Ámbito Financiero. Allí se habla de Lorenzo Mascialino, profesor de griego y latín, quien acuñó un término que Julio Cortázar hizo famoso en el mundo entero.


Mascialino: un cronopio sin la fama merecida

Entre las muchas cosas que le debe la cultura criolla a uno de sus últimos humanistas, el profesor de griego y latín Lorenzo Mascialino (1914-1988), se cuenta la incorporación al español de un neologismo hoy celebrado, pero que no le ha dado fama a él sino a su colega de los años 40 en Mendoza, Julio Cortázar. Porque fue Mascialino, y no Cortázar, quien acuñó, en una lejana noche de copas e improvisaciones, la palabra "cronopio".

Mascialino (mencionado en dos ocasiones en en el libro del profesor Jaime Correas, Cortázar en Mendoza) coincidió en la Universidad de Cuyo con el autor de  Rayuela por la misma época en que éste llegaba desde Chivilcoy.

Nunca fueron amigos cercanos; Cortázar, que dictaba literatura francesa en Mendoza, era por entonces un librepensador sarmientino de cuño liberal, y Mascialino, un ítalo-argentino de familia numerosa (de aquellas donde nunca faltaba un cura), ya profesaba ese credo nacionalista que lo llevaría, más tarde, a adherir al naciente peronismo.

Sin embargo, sus tenidas filológicas acompañadas por los generosos vinos de la zona ("In vino veritas", era uno de los apotegmas más citados por el prestigioso latinista), y cimentados por su profundo amor por la lengua ("la única forma de entender al  hombre", también decía) no eran infrecuentes.

En uno de esos encuentros, contó años después contó años después Mascialino a algunos de sus  discípulos, se habían puesto a imaginar, junto con Cortázar, un mundo fantástico en el que existieran criaturas que pudieran ver, físicamente, las dos dimensiones: no sólo el espacio, sino también el tiempo.

–¿Y cómo  llamaríamos, para usar una palabra griega, a ese ser capaz de percibir el tiempo con sus propios ojos? –desafió Cortázar a Mascialino.
Éste lo pensó un momento, y respondió sin titubear:
–Cronopio. Se llamaría cronopio, por supuesto.

La síntesis era perfecta. Como explica otro testigo del relato de Mascialino, Luis Ángel Castello, titular de la cátedra de griego en la UBA: "'Cronos', como es bien sabido, es 'tiempo', y la desinencia -opios viene del verbo horao (que significa 'ver', 'mirar con atención', de cuyo futuro 'hopsomai' (sale 'opsis' (de la que nacen tantas palabras como 'óptica', 'autopsia', etcétera. Cronopio, entonces, es el que ve el tiempo.

No hay testimonios de que Cortázar, después de su festejada Historias de Cronopios y de Famas, le haya reconocido a Mascialino la creación de la que en el futuro de la literatura argentina sería palabra tan célebre. Pero a él tampoco le preocupaba: "Seguramente le gustó y se acordó de ella  cuando escribió el libro", lo disculpaba Mascialino, quien nunca demostró otra preocupación que la de incorporar, a lo largo de su vida, el conocimiento de la mayor cantidad posible de las lenguas llamadas "falsamente" muertas. "La gente sigue hablando latín, y no se da cuenta", como decía en tantas de sus clases.

Inventor del "método inductivo" para la enseñanza de las lenguas clásicas (en el cual los alumnos no eran perseguidos por abrir el diccionario durante los exámenes), creía que la razón y no la memorización, esa costumbre de computadoras y de secretarias, podía llevar al auténtico conocimiento.


Bajito de estatura, amante de la filología y la poesía alemana, de las comedias de Menandro (autor de quien dejó estupendas versiones, consultadas hoy en todas las universidades del mundo), de las causas perdidas, de las bellas mujeres y del vino, Lorenzo Mascialino fue lo más cercano a un "cronopio" viviente, un hombre sabio capaz de ver el tiempo

miércoles, 27 de agosto de 2014

Raúl Ortiz sobre Malcolm Lowry: "El idioma se prestaba para eso"

Raúl Ortiz fue el traductor de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Recuerda ese trabajo realizado hace cincuenta años, en la siguiente nota de Gustavo Borges, publicada en La Razón, de Bolivia, el 24 de agosto pasado.

El traductor de Bajo el volcán

Hace 50 años, cuando tradujo el libro Bajo el volcán del inglés Malcolm Lowry, al políglota Raúl Ortiz le pagaron poco, pero eso no impidió que lograra en opinión de algunos críticos mejorar el resultado final de esta obra, para muchos la gran novela acerca de México.

“Era candoroso y no tenía el concepto de que no había nada de deshonra en cobrar. Los de la editorial Era me pagaron mal, y nunca recibí regalías cuando vendieron el manuscrito y lo modificaron. No recuerdo cuánto me pagaron, pero fue poco”, cuenta.

La obra de Lowry es una tragedia contemporánea de una belleza y una emoción de altos vuelos, en la cual el autor liga de manera magistral el mito y la poesía con gran musicalidad.

 “Nunca imaginé lo terriblemente arduo que iba a ser mantener la armonía y el ritmo de las frases de Lowry, pero el idioma español se prestaba para eso”, confiesa Ortiz.

La historia empieza en Quauhnáhuac (Cuernavaca, en lengua náhuatl) donde el día de muertos del año 1939 dos hombres hablan de Geoffrey Firmin, cónsul británico alcohólico que muere asesinado.

“Tuve la suerte de ser llamado para traducir la mejor novela sobre México al español”, dice Ortiz al referirse al acto mágico que lo llevó a meterse dentro de la obra de Lowry, como si fuera uno de sus personajes.

Muchos años después, a los 83 años, Raúl muestra alegría al contar la gran aventura de su vida, haber traducido Bajo el volcán. Aquel juego con las palabras comenzaba los fines de semana en un monasterio en Cuernavaca, en el centro de México, donde se refugió para escribir en su máquina marca Olivetti desde las cinco de la tarde de los viernes hasta el amanecer de los lunes; luego, entre semana, lo hacía de cuatro a ocho de la noche.

Ortiz empezó a estudiar inglés en la escuela primaria y a los 30 años hablaba el idioma con la fluidez de un nativo. Por aquel tiempo le buscó la editorial Era y le propuso traducir la novela que Malcolm Lowry empezó a escribir en el año 1934 y publicó en 1947. Raúl Ortiz recibió la ayuda de una hermana mecanógrafa, demoró ocho meses para concluir la primera versión y entonces pidió una prórroga a Era. Minucioso como es, cuidó hasta el último detalle y cuentan que, si la versión en español se publicó en 1964, fue porque la editorial casi le arrebata de las manos los originales.

Aunque hay cansancio en su voz, el mexicano mantiene los sueños intactos y por momentos habla más como un adolescente que recién ha descubierto los libros. “Es la única novela que he traducido; la otra que me gustaría traducir es Viaje al fin de la noche, de (Ferdinand) Celine, pero no hay manera de hacerlo”, lamenta.

Cree que El poder y la gloria, de Graham Greene, es otra novela capaz de reflejar un periodo crítico de México, el de la persecución religiosa, pero opina que Lowry fue más allá. “Fui un elegido al poder traducirlo”, repite en forma de agradecimiento.


martes, 26 de agosto de 2014

Un breve ensayo de Elihau Toker

En una época en que los acontecimientos que se desarrollan en Medio Oriente llevan a que mucha gente confunda a los judíos y a su cultura con las perversas políticas del sionismo y del partido que gobierna Israel, favoreciendo en diversas partes del mundo una sintomática ola de nuevo antisemitismo, tal vez resulte interesante releer el siguiente artículo del escritor argentino Elihau Toker, como pequeño aporte contra la ignorancia, la mala leche y la estupidez.

El Yiddish es también Latinoamérica

Los idiomas son organismos vivos, complejos, dinámicos, impredecibles, y resulta interesante observar qué sucede cuando dos lenguas, dos culturas, se ponen en contacto. Es con esta mirada que intentamos una aproximación a los puntos de encuentro entre el Yiddish y América Latina, tema que suena tan fascinante como complejo. América Latina sigue siendo un continente amplio, diverso, desconocido, y por añadidura los libros y las publicaciones literarias o periodísticas producidas en Yiddish en Latinoamérica constituyen un territorio intrincado, donde lo que no está perdido permanece disperso u oculto.

Si una primera aproximación a la presencia del Yiddish en América Latina consiste en observar la inserción lingüística del Yiddish en esta parte del globo, posiblemente podamos decir que ocupa muy poco lugar en la lengua coloquial y literaria castellana y portuguesa. No se trata de un caso como el del inglés americano, particularmente el neoyorquino, que adoptó gran cantidad de expresiones del Yiddish[1], quizás debido al parentesco existente entre esta lengua y la inglesa, pero seguramente más debido al lugar que los inmigrantes judíos de Europa Oriental ocuparon, numérica y culturalmente, en los grandes centros urbanos, generadores de pautas culturales. Como señalamos más arriba, en el caso del castellano, tanto en América Latina como en España, a juzgar por los diccionarios, el Yiddish es una lengua inexistente, o casi. En el marco de la literatura latinoamericana, hasta donde pudimos comprobarlo, prácticamente no se incluyen términos tomados del Yiddish como parte del habla corriente. Cuando aparecen es casi siempre en itálica o entrecomillados y con referencia al mundo judío.

Es lo que sucede, en el caso argentino, en algún aguafuerte de Roberto Arlt[2], torrencialmente en las obras de César Tiempo o de Mario Szichman, y por sólo mencionar algunos ejemplos, en Caballos por el fondo de los ojos de Gerardo Goloboff o en Feiguele y otras mujeres de Cecilia Absatz, en Músicos y Relojeros de Alicia Steimberg o en Grietas como templos de Arnoldo Liberman, en el Krinsky de Jorge Goldenberg o en Blues de la calle Leiva de Manuela Fingueret. Con las mismas limitaciones, también se pueden encontrar Yiddishismos, por ejemplo, en varias obras del brasileño Moacyr Scliar, en Las Genealogías de la mexicana Margo Glantz, en El rumor del astracán del colombiano Azriel Bibliowicz, o en La vida a plazos de Don Jacobo Lerner del peruano Isaac Goldemberg.

Resulta interesante observar que la transcripción de los términos Yiddish, en la mayoría de los casos no corresponde a una trasliteración "correcta" --desde lo léxico o gramatical-- sino a un lenguaje familiar recordado, a un sabor oído. Como parte de la leyenda creada alrededor de la experiencia colonizadora judía en la argentina, abundan los relatos acerca de gauchos que, merced a su intenso contacto con los colonos, aprendieron a hablar, o al menos a comprender, el Yiddish. En ese sentido existen, desde sabrosas anécdotas contadas por don Máximo Yagupsky, con gauchos discutiendo entre ellos si un vacuno era kusher o treif, --es decir, apto o no para el consumo, según las normas dietéticas de la religión judía-- hasta ese personaje femenino de El judío Aarón de Samuel Eichelbaum. En el caso del español urbano argentino resulta llamativa la falta, en su lunfardo, de palabras venidas del Yiddish, pese a la presencia prostibularia Yiddishparlante porteña a principios de siglo. En el Diccionario Lunfardo de José Gobello[3] sólo encontramos moishe, como sinónimo de "judío", y papirusa o papusa, por mujer hermosa, como deformación de papjerosy, "cigarrillo" en polaco y en Yiddish.

Conversando con el mismo Gobello, éste atribuía esa ausencia de expresiones lunfardas provenientes del Yiddish a que el puñado de rufianes judíos se habría mantenido apartado y a que, según él, eran pocos los inmigrantes judíos que concurrían a los prostíbulos. Habría que investigar qué sucede con el Yiddish en el argot de otros países de América Latina, como así también qué inserción tuvo y tiene en el lenguaje coloquial y literario de esos países. 

Desde ya que hay aspectos que trascienden lo puramente lingüístico. La inmensa mayoría de los primeros inmigrantes judíos llegados de Europa Oriental al Río de la Plata eran de habla Yiddish, muchos de ellos anarquistas, comunistas o socialistas de diversos matices, por lo que no es de extrañar que La Protesta, el periódico anarquista de la Argentina, publicara en 1908 una página en Yiddish, ni que en este país también llevaran entonces sus libros de actas en esa lengua algunos sindicatos. Pero habrá que estudiar todavía, qué de ese espíritu anárquico, familiar y libertario del Yiddish quedó en la cultura argentina, y qué le quedó de la importantísima experiencia teatral y periodística Yiddish de los años '20, '30, '40. Y cómo fue en el resto de América Latina.

En esta búsqueda de puntos de encuentro entre América Latina y la lengua Yiddish corresponde mencionar, aunque sea tangencialmente, el tema de las traducciones, lugar donde el encuentro entre las lenguas y las culturas se materializa. El argentino Salomón Resnick, redactor de la revista Judaica, fue el primero en proponerse la traducción sistemática de textos de la literatura Yiddish al español, y otros continuaron tras él esta tarea. Pero casi todo lo que vertieron al español o al portugués fueron textos clásicos y en una muy pequeña escala autores Yiddish latinoamericanos, y eso sólo en los últimos años.

América Latina en Yiddish
Invirtiendo el espejo, hubo –y hay– quienes tienden un puente idiomático en la otra dirección, del castellano y portugués al Yiddish. El periodista y crítico literario Pinie Katz cuenta cómo dio comienzo su tarea de traductor: "A poco de mi llegada a Buenos Aires encontré en un quiosco de libros usados un tomito de Leyendas aztecas del mexicano Heriberto Frías. Me puse a leerlas y de inmediato me atrapó su desborde de colores como sólo se ve en sueños. (...) Nunca había encontrado hasta entonces tal riqueza de idioma y colorido, salvo en los profetas, en la más poderosa de las lenguas, la bíblica, y no pude vencer la tentación de sentarme de inmediato a volcar esa magnificencia al Yiddish."

Así comenzó Pinie Katz su intensa tarea de traductor llevando al Yiddish, además del Quijote y de otras obras de autores españoles, el Facundo de Sarmiento, Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes, Nacha Regules de Manuel Galvez, Cuentos de la Selva y Anaconda de Horacio Quiroga, Los Gauchos Judíos de Gerchunoff, Los caranchos de la Florida de Benito Lynch, Pago chico y La vuelta de Laucha de Payró, Huasipungo de Jorge Icaza y una increíble cantidad de obras más. El Martín Fierro de José Hernandez, pese a lo difícil que resulta volcar a otra su lengua gauchesca, tuvo dos traducciones al Yiddish, una de Samuel Glasserman y otra del poeta Kehos Kliguer. Y vaya esto como expresión del interés de los inmigrantes judíos por conocer las creaciones literarias de su nueva tierra.

Ensayando otra aproximación a la inserción de América Latina en la cultura Yiddish se puede observar la manera creativa que encontró el Yiddish, en estas latitudes, de incluir en su estructura al castellano. El inmigrante judío recién llegado a las ciudades de América Latina comenzó, en muchos casos, a ganarse la vida como vendedor ambulante, tal como aparece de un modo magistral en “El día de las grandes ganancias”, ese cuento autobiográfico de Gerchunoff, o desde el título mismo en La vida a plazos de Don Jacobo Lerner, del peruano Isaac Goldemberg, y en Cláper de la venezolana Alicia Freilich. Alguno comenzó como vendedor ambulante de chucherías (cachebáchnik, le decían en Yiddish en Uruguay), otro vendía de puerta en puerta cortes de tela (córtenik) y estaba el que cargando sobre las espaldas una gran canasta o una valija, visitaba a las marías –que así llamaban en su media lengua a todas sus clientas de los conventillos y los barrios miserables– y les vendía a crédito colchas, frazadas, ropas y hasta muebles, registrándolo en su Yiddishñol en unas tarjetas de contabilidad elemental. En el Río de la Plata se lo llamaba cuéntenik o cóntenik, en Brasil, clientélchik, en Venezuela, cláper. Está demás señalar que el neologismo Yiddish cachebáchnik deriva de cachivache, córtenik de corte, cuéntenik de cuenta y clientélchik de cliente. Esto en cuanto a las ciudades.

En las colonias agrícolas del interior argentino, la lengua importada por los gauchos judíos se fue enriqueciendo de modo natural incluyendo en su Yiddish coloquial o en el literario, palabras castellanas referidas al campo, como peón, mate, lazo; pero además conjugando cómodamente, siguiendo las estructuras del Yiddish, los verbos de su hacer campesino: enyugar, enlazar, cosechar, se volvió así en su habla enyuguirn, enlasirn, cosechirn[4] . También en la ciudad, al pasar del castellano al Yiddish, verbos como atender o cobrar, aparecían en medio de una frase en Yiddish, como atendirn, cuvrirn; del mismo modo "se equivocó" era er hot zij equivoquirt.

Esta suerte de castYiddish o Yiddishñol, del que se encuentran innumerables ejemplos a lo largo de toda la literatura Yiddish latinoamericana, incluye una enorme cantidad de sustantivos que cambian por la vocal e las terminaciones en a u o, creando plase, bombiye, balnearie, camisete, coseche, conventiye, asade, quinsene, farmasie, mercade, y así hasta el infinito. Sonará cómico, pero esta Yiddishización del castellano aparecía de manera seria no sólo en el Yiddish coloquial, sino también en el literario de una cantidad de autores Yiddish. Por otra parte hubo un cantor, un personaje de enorme popularidad que durante los años 30 ironizó en el Río de la Plata ese habla gringa. Dedicamos en estas páginas un capítulo especial a las ocurrentes y tiernamente irónicas canciones de Jevel Katz, a sus tangos, rancheras y rumbas en ese peculiar Yiddish-porteño, para extraer de ellas expresivos cuadros del mundo de los inmigrantes judíos latinoamericanos y afinar el oído a esos creativos enlaces idiomáticos que fueron evaporándose junto con la generación primera.

Desde ya que este encuentro entre el Yiddish y Latinoamérica no sólo se expresa lingüísticamente. Corresponde detenerse en algunos rasgos de la literatura Yiddish del continente, pero la mayor parte de las citas y ejemplos van a referirse a la Argentina, en primer lugar porque es, de lejos, el país con mayor producción literaria en Yiddish, y además porque a lo producido en esta lengua en el resto de América Latina apenas se accede mediante algunas antologías y algunas obras sueltas de determinados autores.

El mencionado periodista y ensayista Pinie Katz incluyó entre sus trabajos un tomo, aparecido en 1947, sobre la literatura Yiddish argentina, donde sostiene: "En la Argentina posiblemente sean los judíos el único grupo nacional inmigrante que creó una literatura propia en su idioma. (...) También se escribió y se escribe aquí en otras lenguas extranjeras: italiano, alemán, inglés, francés y ruso, pero sin pretensiones de conformar una literatura aparte, tal como sucede en el caso del Yiddish."[5]

Ya con anterioridad el poeta Meilej Rávich, tras visitar en 1938 la Argentina, se refirió a lo creado literariamente en Yiddish en este país, acuñando la expresión: "Se trata de la rama Yiddish de la literatura argentina y de la rama argentina de la literatura Yiddish".

¿Qué tiene esta literatura de peculiar? En la primera época expresa la todavía lejana mirada del inmigrante judío sobre su nueva tierra. En su introducción a la primera antología literaria argentina en Yiddish, Oif di bregn fun Plata[6] , el periodista José Mendelsohn, escribiendo en Buenos Aires, se refiere a la Argentina como terra ignota: "Argentina está lejos, lejos del gran mundo judío, lejos de los grandes centros judíos de Europa y de América del Norte, lejanía que se percibe en el concepto que tienen acerca de nosotros, y lejanía que percibimos también en nosotros mismos."[7]

Y más adelante –esto fue publicado en 1919– decía Mendelsohn: "En el campo se conservó más genuinamente la vida de allende los mares, aunque cambió su contenido. Los pequeños comerciantes y pequeños tenderos, vueltos colonos, atados a la tierra, siguen viviendo una vida judía. Los hijos que se acriollan no tienen todavía una influencia demasiado notoria, en un lugar donde los gauchos hablan a menudo en Yiddish. Hasta los animales domésticos son los del shtetl en un ambiente distinto. Zaino y Lobo son Di Kliache, Metushelaj y Rabchik de Méndele y Scholem Aleijem, pese a que los primeros nacieron y se criaron entre colonos judíos en Entre Ríos, La Pampa o Moisés Ville, mientras los otros nacieron y se criaron en Kabtsansk y en Kasrílevke. No es poca diferencia, pero no salta a la vista. A veces podría creerse que los colonos los trajeron consigo del shtetl, mientras que ese mismo zaino en manos del gaucho es un cimarrón, un rebelde, y el perro del colono judío, en manos gauchas es un animal bravo, prepotente, que no perdona liebre ni zorro."[8]

En muchas de las primeras obras argentinas en Yiddish se refleja el impacto del encuentro con el paisaje de la nueva tierra, donde el cielo es mucho más azul, el sol mucho más fuerte y hasta las estaciones guardan un orden diferente del de sus países natales, esos que los expulsaron y a los que siguen llamando di alte heim, el viejo hogar.

También en los demás países latinoamericanos la fuerza del paisaje y del clima cobran entidad en la poesía Yiddish, hasta hacerse metáfora. Canta el mexicano Iankev Glantz:"Rodeada de profundas sombras / la palmera sueña latitudes / estira su cuello de jirafa / para cazar las estrellas / pero el nudo de raíces / la aprisiona a la tierra."[9]

El chileno Itsjok Blumshtein dice ante la cordillera: "Un luminoso gigante se refugió en la montaña / a flagelarse... / Silencio; este momento es sagrado: / ahí en fila están sus acompañantes / vistiendo blancos camisones nevados..."[10]

Pero no sólo el encuentro con el paisaje natural aparece reflejado en esos textos literarios Yiddish; también está el impacto del paisaje humano.

El poeta mexicano Itsjok Berliner publica en 1936 su primer poemario, que ilustra Diego Rivera, y que incluye un texto, Contrastes, que dice en algunas de sus estrofas: "Ciudad de palacios, (...)// Tienes en tus tripas monasterios e iglesias / edificios hechos de piedra y de mármol / y calles polvorientas con casitas de barro / sucios agujeros donde la gente vive como gusanos. // Una soga y un trapo es la cuna de un niño / las camisas que visten son bolsas harapientas / y en palacios de piedra, tras cerrojos de hierro, / pieles femeninas se cubren de sedas // oh, ciudad de palacios..."[11]

El poeta Moishe Dovid Guiser, que vivió tanto en la Argentina como en Chile, pero cuya más importante producción poética es chilena, dice: "Por las calles de Santiago / pasa silbando un coche / como embrujado por una varita mágica / y chiquitos ofrecen en venta / la más desnuda de las tristezas / con vocecitas trágicas."[12]

Habría que mencionar muchísimos otros textos poéticos en Yiddish protagonizados por América Latina; quizás el más impresionante sea Cristóbal Colón, poema de casi 300 páginas, escrito en 1939 por el mexicano Iankev Glantz, pero el poema, a mi juicio, más potente escrito en Yiddish acerca de América Latina pertenece a Itsjok Ianasovich, poeta que llegó a Buenos Aires tras la Segunda Guerra Mundial, vivió veinte años en la Argentina y se radicó luego en Israel. Este poema cuya traducción reproducimos íntegramente más adelante, se titula “Lateinamericanish”, "Latinoamericana"[13], y dice en una de sus partes: "Allí donde cada cual es un señor en su fantasía, / y cada cual posee, en sueños, todo lo que desea, / allí florece el orgulloso árbol de la libertad. // Allí donde el cuchillo responde con agudeza a tu ofensor, / allí donde la guitarra reúne a tus amigos / y ablanda el duro corazón de tu amada, / allí mora la fuente de la dicha. // Incluso si inclinas la espalda sobre un campo ajeno / y depositas la cosecha en un granero ajeno, / eres un hombre libre y nadie puede forzar tu corazón / para que estime aquello que desprecias. // Oh, extranjero, / no es una vergüenza vivir en una jaula de madera y lata; / no es humillante criar hijos bajo una enramada; / lo vergonzoso es alquilarse para el trabajo / cuando no se tiene hambre, / cuando la botella de vino aún no está vacía / y es posible prolongar aún la dulce hora del amor / por toda una jornada de Dios. // Malditos sean los malvados / que encendieron en nuestra sangre la envidia / hacia quienes poseen cosas innecesarias / y conseguirlas exige trabajar duro la semana entera..."

Pero no todo es poesía en la literatura Yiddish latinoamericana. Existe también una importante narrativa Yiddish acerca de América Latina escrita en este continente, de la que se incluyen en estas páginas a título de ejemplo algunos textos de Marcos Alpersohn, que tienen por escenario el campo argentino, de Osher Schuchinsky, situados en La Habana, y un relato de Aarón Faierman que se desarrolla en la ciudad de Buenos Aires. Pero todo esto es apenas una introducción al tema. Queda pendiente recorrer, por sólo nombrar unas pocas, las obras de José Rabinovich, Berl Grinberg o Nahón Milleritsky acerca de Buenos Aires, las de Boruj Bendersky acerca del campo argentino, la novela de Leib Malaj ambientada en Río de Janeiro, los cuentos de Pinjas Bérniker, los relatos mexicanos de Moishe Rubinshtein o los chilenos de Noaj Vital.

***

El 19 de febrero de 1995 se apagó en Buenos Aires la vida de Shmuel Rollansky, uno de los últimos –si no el último– de los grandes maestros de la cultura Yiddish-latinoamericana. Somos muchos aún los que pertenecemos a la generación de sus hijos, a una generación nacida en Yiddish y educada en castellano; a una generación que, sin haber sufrido personalmente la Segunda Guerra Mundial quedó, a partir del Holocausto, huérfana de aquella cultura y se considera a sí misma parte de los últimos sobrevivientes de la lengua Yiddish, parte de aquellos que en las calles de Montevideo o Santiago, en las calles de Caracas o La Habana, en las calles de Lima o Buenos Aires, todavía se estremecen con el olor y el sabor de una palabra en Yiddish..

Estas páginas pretenden una primera aproximación a un necesario estudio sistemático de lo producido en Yiddish en América Latina, ese tesoro repleto de vida, oculto en cuartos cerrados que esperan abramos sus puertas de par en par y traduzcamos sus textos secretos. Posiblemente exclamemos entonces con el poeta Jacobo Glatshtein: "Había tan poco, ¿cómo es que quedó tanto?" Y podremos decir, parafraseando a Bernardo Verbitsky:  EL Yiddish ES TAMBIÉN LATINOAMÉRICA. 

________________________________________
[1] Ver, entre muchos otros: Steinmetz, Sol, Yiddish and English, A century of Yiddish in America, The University of Alabama Press, Alabama, 1986, pp. 173. 
[2] Arlt, Roberto, Nuevas aguafuertes, Comerciantes de Libertad, Cerrito y Talcahuano, Ed. Losada, Buenos Aires, 1975, pp. 10/14. 
[3] Gobello, José, Diccionario Lunfardo, Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1982, pp. 138 y 157. 
[4] Alpersohn, Marcos, Colonia Mauricio, Comisión Centenario Colonización Colonia Mauricio - Carlos Casares, Buenos Aires, 1991, 402 pp. Introducción, versión española
y notas de Eliahu Toker. 
[5] Katz, Pinie, Yiddishe literatur in Arguentine (Literatura Yiddish en la Argentina), tomo VII de sus Gueklibene Shriftn (Obras Elegidas), Comité Institucional en la Editorial IKUF, Buenos Aires, 1947, 213 pp.
[6] Oif di bregn fun Plata (En las Orillas del Plata), Ed. Yiddishe Tzaitung, Buenos Aires, 1919, 194 pp. 
[7] Mendelsohn, José, "Undzer svive un undzer gestalt” (“Nuestro ambiente y nuestra imagen”), Oif di bregn fun Plata, op. cit. p.4. 
[8] Ibídem, pp. 11/12 
[9] Rollansky, Samuel, Mexikanish, urugvaish, cubanish antologuie (Mexico, Uruguay y Cuba en la literatura Yiddish), Obras Maestras de la Literatura Yiddish, tomo 92. Ateneo Literario en el Instituto Científico Judío IWO, Buenos Aires, 1982, p. 22. 
[10] Rollansky, Samuel, Chilenish antologuie (Al pie de los Andes. Poesía y prosa Yiddish de Chile), Obras Maestras de la Literatura Yiddish, tomo 54. Ateneo literario en el Instituto Científico Judío IWO, Buenos Aires, 1972, p. 15. 
[11] Rollansky, Samuel, Mexikanish, urugvaish, cubanish antologuie, op. cit. p.22/23 
[12] Rollansky, Samuel, Chilenish antologuie, op. cit. p. 48. 
[13] Toker, Eliahu (Prefacio, selección y traducción), El resplandor de la palabra judía, antología de la poesía Yiddish del siglo XX, Ed. Pardés, Buenos Aires, 1981, pp. 105/110.

lunes, 25 de agosto de 2014

Miguel Sáenz habla de Thomas Bernhard

Bernhard hojeando un mal diario
Publicada en Cuarto Poder, el 14 de julio de 2012, la siguiente entrevista entre Elvira Huelbes y Miguel Sáenz trata fundamentalmente sobre Thomas Bernhard, pero también sobre varias cosas más, como se comprobará a continuación.

El amigo alemán y Thomas Bernhard, el duro

Una excusa perfecta me da alas para entrevistar a Miguel Sáenz –seguramente, el mejor traductor de literatura alemana- con el objeto de preguntarle sobre Thomas Bernhard: la editorial Cómplices acaba de publicar en español su traducción de Correspondencia, una selección de las cartas que el autor de Trastorno intercambió con su editor alemán, Sigfried Unseld, de quien hace poco declaró Sáenz que este libro  supone una revelación de la personalidad de uno de los grandes editores de la historia, aparte de tener más paciencia que el santo Job con el muy ególatra de Bernhard.

Leí hace mucho su libro El autor y su editor (Taurus, 1985) e incluso llegué a conocerlo fugazmente en Madrid, pero sólo al traducir ahora sus cartas y los informes de viajes de alimentaron luego su Chronik (1970-2000) me he dado cuenta de su verdadera talla”, dice Sáenz, que aporta lo que el propio Bernhard escribió en una de las cartas, de 1986: “Tarde, pero no demasiado tarde, reconocerán los alemanes, aun aplicando los más altos criterios, que nunca ha existido un editor más importante”. Lo que no le impidió mandarle a hacer puñetas cuando el pobre Unseld, ante las muestras de egolatría persistentes de su autor, le confesó que tiraba la toalla.

–Yo no sé cómo podía ser tan duro con su editor.
–Unseld fue su mejor crítico, creyó en él desde el principio. Le apoyó en todo momento y Bernhard, aunque se resistiera, le hizo casi siempre caso. Por eso es tristísimo que su último mensaje a Bernhard acabe con las palabras “no puedo más”. Bernhard le respondió: “Si como dice en su telegrama, no puede más, bórreme de su editorial y de su memoria”.

–¿Por qué remitió sus cinco libros autobiográficos a otro editor? ¿Le gustaba castigar al pobre Unseld, quizás?
–Saber por qué Bernhard hacía lo que hacía es una ciencia esotérica que Unseld nunca llegó a dominar. En mi opinión, le gustó la idea de que sus libros autobiográficos, tan salzburgueses, se publicaran en una editorial de Salzburgo, a la que cedió también otro libro: En las alturas. Sin embargo, creo que la verdadera razón fue que disponer de otra editorial potenciaba inmensamente su capacidad de negociación con la editorial Suhrkamp.

–El caso es que Bernhard se quejaba amargamente de que no le vendían sus novelas como él habría querido.
–Es cierto que en una carta de 1968, se queja de que según las liquidaciones de la editorial, en tres años sólo se han vendido 1.100 ejemplares de Trastorno. Y dice que es un escándalo. Unseld contraataca enviándole las cifras de ventas, no muy superiores, de los libros de Samuel Beckett, autor estrella de la casa. Hay una frase en la obra teatral  La fuerza de la costumbreque aparece un par de veces en la correspondencia: “Hasta los genios tienen manías de grandeza cuando se trata de dinero”.

–Muy expresiva la frase.
–Los libros de Bernhard no han sido nunca best sellers en ninguna parte. Y en Austria, menos. Me atrevería a decir que se le lee mucho más en la Argentina –donde su influencia en algunos escritores es clara y reconocida– que en Austria. También en México, Chile y Cuba. En cuanto a España, yo solía decir, sin mucha base científica, que tenía 2.000 lectores fieles. Creo que exageraba, porque en las liquidaciones anuales no pasan de 150 los ejemplares vendidos entre sus tres editoriales. A veces, se venden cuatro o cinco. Su teatro es otra historia diferente. La próspera “industria Bernhard”  que hoy existe se basa fundamentalmente en sus obras teatrales.

–El teatro es pasión también de otro compatriota, Peter Handke.
–Bernhard tuvo siempre verdadera pasión por el teatro, sobre todo por los buenos actores. Pero también una buena razón para dedicarse a él: el dinero. Pero su teatro está más próximo al de Beckett o Genet que al de Handke.

Miguel Sáenz me explica cómo han resuelto el problema de cumplir la voluntad de Bernhard quien dejó muy clara la prohibición de que se publicara inédito alguno suyo tras su muerte. La cosa es que la editorial considera que lo que el autor austriaco preparó con intención de publicar se escapa a esa prohibición. Y estas cartas con su editor están en ese grupo. Con el carácter que demostró el escritor en más de una ocasión, hosco, huidizo con los periodistas, bronco con los que le querían, mejor no arriesgarse a que salte de su tumba pidiendo explicaciones, si me perdonan la salida de tono.

Hay en los autores austriacos un fondo común de sentimientos encontrados hacia su país como seguramente no exista en otros nacionales. Tanto Bernhard como Handke, como la Nobel Elfriede Jelinek se amargan la existencia con el odio a Austria que se convierte en amor cuando vuelven la mirada a sus raíces, a sus mundos infantiles, esa patria verdadera de la que habla Rainer María Rilke, otro ilustre hijo del Imperio Austrohúngaro. Algo de esas contradicciones las cuenta bien el periodista Riedl Joachim en un libro, Viena infame y genial, que en España se publicó gracias al gran editor Mario Muchnik, en 1995.

–¿Qué tendrá Austria que causa esos sentimientos encontrados?
–Todo escritor austriaco que se estime mantiene una relación de amor-odio a su país. A los citados habría que agregar a Ingeborg Bachmann y otros no tan conocidos como Hans Lebert o Franz Innerhofer, además de a todos los judíos, cuya representante más destacada quizá sea hoy Ruth Klüger.

–Alguna sustancia emocionalmente tóxica debe de haber…
–Cuando hablamos de Austria pensamos en Viena, que no tiene nada que ver. Si quieres saber lo que es una infancia en la Austria profunda, lee sin falta Cuando llegue el momento de Josef Winkler, publicado por Galaxia Gutenberg en 2004. Winkler, fantástico escritor (premio Büchner en 2008) sigue hoy todavía completamente traumatizado a causa de su infancia en Kamering, un pueblo diminuto de Carintia donde casi todos se llaman Winkler. Si en España no ha tenido el éxito que se merece creo que es porque en sus libros hay demasiados muertos. En las obras de Bernhard la gente se suicida como si tal cosa; en los de Winkler, los personajes –generalmente hermanos y homosexuales– se suicidan por parejas, utilizando un mismo ronzal para ahorrar cuerda.

–Qué triste. ¿Qué impresión te causó cuando lo conociste?
–Nunca conocí a Bernhard. En diciembre de 1988, después del estreno de Heldenplatz, cuando él estaba  muy enfermo y harto de Austria y los austriacos se puso en contacto conmigo por teléfono. Concertamos una cita en Torremolinos, donde él pensaba pasar las Navidades, para el 10 de enero de 1989. Antes de esa fecha recibí un mensaje de la editorial en el que me decía que, por su mal estado de salud, Bernhard había tenido que ser trasladado, por su hermano Peter Fabjan, médico, a su casa de Gmunden. Bernhard murió allí el 12 de febrero de 1989 y nuestra cita jamás tuvo lugar.

–De hecho, escribiste una biografía suya que publicó Siruela, en 1996. Una inmersión en la vida dolorosa del escritor, imagino.
–Escribí su biografía porque Jacobo Fitz-James Stewart [anterior editor de Siruela], antes de que escribiera una línea, me dijo que me la publicaría. Thomas Bernhard fue un hombre básicamente enfermo toda la vida, pero la verdad es que, desde muy joven, tuvo mucha suerte. No son tantos los escritores que pueden alojarse en el Timeo, de Taormina; el Seteais, de Sintra o el Ritz, de Madrid.

–Es un escritor difícil de traducir?
–No es difícil de traducir. Sólo hay que confiar en el lector, que no es tonto y se da cuenta de que su estilo es muy especial. Por eso ha sido relativamente un fracaso en los países anglosajones, donde han querido normalizar su prosa, y un éxito en Francia, y sobre todo Italia, donde los traductores han sido mucho más respetuosos.

Como Miguel Sáenz no lo va a mencionar, lo diré yo. En España, el austriaco tuvo mucha suerte con su traductor, aunque quizá él nunca llegara a saberlo del todo. Hay traductores que, en efecto, han hecho más grandes a los autores en según qué países, como le ocurrió a Ismail Kadaré, con Ramón Sánchez  Lizarralde, en España, y Jusef Brioni, en Francia, ambos ahora desaparecidos.

–¿Por qué hay que leer a Bernhard y por dónde empezar?
–Porque es un gran escritor y, con Kafka, lo mejor que ha producido el siglo XX. El peligro no es su supuesta dificultad sino convertirse en adicto. Los cinco libros “autobiográficos” me parecen un buen comienzo. Y luego, quizá, Trastorno. A partir de ahí, uno se convierte en bernhardiano sin haberse dado cuenta.


viernes, 22 de agosto de 2014

Borges, Cortázar, Sábato, Bioy y otros, traducidos al ruso por Evguenia Lysenko

El 4 de mayo de 2011 Elena Kaláshnikova publicó en Rusia hoy una entrevista realizada varios años antes con Evguenia Lysenko (1919-2004), traductora de español, polaco y francés. Allí se lee que, entre sus traducciones más notables se encuentran las novelas de los escritores del Siglo de Oro español: El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara, Oráculo manual y arte de prudencia y El Criticón de Baltasar Gracián,  y también, 62. Modelo para armar y El libro de Manuel de Julio Cortázar, Diario de la Guerra del Cerdo, de Adolfo Bioy Casares, los cuentos y ensayos de Jorge Luis Borges, La Colmena de Camilo José Cela, Sobre héroes y tumbas y Abbadón el exterminador de Ernesto Sábato.

El explosivo trabajo de extraer las traducciones
de Sábato, Borges y Cortázar

Evguenia Mijáilovna estudió en el colegio musical de Kíev, luego en el conservatorio, luego se casó y se mudó a Moscú. Durante la guerra, con su bebé y sus padres evacuó a los Urales. Luego de la guerra su esposo trabajó como profesor en la universidad. Con la música no resultó nada de provecho: tres años sin tocar, una criatura pequeña, una habitación, como resultado: ataque de nervios. De todos modos ingresó en la universidad, en la sección occidental de la facultad de filología en el grupo de alemán (antes de la guerra en las escuelas el alemán era el principal idioma de estudio). Luego se pasó al grupo francés, donde también estudió el español. En 1948 la aceptaron en el postgrado pero al poco tiempo comenzó la campaña de persecución contra los “cosmopolitas” y al marido de Evguenia Vasílievna,  excelente lector de conferencias, muy popular en la sección, lo pasaron a la facultad de periodismo. Consideraron que ejercía una “influencia perniciosa”.

Comenzó a escribir su tesis sobre “Declinación condicional en el idioma español”, pero no pudo defenderla. En 1951 arrestaron al marido y lo mandaron al campo de concentración. Con gran dificultad la futura referente del traductorado en la Unión Soviética logró ubicarse como traductora técnica en el Instituto del Carbón, en los suburbios de Moscú, en el laboratorio de trabajos de perforación y explosión. Los jefes estaban satisfechos: Evguenia traducía las revistas extranjeras y en dos años se convirtió en especialista en trabajos de perforación y explosión.

–¿Cómo comenzó a traducir la literatura en español?  
–Fue la excepcional hispanista Inna Terterián quien  me propuso traducir a Borges. Una vez nos encontramos con ella en el Museo de Arte Pictórico, me miró penetrantemente y me espetó: “Nos preparamos para publicar una recopilación de Borges. Me parece que es usted la indicada para ello. ¿Se anima?”. Con posterioridad fue B. Dubin quien me fue proponiendo continuar con la traducción de las obras de Borges. Hasta entonces había traducido a Fuentes, Benedetti, Onetti y otros latinoamericanos. De los españoles a Delibes, Cela…

–¿En su juventud tuvo usted obras extranjeras preferidas?
–En mi juventud no pensaba en traducciones. Me enfermaba con frecuencia, no iba a la escuela y por eso leía mucho, más que nada literatura rusa. Hace tiempo encontré una traducción de antes de la revolución del Quo Vadis? del polaco Senkevich. Luego lo hallé en la Biblioteca de Literatura Extranjera y lo dejé: era imposible de leer porque había envejecido. En su momento, en Panorama de libros se publicó una nota que yo incluso recorté: alguien se indignó porque en Belarús hasta el día de hoy editan Quo Vadis?, aunque su tirada total en la Unión Soviética llegó a los 4,5 millones de ejemplares y sólo en “series de descarte” la tirada fue de quinientos mil ejemplares. Ahora, los libros de Sábato se editan con una tirada de apenas 3.000 ó 5.000 ejemplares…

–¿Cuándo trabajó mejor: antes o después de la perestroika? 
–Antes eran varias las editoriales sólidas, que siempre proponían algo. Ahora están de moda Borges, Cortázar o Bioy, pero todo es algo menos seguro. Cierta vez me llamó el editor de Cristal de San Petersburgo, de la cual yo antes no sabía nada, y me propuso publicar mis traducciones de Borges, Cortázar y Bioy en libros separados. Hace poco me mandaron diez ejemplares de cada librito, una edición muy agradable.

–¿Nunca tradujo poesía? 
–Como obra propia no, a excepción de pequeños versos e incluso algunos sonetos que se encuentran en el texto. En las obras de Cortázar, por ejemplo, no es difícil traducir sus versos sin rima ni ritmo.

–¿Pasa con facilidad de un libro a otro? 
–Sí. Ha jugado un papel, seguramente, la música, ya que el ejecutante debe ingresar con facilidad en el estilo de un nuevo compositor. Yo me adapto con flexibilidad al escritor que me sea interesante. En 1989 editaron mi traducción de La sexta isla la novela del uruguayo-cubano Daniel Chavarría. No conocemos las demás obras de este autor. Es un policial interesante, estructurado en varios estilos: la voz del autor, la acción en el siglo XVI, el texto de los hombres de negocio contemporáneos. Aquí, como se estila en los policiales, por fragmentos de una anotación encuentran un tesoro en un buque hundido. Una tarea semejante: el paso de un estilo a otro, es para mí muy interesante.

–¿En la época soviética el editor descartaba de sus trabajos frases o incluso fragmentos enteros por razones ideológicas?
–En la editorial Ráduga (Arco Iris) de la novela de Cortázar 62. Modelo para armar desecharon el episodio que describe un amor de lesbianas. Pero esto ocurrió en 1985, hace mucho.

–¿Qué reacción a su traducción se quedó más grabada en su memoria?
–La bondadosa y excelente redactora Borisévich me llamó al día siguiente de recibir mi traducción y me dijo: “Cuando tomo su obra es como si me sumergiera en un cálido baño”. 

–¿Cómo toma ahora su trabajo? ¿Está satisfecha con él? 
–Algunos me gustan más, como 62. Modelo para armar. Es bastante optimista, hay muchos momentos lúdicos. En cambio el Libro de Manuel es menor aunque también es muy interesante y requiere del traductor trucos acrobáticos. Fue pensado como un espejo del actual estado de la sociedad y en el original fueron pegados recortes de diarios en distintos idiomas. Amo La Colmena, las cartas de Flaubert, algunas cosas de Borges, menos de Bioy. Pienso que mejor se me dieron las obras del Siglo de Oro español.

–¿No quisiera traducir todas las obras que se pueda de un autor? ¿Trabajar con autores y no con libros de diferentes escritores?
–No. Pero algunos redactores dividieron mis últimas traducciones en pequeños libritos. Aunque de Borges debo haber traducido en total catorce folios, lo que más tiene son obras breves.

–Sí, y sus últimas obras son apenas de algunos versos, resumen de novela o una novela como un encabezado propio.
–Borges dijo que no amaba y no comprendía las novelas, a excepción de Don Quijote. Hace poco me llamaron de Azbuk y me pidieron permiso para volver a editar la recopilación de Borges. “¿No se han saturado acaso de él?”, pregunto. “No”, me responde el redactor. El libro se llamará El Aleph, según el título de mi traducción.

–Aquí, como en la traducción de las novelas del “Siglo de Oro”, tuvo usted que utilizar un enfoque estilístico.
 –Sí. Preparé el trabajo de tesis sobre declinación condicional en un corte histórico, por eso conozco bien las novelas picarescas, de caballería, antiguas. Es una declinación muy artera, en español se la puede expresar por varias formas de verbo, en tanto que en ruso sólo por el giro “Si”. Pienso que de las novelas picarescas la que mejor me resultó fue El diablo cojuelo.

–¿En los textos traducidos encontró con frecuencia realidades desconocidas? 
–En la Santa Evita de Tomás Eloy Martínez y en Abaddón el exterminador de Ernesto Sábato me ayudó mucho una redactora nacida en la Argentina. Sábato es casi desconocido entre nosotros y es un escritor del nivel de Borges y Cortázar. Un editor de San Petersburgo no hace mucho me dijo: “Escriba una solicitud pero no le prometo nada. Sábato no está promocionado entre nosotros”. En lo fundamental él escribió ensayos, tiene sólo tres obras de ficción: un pequeño relato y dos novelas. Yo traduje las dos novelas: Sobre héroes y tumbasAbaddón el exterminador. En los casos difíciles, en la sala de información de la biblioteca de literatura extranjera utilizo enciclopedias en cuatro idiomas. Así encontré en un libro sobre judaísmo el apellido de un poeta a quien consideraba inglés.


jueves, 21 de agosto de 2014

Otro castigo para los iraníes: ahora leen a Bukowski

La curiosa noticia fue publicada ayer en el diario La Jornada, de México y es digna de formar parte de la ficción de Homeland, la serie con Claire Danes y Mandy Patinkin.

Publicarán poemas de amor de Bukowski en Irán

DPI- Teherán. Por primera vez se publicarán en Irán los poemas de amor del escritor de culto estadunidense Charles Bukowski, fallecido en 1994, según informó la editorial Sarzamin-e Ahurayi.

Las obras del excéntrico escritor serán traducidas al persa por el escritor Alireza Behnam. Los poemas, relatos y novelas del Bukowski son en gran parte autobiográficos y tratan sobre todo de sus experiencias con las prostitutas, el sexo y el alcohol.

Se desconoce por el momento si la traducción se distanciará mucho del original.

En Irán, los libros tienen que recibir el visto bueno de un gremio de control dependiente del Ministerio de Cultura y Guía Islámica, sobre todo si tienen contenido erótico. En esos casos el libro se prohíbe, se suprimen los pasajes controvertidos o se reescribe la obra. Además, las autoridades también pueden retirar el permiso aun cuando el libro ya haya sido publicado.

Un ejemplo de ello es la novela del colombiano Gabriel García Márquez Memorias de mis putas tristes. En el título, en lugar de "putas" se escribió "tesoros" y de este modo se pudo publicar. Sin embargo poco después el gremio consideró que el libro era amoral y que "fomentaba la prostitución".

La prohibición no hizo más que alentar el interés por la obra del premio Nobel colombiano ya fallecido y en el mercado negro se pagaba el doble de su precio por la novela.


miércoles, 20 de agosto de 2014

Una magnífica velada con Jan de Jager

Jan De Jager ha vivido por más de una década en Rotterdam, donde ha desarrollado buena parte de su trabajo como traductor. Aprovechando su paso por Buenos Aires, se ha presentado el día de ayer en el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires para ofrecer una charla titulada “El neerlandés, el afrikaans, las lenguas germánicas más cercanas y más lejanas”, un tema que ha sabido presentar de manera apasionante y con una gran claridad. Pero dada su labor con los Cantos de Ezra Pound, una parte de la charla se ha ocupado de los procedimientos para realizar esa traducción.

Quienes estén interesados (y es de desear que sean muchos), pueden consultar el video acá:
http://www.ustream.tv/user/cceba

Jan de Jager nació en Buenos Aires. Vivió y estudió en la Argentina, en los Países Bajos y en España. Es licenciado en letras porla Universidad de Buenos Aires (UBA) y ha realizado estudios de análisis del discurso y literatura neerlandesa en la Universidad de Amsterdam (UvA). Tiene también el título de Bachelor en traducción de la Escuela superior de traductores de La Haya. Se ha desempeñado como docente de idiomas, traductor independiente, y profesor del traductorado de la Universidad de Buenos Aires. En la actualidad reside en Róterdam, y se desempeña como docente de neerlandés y de español en la escuela internacional de Róterdam (RISS) y como docente del traductorado neerlandés-español de la escuela de traductores de La Haya (HWN),c omo examinador del examen nacional de traductorado neerlandés-español y como profesor del ciclo de formación de docentes secundarios ICLON de la Universidad de Leiden.

Su obra literaria abarca los géneros de novela, cuento corto, poesía y teatro. Publicó Trío, Buenos Aires, 1997, Juego de Copias, Buenos Aires, 2002 y Casa de cambio vols. I, II y III, 2004-2007, la novela Noticias del setenta y cinco (Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 2009), y Let u maar niet op de Rommel  (De Blauwe Engel, Malinas, 2010; poesía en neerlandés). De su proyecto más reciente, Relámpagos, acaba de aparecer el vol. 1 por la editorial Viajera.

Ha traducido novelas, cuentos y poesía del inglés, neerlandés, afrikáans y francés. Sus traducciones más recientes han aparecido en las antologías Narrar Ámsterdam y Cincuenta poetas de Amsterdam. En agosto de 2013 apareció por Eloísa Cartonera su traducción de los primeros treinta  Cantos de Ezra Pound.


martes, 19 de agosto de 2014

¿Qué Biblia leyó Muñoz Molina todos estos años?

El 26 de julio pasado, Antonio Muñoz Molina comentaba en Babelia, el modesto suplemento cultural del diario El País, de Madrid (que forma parte del grupo Prisa) la publicación de la Biblia traducida por Casiodoro de Reina (c1520-1594) por parte de la editorial Alfaguara (que forma parte del grupo Prisa, aunque todo indica que está en una transición antes de vaciarse del todo en Penguin Random House) y nos descubre una pólvora un tanto mojada por las inmisericordiosas aguas del tiempo. ¿Por qué? Porque el artículo no dice nunca que la Biblia oficial en castellano durante siglos fue ésta, de Casiodoro de Reina, revisada apenas poco después en 1602, por Cipriano de Valera (1532-1602). Esa versión se suele mencionar como “versión Reina-Valera”. Valera no ha alterado el valor literario de De Reina y se fijó más bien en todo lo que pudiera tener alguna ambigüedad desde el punto de vista doctrinario. Los llamados “libros deuterocanónicos” fueron colocados por Valera como epílogo en la primera edición. Esos libros se aceptan en la Biblia protestante, pero no en la católica. Es claro que De Reina se había hecho protestante, y fue pastor de la iglesia de Inglaterra, pero su herejía consistía –en cuanto a la traducción– en haber incluido los libros vetados por los católicos. Resumiendo, en modo alguno la traducción de De Reina constituye un libro “perdido”, “oculto” o que no fue leído. Es más, fue leído por miles de millones de personas a los largo de los siglos, porque es la Biblia que tradujo De Reina “revisada” por Valera. Esta nota, entonces, antes que informar sobre algo nuevo es más un aviso encubierto de la edición de Alfaguara. Que conste en actas.

La obra maestra escondida

 Imagino un idioma cuya literatura tiene un gran espacio en blanco en el centro: la obra maestra de la literatura en ese idioma permanece oculta durante siglos, olvidada o prohibida; el nombre de su autor no lo conocen más que dos o tres eruditos. El problema más grave no es la injusticia del desconocimiento, la falta de recompensa por un esfuerzo y un logro que fueron irrepetibles; más grave que la injusticia es la pérdida para ese idioma y para esa literatura, toda la fecundidad que no condujo a nada, todas las influencias que una obra así podía haber irradiado. Hay que pensar en qué habría sido la literatura en inglés, y hasta la misma lengua inglesa, sin la King James Bible, la traducción directa al inglés que se publicó en 1611. No habría habido Milton, ni William Blake, ni los suntuosos oratorios de Haendel, ni Moby-Dick, ni Walt Whitman, ni una parte de James Joyce, ni Faulkner, ni los Negro Spirituals, ni los discursos arrebatadores de Martin Luther King.

Una de las cimas literarias de la lengua española, la Biblia traducida en el siglo XVI, ha sido invisible o ha permanecido en los márgenes de nuestra cultura desde el momento mismo en que se publicó, y no ha podido ejercer ninguna influencia vivificadora; uno de nuestros más grandes escritores, su traductor, fue perseguido hasta el extremo de que su nombre fue borrado por completo de nuestra memoria colectiva. Fue raído, habría escrito él mismo, Casiodoro de Reina, con su sentido visceral del idioma, su capacidad para combinar la inmediatez y la riqueza de la lengua popular con las tensiones máximas de la voluntad poética, con la necesidad de enriquecer y ensanchar el idioma español para que cupiera en él nada menos que toda la Biblia, el Antiguo Testamento y el Nuevo, desde el Génesis al Apocalipsis. La Biblia King James se publicó en Inglaterra en 1611, con pleno apoyo de la Corona, y gracias al trabajo sostenido de un equipo de traductores (John Updike decía que era una de las dos únicas obras maestras escritas por un comité, junto al informe oficial sobre los atentados del 11 de septiembre). A la manera española, Casiodoro de Reina parece que hizo él solo la mayor parte de ese trabajo ingente, y además lo hizo no en la tranquilidad de un estudio, con tiempo y sosiego por delante y una biblioteca a mano, sino mientras huía de un sitio a otro, por la Europa de la Reforma, la Contrarreforma y las guerras de religión. Nuestra Biblia castellana se terminó de traducir cuarenta años antes que la inglesa, pero se publicó en Basilea, en 1569, y los pocos ejemplares que llegaron de contrabando a España cayeron en manos de la Inquisición y fueron quemados por ella, igual que fue quemado el hereje que los introdujo en el país, del que se sabe que se llamaba Juanillo y era jorobado.

Si a Casiodoro de Reina no lo quemó la Inquisición fue porque había escapado a Ginebra en 1559. Lo quemaron, desde luego, en efigie, en 1562, en Sevilla, en un auto de fe en el que ardió también el cadáver sacado de la sepultura de otro perseguido que había muerto antes de que lo atraparan. Quemaron cadáveres y muñecos de cartón, y quemaron a personas vivas, entre ellas una mujer que había albergado en su casa reuniones clandestinas de disidencia religiosa. Ordenaron derribar la casa de la mujer y sembraron de sal el solar para asegurarse de que no pudiera crecer ni la hierba. Casiodoro de Reina estuvo en Ginebra, en Inglaterra, en Amberes, en Fráncfort, en Basilea, en Estrasburgo. Traducía la Biblia, ejercía como pastor de comunidades de españoles refugiados y vivía del comercio de la seda. Había sido monje jerónimo en Sevilla, muy cercano a los círculos erasmistas en los que abundaban los judíos y moriscos conversos. De Ginebra se marchó porque lo repugnaba que los calvinistas fueran tan aficionados como los católicos a quemar disidentes. Menéndez Pelayo, que no tuvo más remedio que admirar su talento literario, procura también desacreditarlo en su Historia de los heterodoxos españoles: dice que era un morisco granadino, y que cuando se marchó de Inglaterra fue huyendo de una acusación de sodomía.

Casiodoro de Reina escribe en un castellano prodigioso que está en el punto intermedio entre Fernando de Rojas y Cervantes, con una efervescencia expresiva que solo tiene comparación con santa Teresa, san Juan de la Cruz y fray Luis de León. Es una lengua poseída por la misma capacidad de crudeza terrenal y altos vuelos literarios de La Celestina; un castellano mudéjar, empapado todavía de árabe y de hebreo, forzado en sus límites sintácticos para adaptarse a las cadencias y las repeticiones y las exageraciones de la lengua bíblica. Es una lengua de campesinos, de hortelanos, de trabajadores manuales, con una precisión magnífica en los nombres de las cosas naturales y los oficios; y también es una lengua todavía muy descarada, muy sensual, no sometida a la monotonía sofocante de la ortodoxia, a la esterilización dictada por el miedo, a la hipocresía de la conformidad. Es una lengua para ser recitada, entonada, cantada en voz alta; para expresar la furia tan desatadamente como el deseo erótico; y también las negruras de la pesadumbre y los extremos del dolor. Traducidos por Casiodoro de Reina, el libro de Job o el Eclesiastés son, sin la menor duda, dos de las obras máximas de la poesía y de la sabiduría en español. Y el Cantar de los Cantares tiene una caudalosa alegría erótica para la que no creo que exista comparación en nuestro idioma: yo solo la he encontrado en la Bella del Señor de Albert Cohen, no por casualidad un descendiente de judeoespañoles: “Tu estatura es semejante a la palma, y tus tetas a los racimos. Yo dije: yo subiré a la palma, asiré sus racimos, y tus tetas serán ahora como racimos de vid, y el olor de tus narices como de manzanas. Y tu paladar como el buen vino, que se entra a mi amado suavemente, y hace hablar los labios de los viejos”.

Por cualquier página que se abra, la recompensa es deslumbradora. Las plagas con que el vengativo Jehová castiga a los egipcios son más terribles en el castellano de Casiodoro de Reina: “… Y a la mañana siguiente el viento oriental trajo la langosta. Y subió la langosta sobre la tierra de Egipto y asentóse en todos los términos de Egipto, y cubrió la haz de toda la tierra y la tierra se oscureció, y comió toda la yerba de la tierra y todo el fruto de los árboles, que había dejado el granizo, que no quedó cosa verde en árboles ni en la yerba del campo por toda la tierra de Egipto”.

Esta Biblia la publicó Alfaguara íntegra en su colección de clásicos en 2001. J. Antonio González Iglesias le dedicó una reseña excelente en estas páginas. Modernizada y hasta cierto punto simplificada es la misma que leen ahora mismo los protestantes de habla española. Que sea desconocida para casi todo el mundo es una de las calamidades de nuestra literatura, y de nuestro idioma. Como tanto de lo mejor que ha dado nuestro país, la Biblia de Casiodoro de Reina es un fruto de la heterodoxia y el destierro.

La Biblia del Oso. Traducción de Casiodoro de la Reina. Edición dirigida por José María González Ruiz. Alfaguara. Madrid, 2001.