lunes, 14 de julio de 2014

Del otro lado de la cordillera (6)

El moderador Paulo Slachevsky, director de la editorial LOM
La segunda mesa redonda de "Diagnóstico, posibilidades y perspectivas de la traducción literaria en Chile" estuvo conformada por Armando Roa Vial, Cristobal Joannon y Oscar Luis Molina, tres conocidos traductores chilenos y, en el caso de los dos últimos, también editores. La moderación de esa mesa, preentada como "Traducción literaria en Chile. Un pasado olvidado y un presente en deuda", estuvo a cargo de Paulo Slachevsky, director de la editorial LOM. Se reproducen, a continuación, el texto de inicio del moderador y un fragmento de la intervención de Roa Vial.

Traducción literaria en Chile.
Un pasado olvidado y un presente en deuda

El título de la mesa que nos reúne da bien cuenta del camino y desafíos de la traducción  en Chile.

Un pasado olvidado. En nuestro país se realizaron y publicaron muchas traducciones entre los años 30 el golpe. Zigzag, Nascimento y Ercilla jugaron un rol clave en ello. Los libros traducidos entonces circulaban por Hispanoamérica. Años atrás, cuando visitaron Chile Jose Emilio Pacheco y Sergio Pitol, recordaban que cuando niños leían en México los libros chilenos. Destaco en esos años la presencia de refugiados de la guerra civil española  y del intelectual peruano Luis Alberto Sanchez que dirigió Ercilla.  Durante la Unidad Popular, Quimantu las masificó. El golpe puso un abrupto fin a ese periodo.

Un presente en deuda. Sin duda que en estos años, hay un renacer en el ámbito  de la traducción. Con traductores y editoriales, particularmente las independientes y universitarias, que buscan reimpulsar este que hacer. Pero aún falta mucho por hacer. Existe clara conciencia de que no es posible pensar una industria nacional del libro consolidada sin un impulso significativo de la traducción en el país. En Chile, con 6045 títulos nuevos según el ISBN del año 2012, apenas se editaron 255 traducciones, solo 131 al español, 3 al mapudungun. 4,2% del total de publicaciones son traducciones, y apenas 2,2% a lenguas locales. Se traduce menos que en los países de la lengua central del sistema internacional de traducciones, Estados Unidos de Norteamérica e Inglaterra, que se destacan justamente por dejar un menor lugar a la traducción, donde estas representan menos de un 5 % del total de las publicaciones.

El castellano ya es en sí un idioma semi periférico en este sistema, el que se caracteriza por ser fuertemente jerarquizado y con una estructura centro periferia como da cuenta Johan Heilbron en su artículo “el sistema mundial de traducciones” (en “les contradictions de la globalisation editoriale” sous la direction de Gisele Sapiro. Nouveau Monde editions, Paris, 2009).  En países semi periféricos normalmente las traducciones representan  más del 15% del total de las publicaciones. En tal sentido, por el dominio de la lógica colonial en nuestros países, vivimos una doble periferia, la del español en el sistema internacional, y la de Chile, dentro de la lengua, realidad que comparten muchos de los países del continente frente a España.

Sin una clara conciencia del rol de la traducción en el fortalecimiento de las industrias nacionales del libro, y estrategias para impulsar este que hacer, difícilmente cambiaremos la realidad del dominio de España en la industria de la lengua, con todo el costo que ello tiene a nivel de la creación en la palabra escrita y de la diversidad cultural que aporta este que hacer.

Son en tal sentido múltiples los desafíos que tenemos en la región, para lo cual una acción mancomunada de traductores, editores junto al Consejo Nacional del Libro y la Lectura, puede sentar las bases de otra realidad, apostando creativamente en proyectos más comunitarios y creativos como son las coediciones con traducciones y la compra de derechos compartidos, junto a políticas públicas que fomenten este que hacer hacia el castellano y desde el castellano. Nos corresponde descentrar la periferia y a la vez, pensando desde Latinoamérica,  colaborar en multiplicar los “centros” periféricos.

También es necesario, poner en cuestión desde el mundo de la traducción la sacralización del derecho a propiedad y la excesiva criminalización en les leyes de propiedad intelectual y derechos de autor, en particular la lógica de la exclusividad, que posibilita en general la circulación de solo una traducción de las obras contemporáneas. Siendo la traducción también una obra, no es posible que se autorice solo una versión de un poemario.

Para profundizar estos y otros temas en relación a la realidad de la traducción en Chile, tenemos el gusto de poder compartir con tres destacadas figuras de este que hacer, todos traductores y ensayistas: Cristóbal Joannon; Armando Roa Vial y Oscar Luis Molina quien sin duda ha jugado un rol de maestro en la materia.


FOTO: Paulo Slachevsky - De izq. a der., Roa Vial,  Molina y Joanon
Un fragmento de la intervención de Roa Vial

Ezra Pound no se equivocaba cuando afirmaba que las grandes épocas de la literatura correspondían a grandes épocas de traducción. Muchos textos seminales de nuestra cultura son traducciones y, sin lugar a dudas, la presencia de éstas ha sido fundamental para la circulación de las ideas y para articular diálogos que han enriquecido diversas tradiciones autóctonas. La traducción, lejos de ser un ejercicio derivativo, es un género con credenciales propias, que vincula la literatura a la noción de obra abierta, inacabada, susceptible de infinitas relecturas y reescrituras. En Chile el trabajo traductoril irrumpe desde los albores de la república con las versiones que Camilo Henríquez hiciera de textos de Milton, y se sostiene luego con figuras tan relevantes como Andrés Bello y sus traducciones de Victor Hugo; ya en el siglo XX la importancia de la traducción es plenamente asumida por nuestros poetas más importantes, como Neruda o Huidobro, iniciándose un trabajo sistemático que va a continuar con Nicanor Parra, Armando Uribe y Jorge Teillier hasta nuestros días. Este trabajo, a pesar de su relieve, se debe abrir paso silenciosamente y sorteando diversas dificultades. A las ya consabidas restricciones que significa la ausencia de una cultura del libro y del fomento lector, se añade en Chile un paupérrimo nivel de comprensión de lectura. Los estímulos a la traducción son nulos y urge tomar cartas en el asunto. Por lo pronto debería implementarse un sistema de recursos públicos destinados a incentivar la traducción y, también, las editoriales deberían ampliar sus fondos con colecciones que facilitaran el cultivo del género 


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