jueves, 13 de febrero de 2014

Homenaje a José Emilio Pacheco (II)

Segunda parte del artículo de Susana Zanetti sobre José Emilio Pacheco y la importancia de la traducción de poesía en la obra del propio poeta

Traducciones, versiones y homenajes
en la poesía de José Emilio Pacheco (II)

Las versiones de Pacheco hacen del poema original un punto de partida hacia el encuentro con esa voz en la lengua propia: no descifrarlo, sino alcanzar la cifra en la que se confunden, cifra —de resonancias órficas— que es don de la palabra poética, pero concedida a todos los seres, afirmación corroborada a lo largo de su obra. Así sucede en “A sabiendas” de uno de sus últimos libros, Como la lluvia (2009), para sostener la presencia múltiple de la poesía, que fluye sin cesar para asegurar su permanencia: “Toda la noche escribe el cangrejo en la arena húmeda / el poema infinito de los mares. // Lo hace aunque sabe que al amanecer / vendrán las olas a borrar su escritura”. (p. 671)

Cuando en 1982 Pacheco rehúsa el pedido de entrevista de George B. Moore le envía la epístola “Una defensa del anonimato” (14) para aclararle que busca dejar en las  sombras la figura de autor —“a eso tienden mis versos y mis versiones” (p. 304)— y pensar en “una poesía anónima ya que es colectiva”, oblicuamente indicadas ya al atribuir a su heterónimo Julián Hernández un epígrafe que introduce la sección “Aproximaciones” de Irás y no volverás (1969-1972), un epigrama que recuerda la conocida frase de Lautréamont: “La poesía no es de nadie: se hace entre todos”. (15)

A partir de No me preguntes cómo pasa el tiempo (Poemas, 1964-1968) de 1969, título tomado del poeta japonés Li Kiu Ling, intensifica esta presencia tanto como el virtuosismo de las traducciones y su entramado con la ironía y el sarcasmo, siempre con un decir lacónico, ya visto en varios ejemplos, que impregnan de franco pesimismo la dimensión ética de sus poemas, en los cuales la ruina va volviéndose cotidianidad, en tanto el pasado se materializa en el presente. Culmina en el 2 de octubre de 1868, fecha de la matanza de Tlatelolco en la Plaza de las Tres Culturas y de la escritura del poema, “Lectura de los ‘Cantares Mexicanos’: Manuscrito de Tlatelolco”, en el que la Matanza del Templo Mayor, y sobre todo la guerra que destruye a México-Tenochtitlan, apoyado en las traducciones de los textos en náhuatl realizadas por el padre Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla, en Visión de los vencidos. A los textos mencionados en el título, procedentes del manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de México, de 1523, y del manuscrito anónimo de Tlatelolco, de 1528, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de París, se agregan citas del Códice Florentino, hoy en el Vaticano.

Del año anterior es Morirás lejos (1967), su única novela, construida también por la trama de voces y de textos, de versiones como la del título, tomado de Séneca, glosado por Pacheco.

No cesará de interrogar los sentidos de esta perduración de la palabra poética, sujeta además a la desvalorización y al olvido, en cuanto la concibe como un diálogo o conversación (“Llamo poesía a ese lugar de encuentro con la experiencia ajena”, dice en la carta a George B. Moore, p. 303). (16)

La afirmación de Tarde o temprano de 1980 (“Ignoro si este libro llega tarde o temprano. Sé que tarde o temprano no quedará de él ni una línea” 17) pareciera desvanecerse en esa red que reinventa la palabra, alimentada por los préstamos de versos de otros, de cruces simultáneos y de poemas a la manera de, etc. Lo vemos en los epigramas a la manera de Juvenal o en la serie de su otro heterónimo Fernando Tejeda, “Los amores (Estudio y profanación de Pierre Ronsard)”, que se funde con las operaciones similares en “Catulo imita a Cardenal”, parodiando los epigramas y las traducciones del poeta latino hechas por Cardenal, cuyos ecos persisten en los poemas amorosos de Pacheco. Así rinde homenaje a poetas clásicos o contemporáneos, orientales, europeos o latinoamericanos, a los angloamericanos, cuyo peso en la poesía del siglo XX puso de manifiesto en su conocido artículo “Notas sobre la otra vanguardia”. (18)  Cofradía ofrecida a los hombres como modelo que, en sus desplazamientos por el tiempo, el espacio y los idiomas, abre las compuertas a una comunicación más plena. Los títulos de sus libros y poemas también dan cuenta de ello.

Si en Como la lluvia son pocas las referencias a otros poetas, habituales en los libros anteriores, vuelve, en el apartado IV, “Celebraciones y homenajes”, a poner en escena el reconocimiento de un poeta a otro (al estilo de “Trébol” de Cantos de vida y esperanza), de Díaz Mirón a Darío, o de Darío a Francisco Toledo. Podríamos decir que son homenajes escritos “a la manera de”, así como se vale de la epístola clásica en tercetos encadenados para la escritura de la que Lope de Vega dedica a Cervantes. Estas invocaciones se ciñen a los clásicos grecolatinos —Safo, Séneca, Propercio— y del Siglo de Oro español —Cervantes, Lope, Calderón, Quevedo— y en nuestro ámbito a Darío. Recurre además a la pluralidad de voces a través de los “once poemas dementes” del heterónimo Alonso Cañedo, como en libros anteriores lo habían sido Julián Hernández y Fernando Tejeda.

“Como la lluvia”, repetido en el título al libro, proviene de la inscripción de un poema en un muro sepultado entre las cenizas de Pompeya. Ahora es reescrito por el sujeto lírico después de dos mil años, negando así al mismo tiempo el ambiguo escepticismo ante sus concepciones del pasado sobre los modos de perdurar de la poesía al concluir su poema (“Dos mil años después de que el Vesubio / sepultó entre cenizas a Pompeya / encontraron un muro en que estaba escrito: // Nada es eterno. Brillan los soles y en el mar se hunden. / Arde la Luna y se desvanece más tarde. / La pasión de amor / se termina también / como la lluvia. // Al tercer día de copiado el grafito / el yeso en que lo inscribieron se vino abajo. // Se acabaron los versos / como la lluvia. (p. 651).

Sabe también Pacheco que es solo parte de una red, solidaria en el tiempo y el espacio: “Y cada vez que inicias un poema / convocas a los muertos // Ellos te miran escribir / te ayudan”. (“D. H. Lawrence y los poetas muertos” de Irás y no volverás). Esos muertos son con frecuencia “adictos” como Pacheco a la traducción y a la cita. Celebra así a Ezra Pound cuando traduce “Lamentación del guardafronteras” en Miro la tierra, porque su libro Cathay (1915) ha “determinado la forma de leer y traducir la poesía de Oriente en los países occidentales” y porque lo ha hecho valiéndose “de una traducción de una traducción […] incitándonos a hacer nuestra la poesía ajena, a hacer nueva la poesía antigua y puede llevar la firma de las iglesias medievales: Adamo me fecit. No importa si Pound sabía o ignoraba el chino y el japonés. No importa quién lo escribió”. (1ª edición, 1986, p. 72)

El haiku será una de las experiencias poéticas japonesas que han estimulado la escritura de Pacheco. En Irás y no volverás expresa esa adhesión en los epígrafes de buen número de poemas y en haikus tan espléndidos como estos: “Alba en Montevideo” — “La noche lentamente se deshace en la luna / que avanza llena de eternidad” (p. 142) o en “Amanecer en Buenos Aires” —“Rompe la luz el azul celeste / amanece en la plaza San Martín / en cada flor hay esquirlas de cielo” (p. 142). También ésta que alude a uno de los poetas traducidos en sus comienzos (“La cabellera”), titulado “Gato”: “Ven / acércate más / eres mi oportunidad / de acariciar al tigre // y de citar a Baudelaire”. (pp. 142 y 146 respectivamente). Algunos breves poemas complejizan la mezcla, como sucede en “Rilke y Yeats”: “Ayúdenme a escribir / abran las puertas / que hasta el orden conducen / y rescaten mi alma / de esa jaula / en que mi voluntad / brama entre rejas.” Entrecruza aquí los momentos más intensos del famoso poema de Rilke, “Der Panther”, en el cual la interioridad enajenada del poeta se funde con la de pantera enjaulada (“er nichs mehr hält” y “durch der Glieder angespannte Stille und hört im Herzen auf zu sein”), escritos en un idioma que lamenta ignorar. (19)

“Escribir la poesía no puede ser sino reescribirla, repetirla insinuando alguna variante que le dé alguna justificación y actualidad […]. El gesto individual del poeta se inscribe en el marco de una tradición y la prolonga, reinterpretándola”, afirma con razón José Miguel Oviedo, en su artículo de la valiosa compilación de Hugo Verani, quien define a su vez la poesía de Pacheco como “palimpsesto de lecturas” (p. 54). Cenizas de huellas tejen una red donde ellas vuelven a significar, en un presente de catástrofe en el que se desvanece la memoria de los espacios de la infancia y de la identidad de la ciudad de México, expresada de lleno en la sección inicial de Miro la tierra (1983-1986), “Las ruinas de México (Elegía del retorno)”, que se respaldan en un fragmento del poemario de este nombre del poeta modernista mexicano Luis G. Urbina compartiendo el mismo sentimiento de extranjería ante los cambios producidos por la especulación urbana, (20) responsable en buena medida del número de muertos causados por el terremoto de 1985, muertos a quienes dedica el libro, cuyo título cita unos versos de Rafael Alberti. “Ley de extranjería”, denomina a la sección inicial de El silencio de la luna, en la que el sujeto lírico reescribe palabras del uruguayo Juan Carlos Onetti en su exilio en Madrid aludido en el título del poema —“Sin excepción nacemos / para el fracaso. / La derrota / es el destino único para todos. Nadie se salva”, p. 400—, (21) exilio que ya anunciaba como ínsito a la existencia del arte en el epígrafe del libro, tomado de Vladimir Holan: “…y Picasso… entendió bien / que la inmortalidad del arte / está en el tiempo, el pecado, el exilio; / que el sol tiene la obligación de rescatar / las lágrimas, las fuentes, los ríos y los mares: todo en vano” (p. 384). En “¿Qué tierra es ésta? Homenaje a Rulfo con sus palabras” reproduce estrictamente las voces tomadas de “Nos han dado la tierra” de El llano en llamas, para dar cuenta del exilio y la derrota compartida por el campesino traicionado por el reparto de tierras por el gobierno revolucionario, singularizado por detalles del llano desértico que por momentos se hacen imprecisos, más generales, trascendiendo la situación singular a la condición humana de innumerables víctimas: “¿Qué tierra es ésta? / ¿En dónde estamos? […] Digan si hay aire y nubes. / Si hay esperanza. / Si contra nuestras penas / hay esperanza…” (pp. 63 y 65).

En las “Aproximaciones”, junto a la excelente traducción en sonoridad y precisión de las significaciones de poemas de Victor Hugo, se destacaban también las versiones de homenaje a Pound y a Manuel Bandeira, y sobre todo su “Nueva lectura de la Antología griega”, reinvención de textos clásicos que vuelven a decir una historia que se repite, irónicamente tratada en la reflexión de este epigrama de Calímaco: “Epitafio del reverendo Malthus”: “Apiádate, demógrafo, de mi castigo eterno: / más poblado que el mundo está el infierno”. No pierde Pacheco, sin embargo, la imagen refinada, a veces también levemente irónica, que lo caracteriza, como en “Estratón”: “Crueldad: Desnuda te recuestas en el frío mármol / que no puede tocarte.”

Ciudad de la memoria vuelve al tema de Miro la tierra, acudiendo otra vez a indicarlo desde el título, que procede de un poeta muy querido de Pacheco, Enrique Lihn (“Vivimos todos en la ignorancia total, en la ciudad de la Memoria. Borrada.”), epígrafe que intenta contradecir en los diálogos que abren los homenajes (a Vallejo, entre otros) y los encuentros de poetas (“Bécquer y Rilke se encuentran en Sevilla” o César Vallejo y Cernuda en Lima, p. 157), desde el desolado y espléndido primer poema “Caracol (Homenaje a Ramón López Velarde)”, que así comienza: “Tú, como todos, eres lo que ocultas. Adentro / del palacio tornasolado, flor calcárea del mar / o ciudadela que en vano / tratamos de fingir con nuestro arte, / te escondes indefenso y abandonado, / artífice o gusano: caracol / para nosotros tus verdugos.” (p. 353)

Quizás el ejemplo más notable de esta presencia es el ya citado “Lectura de los Cantares Mexicanos: Manuscrito de Tlatelolco”, cuya primera versión en No me preguntes cómo pasa el tiempo, reescribe y amplía en Desde entonces (1980), donde introduce voces de las víctimas y de la represión del ejército a la manifestación en la Plaza de las Tres Culturas en 1968, diez años más tarde, y así lo explicita el título de la nueva parte del poema, “Las voces de Tlatelolco, octubre 2, 1978”. Despliega ahora la unión en el tiempo de textos que vuelven a esa historia de destrucción señalada por la Matanza del Templo Mayor, el sitio de México-Tenochtitlan; voces plurales y anónimas también, que se conjugan con las voces recogidas por Elena Poniatowska en La noche de Tlatelolco (1971), sean de frases de la propaganda de la manifestación o de la órdenes de las fuerzas de la represión, confundidas con la búsqueda de familiares o la acumulación de cadáveres.

Versiones, epígrafes, citas de otros textos en el interior de sus poemas, junto con los homenajes y la convicción de que toda poesía encierra un préstamo, asumiendo en esta afirmación el legado de Nezahualcóyotl, varias veces aludido, haciendo suyas las palabras del poeta texcocano en “Homenaje a Nezahualcóyotl”, según las traducciones de Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla, con las que nuevamente introduce significaciones del instante, y las concepciones del destino del canto, haciendo suyos también los modos de composición, como la repetición de la lengua náhuatl, con los cuales el poeta sellaba su singularidad en una nueva combinatoria de un canon cerrado de figuras, resignificando al mismo tiempo el sentido que esa poesía daba al préstamo. Así comienza el poema: “No tenemos raíces en la tierra. / No estaremos en ella para siempre: / Solo un instante breve. // También se quiebra el jade / y rompe el oro / y hasta el plumaje del quetzal se desgarra // No tendremos la vida para siempre: / solo un instante breve”.

Es esta primera parte versión del final de “El árbol florido (Diálogo de  poetas)”: (22) “¿Es que acaso se vive de verdad en la tierra? / ¡No por siempre en la tierra,/ solo breve tiempo aquí! / Aunque sea jade: también se quiebra; / aunque sea oro, también se hiende, / y aun el plumaje de quetzal se desgarra: / ¡No por siempre en la tierra: / sólo breve tiempo aquí!” (p. 186)

En la versión de Pacheco conjuga este fragmento con otros similares, que divide en dísticos en silva, es decir, en la combinación de endecasílabos y heptasílabos, forma clásica de los Siglos de Oro, pero conservando las reiteraciones particulares de la llamada poesía azteca.

Las últimas tres partes se valen de la concepción de la divinidad, dueña de la vida y de la escritura, expresadas sobre todo en “Como una pintura nos iremos borrando”: “En el libro del mundo Dios escribe / con flores a los hombres / y con cantos / les da luz y tinieblas. // Después los va borrando: / guerreros, príncipes, / con tinta negra los revierte a la sombra. // No somos reyes: / somos figuras en un libro de estampas.” Y concluye: “De lo que ven mis ojos desde el trono / no quedará ni el polvo en esta tierra”. Vuelve aquí a universalizar las tradiciones o la historia y la realidad mexicana tejiendo lazos con la cultura clásica, en la versión de las “Odas I, II” de Horacio. Cito solo los dos últimos versos: “Aprovecha el instante / porque el futuro no nos pertenece”. (23)

En la continua presencia de textos de muy diversa índole y de muy diverso lugar y tiempo, me interesa destacar, en la recurrencia incesante del reconocimiento del legado mexicano y hispanoamericano, el modo en que singulariza la figura de Rubén Darío a partir de “Declaración de Varadero”, escrita para el centenario del nacimiento del poeta, celebrado por la revista Casa de las Américas en La Habana en 1967. Como es habitual en él, Pacheco modifica el texto en las sucesivas ediciones de Tarde o temprano, de 1980 al 2000.

Los cambios buscan la condensación liberada de detalles, como en general hace en todas las correcciones en la compilación de su obra. El texto de 1967, evidentemente una elegía (“En su principio está su fin. Y vuelve a Nicaragua / para encontrar la fuerza de la muerte” son sus versos iniciales), comenta la concepción dariana de la poesía y se distancia de su estética (“Las palabras / son imanes del polvo. / Los ritmos amarillos caen del árbol. /la música deserta / del caracol / y en su interior la tempestad dormida / se vuelve sonsonete o armonía / municipal y espesa, tan gastada / como el vals de latón de los domingos.”), reconociendo al mismo tiempo la permanencia de su obra (“Nosotros somos los efímeros”) pues “solo el árbol tocado por el rayo / guarda el poder del fuego en su madera / y la fricción libera esa energía”. Desde la edición del año 2000 se repiten solamente estos últimos tres versos. Como la lluvia vuelve a la imagen del árbol que reverdece en nuevas lecturas (“Desde el tocón reverdece / cada vez que mueve sus páginas / el viento de otra mirada. // Mañana qué distinto / será leerlas / con otros ojos / hoy impensables todavía”, p. 702).

Pocas páginas más adelante de la de textos de la primera edición de No me preguntes cómo pasa el tiempo, en “Nuevamente Darío” Pacheco deja en claro la perspectiva que elige para su celebración de la estética de la poesía dariana, centrada en la imagen simbólica del cisne de Prosas profanas, no en textos que pudieran volverla más cercana a sus coincidencias con la antipoesía, siempre dentro de ciertos límites, o con la crítica social y política que ha asumido, pues la poesía de Darío le daba posibilidades de ello. Reitera ese tramado que conjuga herencias y consonancias diversas que constituye su concepción de universalidad, en un homenaje sin reparos, conservando el texto sin alteraciones; es más subraya con la mayúscula inicial el valor dado al cisne: “Oscuridades del bajorrelieve. / Figura maya,/ y de repente / como-una-flor-que-se-desmaya / (tropo Art Nouveau y adolescente) / el Cisne de ámbar y de nieve”. (p. 75)

Como la lluvia reitera esta confianza en un legado que atempera los riesgos de la poesía derrotada por el tiempo: lo prueban los clásicos grecolatinos y de los Siglos de Oro. Para Hispanoamérica apuesta a momentos de origen; por una parte, los mitos y cosmogonías mesoamericanos y la antigua palabra de los poetas; por otra la fundación de la poesía moderna por el modernismo, simbolizada por los textos darianos, que promueven a la vez el encuentro en la cofradía imaginaria que diseñan los versos de “Un soneto atribuido a Salvador Díaz Mirón para elogiar a Darío y dolerse de no  haberlo visto cuando pasó por Xalapa en 1910”: “En tu viaje a la isla de Citera / vas por  cumbres y abismos irisados, llenos de oro y ceniza enamorados. // Allí en costas de azur  la muerte espera. / No tocará tus versos: son sagrados. / En ellos todo el año es primavera”.  Pero esa cofradía tambalea amenazada por el olvido, hablan de ello un buen  número de poemas de José Emilio Pacheco, y sobre todo el epígrafe inicial que ha escogido para las ediciones de Tarde o temprano, su traducción de “East Coker”, de los Cuatro cuartetos de Eliot:

… pero no hay competencia:
Sólo existe la lucha para recobrar lo perdido
y encontrado y perdido una vez y otra vez
y ahora en condiciones que parecen adversas.
Pero quizá no hay ganancia ni pérdida:
Para nosotros sólo existe el intento.
Lo demás no es asunto nuestro.


Notas
14 Incluida en Los trabajos del mar (1983). En la edición de 2009, por la que cito, cambia la disposición de los versos.

15 El “Apéndice” que cierra No me preguntes cómo pasa el tiempo (1964-1968) introduce el “Cancionero  apócrifo” de los dos heterónimos en que enmascara Pacheco sus ideas sobre la poesía, “Legítima defensa”  de Julián Hernández (1893-1955), con su breve presentación biobibliográfica, y del mismo modo a  Fernando Tejeda (1932-1959), cuyos poemas recrean poemas de Ronsard.

16 Del año anterior es Morirás lejos (1967), su única novela, construida también por la trama de voces y de textos, de versiones como la del título, tomado de Séneca, glosado por Pacheco.

17 La cita pertenece a la “Nota”, de la edición de 1980, p. 11, suprimida en la edición de 2000 y 2009.

18 En Revista Iberoamericana, nº 106-107, enero-junio de 1979, pp. 327-334.

19 (Goethe Gedichte: “Orbes de música verbal / silenciados / por mi ignorancia del idioma” incluido en No me preguntes cómo pasa el tiempo. La disposición de los versos en la página de la primera edición fue modificada por una más tradicional en las ediciones posteriores.

20 Dice el fragmento: “Volveré a la ciudad que yo más quiero / después de tanta desventura pero / ya seré en mi ciudad un extranjero”. (p. 11)

21 “Juan Carlos Onetti en Santa Elena” es el título de este poema.

22 Utilizo la compilación de José Luis Martínez, Nezahualcóyotl. Vida y obra, México, Fondo de Cultura
Económica, 1972.

23 Tarde o temprano, 2º ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1986, pp. 300-301 y 305.


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