miércoles, 27 de noviembre de 2013

Una de diccionarios

Traductora española de ensayo y humanidades en lengua francesa, además de profesora de traducción en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid y traductora e intérprete jurada, Alicia Martorell publicó hoy, en El Trujamán, la siguiente columna sobre a un tema que a todos los traductores interesa. Nos regocija saber que no se menciona al DRAE, que, como Borges solía decir, es “un cementerio de palabras”

El orden alfabético

He pasado la mayor parte de mi vida profesional coleccionando diccionarios: las visitas a las secciones especializadas de las librerías y a los libreros de viejo han constituido durante años seña de identidad y signo de reconocimiento entre colegas.

Los tengo de los temas más variados: textiles, arquitectura, matemáticas, cine, meteorología, informática… Llenan más de dos metros lineales de librería.

Sin embargo, tengo que reconocer que ya casi no uso la mayoría de ellos.

Los veo en los estantes acumulando polvo y me duelen las horas pasadas acaparando, descubriendo en rincones ignotos, transportando y clasificando esos sacos cargados de palabras, pero mis hábitos de trabajo han cambiado.

Los bilingües, salvo excepciones (que casi siempre son glosarios normativos o algunos pocos de estructura y calidad excepcional), se quedaron hace mucho en la cuneta. ¿Cómo va a ser posible casar dos términos en dos idiomas sin contexto y sin definiciones, sin fuentes y sin referencias? En otros tiempos, no había otra cosa, así que no me horrorizaba como ahora aceptar que dos términos significaban lo mismo sin saber ni siquiera qué significaban.

Otros simplemente se han quedado obsoletos, pero eso ya es más normal: las técnicas evolucionan o simplemente desaparecen y son sustituidas por otras.

Otros, que quizá fueron mi única guía para un tema determinado, demostraron con el tiempo su carácter cojitranco. Ahora los miro y me pregunto cómo no vi que no valían un pimiento. Quizá por eso: porque no tenía otra cosa.

Algunos los sigo usando tanto como antes: son los diccionarios enciclopédicos, los que son autoridad en un tema determinado, los más especializados. Todos son monolingües sin excepción y tratan de botánica, filosofía, historia, conceptos jurídicos, mitología… Hace mucho que les hice el honor de sacarlos del estante de los diccionarios y colocarlos en el estante de su especialidad, que es donde deben estar.

También conservo y sigo usando todos los días los diccionarios de la lengua pero, salvo el María Moliner, que prefiero en la edición previa al innecesario lavado de cara, todos se pueden consultar en línea. Los de carácter lingüístico: etimológicos, de sinónimos, de anglicismos, de términos griegos o latinos, de topónimos… también son herramientas cotidianas.

Y el más querido, el de todos los días, el que me ayuda a escribir mejor, a ampliar mi vocabulario, a despegarme del original: el Corripio. Ya lo he comprado tres veces porque el uso constante lo desloma, pero si tuviera que llevarme un diccionario a una isla desierta es sin duda el que elegiría.

Quizá es que ya no busco por orden alfabético las palabras que necesito para trabajar: las trato de capturar allí donde están pastando con sus semejantes, en los manuales, en los croquis, en los libros de consulta: en su contexto.


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