jueves, 23 de mayo de 2013

Rescate y revalorización de Pablo Lafargue




El 21 de mayo pasado, Lourdes Arencibia Rodríguez publicó el siguiente artículo en la sección Tradutore Traditore de la revista virtual Cuba Literaria


Pablo Lafargue (1841-1911) 
traductor de
El Manifiesto Comunista 
y El Capital
primer crítico literario marxista y primer marxista cubano.

                                                                                
                                                           A Alfredo Guevara, in memoriam

Por múltiples razones, algunas de las cuales quedarán más que evidenciadas en este trabajo, nada de lo que haya escrito Pablo Lafargue —así tenga que ver directamente con sus ideas políticas y sus experiencias y vivencias de militante marxista, o sobre cualquiera de los muchos temas y actividades que ocuparon su mente, su tiempo y su pluma a lo largo de su fructífera existencia— puede dejar indiferentes a sus lectores y mucho menos a sus compatriotas. Sin embargo, estas reflexiones —huelga advertirlo desde los párrafos liminares— no versan directamente sobre las luchas revolucionarias de aquel socialista consecuente, sino que se orientan a su labor como traductor y crítico literario, una faceta de su quehacer que, hasta hoy, ha pasado totalmente inadvertida en su país.

Nunca será tarde para el rescate y la revalorización. Colocar a Pablo Lafargue en el lugar cimero que le corresponde en la historia y la cultura cubanas es más que un deber y más que una demostración de afinación para el análisis o un ejemplo de buena puntería. Es una prueba de cordura que el estudioso de cualquier época y latitud siempre agradecerá, independientemente de las convicciones políticas que le animen.

Pablo Lafargue era de origen cubano; descendiente, por línea paterna, de francés girondino y de mulata dominicana, y por línea materna, de judío francés y de india taína. Este insólito ajiaco de razas, culturas y geografías circulaba en su sangre e incidió de modo muy directo en su personalidad y en su respuesta ante la vida.1 Nació el 15 de enero de 1841 en Santiago de Cuba, capital política y cultural de la región oriental de la isla, a donde fue a parar la familia, como la de los primos Heredia y la de muchos otros terratenientes acomodados, cultivadores de café en Santo Domingo, que se radicaron en el oriente cubano huyendo de la convulsa situación sociopolítica que imperaba en Haití.

Cuando Pablo tenía nueve años, los Lafargue se trasladaron a Francia. Allí completó su instrucción hasta terminar su carrera de Medicina y entabló amistad con personalidades que dejarían una profunda huella en su pensamiento y sus proyecciones. Fue discípulo y yerno de Carlos Marx, en virtud de su matrimonio —celebrado el 2 de abril de 1868—con Laura, la segunda de las hijas de aquel y una admirable y destacada mujer que le siguió hasta la muerte.

En consecuencia, sin discusiones ni disensos históricos sobre el particular, se le considera el primer marxista cubano, y además de haber sido médico clínico y cirujano, anarquista, activista revolucionario y fotógrafo, fue traductor de El Manifiesto Comunista —de consuno con Jenny de Westfalia, esposa de Marx— y de algunos capítulos de El Capital, que tradujo durante su estancia en España para paliar los efectos que las malas traducciones de las principales obras del marxismo que circulaban en aquel país habían provocado entre la clase obrera, adulterando y entorpeciendo la comprensión de sus esencias.
También a él se debe la iniciativa de celebrar el Primero de Mayo como Día Internacional del Trabajo, lo cual dio a conocer en el marco del Congreso de la Internacional Socialista de 1889. Fue, además, fundador del Partido Obrero Francés (1880), en unión de Jules Guesde, y comunero en París y en Burdeos.

Se destacó como periodista y escritor. Entre sus obras, figuran varias publicadas —con o sin pseudónimo— en la prensa de su época, las cuales permiten considerarlo el primer crítico literario marxista que ejerció como tal en la segunda mitad del siglo XIX en Europa.

En Cuba, empero, lamentablemente sobran dedos para contar los estudiosos de Pablo Lafargue referenciados que comprometieron su pluma en español en los cuarenta primeros años ulteriores a su desaparición física acaecida el 25 de noviembre de 1911. En su mayoría, se manifestaron en el período que antecede al decenio de los sesenta. Entre ellos, cabe citar el artículo de Humberto Lagardelle: “Pablo Lafargue, el gran socialista cubano”, publicado en la Revista Bimestre Cubana (vol. X, no. 1, enero-febrero de 1915); la “Nota sobre Pablo Lafargue”, de Carlos Rafael Rodríguez, en Dialéctica (vol. 1, mayo-junio de 1942). En 1943, Ediciones Sociales publicó en La Habana, con el título de Karl Marx, recuerdos de su vida y su obra, textos extraídos del extraordinario estudio biográfico escrito por Lafargue sobre su suegro, titulado “Recuerdos personales de Carlos Marx” —incluido por D. Riazanov en su antología de textos titulada Carlos Marx como hombre, pensador y revolucionario, Buenos Aires, 1932—; la revista Cuba Socialista publica, en 1962, el extenso artículo “Evocación a Pablo Lafargue”, de Raúl Roa García, otro cubano inolvidable. Y no hay mucho más…

Naturalmente, no descarto la idea de que haya algunas otras referencias cuya involuntaria omisión solo achaco a mi desconocimiento. Es muy probable, por ejemplo, que en el Instituto Superior Pedagógico de Lenguas Extranjeras de La Habana, que lleva su nombre, fundado en 1977 y donde se han formado no pocos traductores y especialistas de la lengua, algunos egresados o profesores le hayan dedicado trabajos de tesis o de homenaje a los cuales no he tenido acceso.

Cabe señalar que a partir de 1959, en Cuba se hizo un silencio casi absoluto sobre la obra escrita de Lafargue. Recientemente, el número 254, de enero-marzo de 2009, de la prestigiosa revista Casa de las Américas publicó un artículo de Carlos Fernández Liria, filósofo español y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, titulado “Un siglo de pereza y comunismo”, dedicado a comentar las ideas políticas de Lafargue expuestas en el conocidísimo y medular ensayo “El derecho a la pereza”, cuya aparición data de 1880 (edición en español de la Editorial Fundamentos, Madrid, 1991, traducida por Manuel Pérez Ledesma y publicada con un “Estudio preliminar” de este último).

Sin embargo, un intelectual cubano trabajó incansable y silenciosamente en la figura de Pablo Lafargue: Alfredo Guevara. Cuando falleció, el pasado 19 de abril, Alfredo estaba precisamente enfrascado en la compilación de materiales y la edición de sendas investigaciones sobre la vida y la obra del santiaguero. Como el eslabón más modesto y anónimo de su equipo de trabajo para esa labor, me cupo la satisfacción de traducir, para él, cuatro de los siete ensayos de Lafargue sobre crítica literaria y algunos otros textos. Siguiendo el orden cronológico de su publicación, los ensayos en cuestión son:

“Safo” —Aparece, sin firma, Le Socialiste, periódico del Partido Obrero Francés (9 de enero de 1886)—.
“Las canciones y ceremonias populares del casamiento: estudio sobre los orígenes de la familia” —Publicado, bajo el pseudónimo de Fergus, en la Nouvelle Revue (noviembre-diciembre, 1886)—.

“La leyenda de Victor Hugo” —A pesar de lo que su título permite suponer, más que un texto de crítica literaria es un artículo político,escrito en 1885, a raíz de la muerte del literato francés; en su momento no encontró editor. Difundido por primera vez, en alemán, por Die Neue Zeit (1888), reapareció tres años después, en francés, en la Revue Socialiste, de Benoit Malon, y llegó a alcanzar notable éxito cuando se editó definitivamente como folleto (1902)—.

“El darwinismo en el teatro” —Rubricado simplemente como Pablo, se publicó, traducido al alemán, en Die Neue Zeit (1890). El texto original, en francés, se extravió; únicamente se cuenta con la versión del periódico germano—.

“El dinero de Zola” —Dado a la estampa, también en traducción al alemán, en 1891. El original corrió idéntica suerte que la del texto antes señalado—.

“La lengua francesa antes y después de la Revolución” —Dado a la estampa en la Ere nouvelle (enero-febrero, 1894)—.

“Los orígenes del romanticismo; estudio crítico sobre el período revolucionario” —Publicado en Le Devenir Social (junio, 1896)—.

Desde una interpretación materialista de la historia, Lafargue profundiza en las manifestaciones originarias del ser humano omnipresentes en la literatura. Parte de la incontrovertible realidad —ya señalada bien atrás por el pensamiento filosófico en varias latitudes, y repostulada por él— de que el lenguaje precedió al pensamiento abstracto, lo mismo que los signos y los gestos a la lengua oral. No obstante, no deja de advertir que es el factor económico lo que hace imposible aislar la lengua de su medio social, donde se reflejan la lucha de clases, las relaciones sociales, los modos de producción. Así lo pone de manifiesto, tanto en el estudio sobre Darwin, como en el del romanticismo o en el que recoge las canciones y ceremonias a través del folclor. No por azar dos de esos ensayos llevan los subtítulos: “estudio sobre los orígenes de la familia” y “estudio crítico sobre un período revolucionario”. En ambos, se propone demostrar que, a través de las formas políticas, jurídicas, sociales, folclóricas, cuando los cantores del pueblo reiteran los temas —independientemente de su origen racial, ubicación geográfica, desarrollo cultural, lingüístico, filosófico o literario—, no hacen sino manifestar la dinámica de las relaciones económicas en movimiento; y si muestran rasgos similares y atraviesan etapas idénticas, es porque su evolución histórica, lejos de estar predeterminada, ha dependido del desarrollo de las fuerzas productivas. Son, pues, las condiciones económicas y sociales similares las que explican las formas y las expresiones análogas de pensamiento.

De su trabajo como traductor, Roa nos cuenta:

A mediados del año (1867), el primer volumen de El Capital estaba ya listo para las prensas. La fatigosa labor de poner en limpio el manuscrito, a cargo de Jenny de Westfalia, lindó con la proeza. Lafargue, que había compulsado las citas, sugirió a Marx que se publicase alguna primicia en Francia. El 12 de septiembre, Marx le comunica a Engels, con satisfacción no exenta de orgullo, que Laura y Pablo “han pasado la velada haciendo la traducción del prefacio para Le Courrier Français”.2

Notas:
1- Paul Luis, en sus “Cent Cincuent Ans de Pensée Socialiste”, Paris, 1947, y el cubano Francisco Domenech, en “Tres hombres y una época”, La Habana, 1937 (por cierto, el primero de sus compatriotas —que sepamos— que escribe sobre Lafargue), se asombran de la confluencia de semejante mezcla de sangres —caribe, judía y mulata-india— en una misma persona, origen genético seguramente causal de su impetuoso temperamento.
2- Raúl Roa: art. cit., p. 14.

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