martes, 19 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (14)

Las respuestas de dos  traductoras, una argentina y otra chilena, especializada en lengua alemana.

Carla Imbrogno

Formada en la Universidad de Buenos Aires y en la de Friburgo, se desempeña como traductora de alemán, editora y periodista cultural, y es curadora de Programación Cultural y responsable de Relaciones Institucionales en el Goethe-Institut Buenos Aires. Ha traducido prosa de JeremiasGotthelf, Franz Rosenzweig, Georg Simmel, Witold Gombrowicz, Moritz Rinke, Alexander Kluge y Mauricio Kagel, libretos de ópera contemporánea, guiones cinematográficos y piezas teatrales de Elfriede Jelinek y René Pollesch, entre otros. Escribe prosa breve y poesía. Es autora de Die Dauer der Greta Bo (La duración de Greta Bo), incluido en la antología Die Nacht des Kometen. Argentinische Autorinnen der Gegenwart, Zúrich, edition 8, 2010.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Traducir es escribir y escribir es traducir mundos posibles. Creo que muchos estaremos de acuerdo en ese sentido. En los últimos años me estuve dedicando bastante a la edición de traducciones. La ediciónde una traducción (como la de un original) va más allá de la revisión. La revisión (ver algo con atención y cuidado, someterlo a nuevo examen para corregirlo o enmendarlo) muchas veces se queda a mitad de camino de lo que efectivamente suele necesitar una traducción para estar terminada. Por lo menos en el caso de los textos que vienen del alemán, esa tarea de editar traducciones ajenas me hizo tomar conciencia abrupta de la diferencia entre traducir y escribir. Cuando estoy ante una traducción con el mandato de editarla, la sensación a veces es que le falta una vuelta de tuerca. Que por más correcta que sea, le falta atravesar sus propias capas, ir hasta el fondo de sí misma, hasta sus últimas consecuencias. Como si, por el pudor de estar traduciendo, el traductor hubiera frenado antes de tiempo. La sensación es que a la traducción le falta revolcarse en la lengua meta: ensuciarse. A la traducción terminada, muchas veces, le falta escritura.
En cuanto a escribir y traducir como procesos de escritura: cuando traduzco, antes de pasar al momento del enchastre, el camino es el de una espiral (vuelvo a empezar una y otra vez, retomo las frases, reescribo alejándome cada vez más del punto de partida). Cuando escribo, “lo poético es recolectar” (Alexander Kluge): dedico muchísimo tiempo a coleccionar asociaciones libres que recién después me pongo domesticar por escrito, en forma bastante aleatoria también.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Tengo problemas con los “debe” y sé que uno podría ponerse muy específico y discutir. Pero en general opino que una buena traducción no grita a los cuatro vientos: “¡Soy una traducción!”.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No creo que “deba” ser más visible el traductor que la traducción como tampoco creo que deba ser más visible el autor que cualquier texto de su autoría. Recuerdo ediciones de antes: sin biografías extensas en la solapa.


Pola Iriarte Rivas
Estudió periodismo en la Universidad de Chile. Trabajó como redactora de cultura de la revista Cauce, corresponsal del Servicio para la Mujer Latinoamericana de la agencia IPS, editora general del programa de Radio Mujeres Hoy, editora general de la revista Innovaciones Locales y docente en la carrera de Comunicación Social de la Escuela de Estudios Superiores, vivió durante casi una década en Europa, mayoritariamente en Alemania. En ese país, fue alumna oyente durante dos años de la carrera de Licenciatura el Literatura española de la Universidad de Hamburgo,  y trabajó para los servicios latinoamericanos de la agencia de prensa alemana (dpa) y la radio alemana (dW), en el área de cultura. Vuelta a Chile en 1998, se ha desempeñado como editora, traductora e intérprete. En el ámbito de la traducción literaria, ha traducido diversas novelas desde el alemán, entre ellas, Casandra de Chista Wolf (Cuarto Propio) y MOI de Heiko Michael Hartmann (Andrés Bello) y más de 15 obras de teatro, entre ellas La obra y Los contratos del comerciante de la Premio Nobel Elfriede Jelinek. En 2005 fue invitada por el Festival de teatro de Mülheim (Alemania) para participar en un taller de traducción teatral y en 2009 participó como invitada de la Academia de verano de traductores literarios del Literarische Colloquium Berlín en la capital alemana. En 2007 obtuvo el Diploma de trabajo destacado, por la traducción de la obra de teatro Sex según Mae West de René Pollesch, Premio Teatro del Mundo de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Tanto la traducción como la escritura constituyen procesos creativos cuya materia prima es el lenguaje. Autor(a) y traductor(a) se enfrentan al desafío de construir a partir de las palabras: realidades, historias, atmósferas, imaginarios. Ambos (as) deben ser capaces de transportar al lector(a) no solo a un determinado universo argumental, sino también a un universo emocional y sensorial, el de la rabia, la pena, el dolor, la felicidad, el asombro, la risa o la desesperación, a la vez que provocar extrañeza, familiaridad, identidad, rechazo…
Para lo anterior, evidentemente, es fundamental el acabado conocimiento y manejo del idioma, sin el cual ni la escritura ni la traducción lograrán superar el nivel de lo anecdótico, lo literal, lo evidente.
Por cierto, el punto de partida de ambos actos creativos es donde radica la mayor y sustancial diferencia. Mientras la escritura constituye un ejercicio “libre”, en el sentido de que no hay más sustrato inicial para la creación que las opciones –más o menos conscientes– del autor(a), la traducción es un acto de recreación de una obra existente, que debe ser precisamente (re)creada en un universo idiomático distinto del original.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
La estrategia de traducción que se siga dependerá en alguna medida del objetivo de la publicación de una determinada obra en una lengua distinta a la original, lo que a su vez volverá más o menos visible su calidad de texto traducido. En términos generales, sin embargo, creo que las traducciones deberían aspirar a ser leídas como si se tratara de textos originales, lo que no implica por cierto “ocultar” el hecho de la trasposición idiomática ni tampoco prescindir de señales que lo dejen en evidencia, como las “Notas del traductor(a)”. De hecho, me parece deseable que las obras traducidas estén acompañadas de un “Prólogo a la traducción”, en el que se dé cuenta de la estrategia de traducción seguida. Así, que una traducción pueda ser leída como si se tratara de un original no implica pretender que se lo tenga por un original, sino lograr que el texto posea coherencia idiomática interna y funcione estilística, sintáctica y semánticamente, de manera que el lector(a) no se tropiece con palabras  o formulaciones impropias del idioma de llegada. En ese empeño habrá de sacrificarse más de una vez la literalidad de la traducción en pos de las necesidades propias del idioma al que se está traduciendo. 

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
A pesar de lo dicho en la respuesta anterior, en el sentido de que el texto debe funcionar como un texto autónomo en el idioma de llegada, no me parece deseable que el estilo del traductor(a) sea a tal punto dominante que resulte más fuerte que las particularidades de los diferentes autores(as) traducidos o las diferente obras de un mismo autor(a).

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