miércoles, 26 de diciembre de 2012

Cualquier parecido con la realidad, etc.

Un interesante artículo publicado en la revista Ñ del sábado 22 de diciembre, con firma de Carolina Tossi. Según la bajada, "Una lectura atenta de los textos que escribieron Hernán Cortés y Cristobal Colón deja ver una misión colonial de sometimiento político reforzada en lo discursivo".

La conquista también fue una guerra lingüística

Las palabras están allí: adormecidas y ocultas, hasta que alguien las despierta y las saca del letargo del documento archivado.

En este caso, Valeria Añón –doctora en Letras, investigadora del Conicet y docente en las Universidades de Buenos Aires y La Plata–, a través de un exhaustivo trabajo de investigación, logra llevar a cabo esta tarea y propone una nueva mirada sobre algunos de los textos fundantes del archivo latinoamericano. Desde un enfoque crítico y a partir de una rigurosa reconstrucción histórica y cultural, analiza el discurso de las crónicas de la Conquista de México.

Retomando las líneas metodológicas de sus trabajos anteriores –entre ellos, la edición y redacción del prólogo y las notas a la Segunda carta Relación y otros textos de Hernán Cortés y Diario, cartas y relaciones. Antología esencial de Cristóbal Colón– en su reciente libro, La palabra despierta. Tramas de la identidad y usos del pasado en crónicas de la Conquista de México (los tres volúmenes publicados por editorial Corregidor), la autora ofrece una aproximación original respecto de los textos coloniales y resignifica sus alcances.

La investigación defiende el postulado de que la Conquista no es un proceso que atañe solamente al uso de armas o a las luchas empíricas, es decir, las libradas en campos de batalles “reales”, sino que también involucra los enfrentamientos discursivos, producidos mediante “artillería” argumentativa.

Desde esta perspectiva, el discurso puede ser considerado como una zona bélica, donde para poder sobrevivir es necesario emplear bien las estrategias lingüísticas que, entre otros fines, permiten construir una imagen apropiada del cronista o una representación del “otro” que justifique su sometimiento. De este modo, las crónicas brindan herramientas histórico-legales para la conformación del imperio español y delinean ideales de ocupación y de guerra, intentando demostrar las ventajas de una conquista no autorizada, atravesada por ilegitimidades y rebeliones.

Se producen, así, verdaderas luchas por el sentido a partir de intereses, reclamos, herencias y legados. Tal como explica Añón, “el narrador asume la escritura como enfrentamiento; en el rival que elige para sus diatribas se juega también su valentía y el enaltecimiento de su propia imagen. Esto es así tanto en los relatos de batallas como en esa otra batalla: la de la reescritura de la historia”.

Si bien las crónicas requieren de la narración para construir el relato de la experiencia personal, la dimensión argumentativa se vuelve fundamental para sostener las polémicas y los reclamos, que se concreta mediante la apelación a otras tradiciones discursivas y tipos textuales –como el discurso legal, el escatológico, el providencial, la biografía, los anales, el relato de viaje, etcétera–.

De ahí que el discurso historiográfico puesto en escena en las crónicas se articula en el cruce de fórmulas legales, políticas, retóricas y literarias y, a la vez, muestra la tensión entre los polos de la narración y la argumentación.

La investigación pone el foco sobre la trama de voces y tradiciones que confluyen, divergen e, inevitablemente, entran en tensión.

De esta forma, como los hilos de un quipu que se entrelazan, los sentidos entretejen la trama del discurso de la Conquista. En ella convergen las tramas de la identidad, donde se bosquejan las fronteras, los cautivos y el problema de la lengua; las tramas de la violencia, en la que emergen los primeros contactos, la aprehensión del “otro” y las matanzas; las tramas del espacio cimentadas en las primeras fundaciones urbanas (Villa Rica) y las antiguas ciudades indígenas y, finalmente, se bosquejan las zonas textuales del fracaso en torno a dos hechos específicos: la expedición a las Hibueras y la derrota española en la Noche Triste.

Si el proceso de la Conquista consistió en el desplazamiento por el territorio latinoamericano y el sometimiento del “otro” indígena, la escritura de las crónicas también implica un recorrido dinámico por diversos tópicos, así como la representación de un “nosotros” y un “otro” en términos de movimiento.

Por un lado, se fundan las concepciones de la identidad y la alteridad a partir de la definición de un “yo” enunciador, cuya autoridad se construye en virtud del excluido.

Por otro lado, se vislumbran los usos del pasado que configuran la memoria en una dinámica constante; de este modo, “memorias e historias buscan volver inteligible el pasado, brindar sentido al desencuentro, la destrucción y el cambio”. En este punto y respecto de la representación del espacio, se observa cómo es vital la mirada retrospectiva, en la medida en que, evocando a ciudades españolas o mesoamericanas, las crónicas erigen distintos tipos de urbes con funciones textuales específicas: las ciudades aliadas (Cempoala), las ciudades del castigo y la matanza (Cholula), las ciudades deseadas y destruidas (Tenochtitlan).

Vale destacar que la investigación no sólo indaga el relato del conquistador –las epístolas de Hernán Cortés y la “Historia” de Bernal Díaz del Castillo–, sino también las voces autóctonas, que sobrevivieron en secreto huyendo del sistemático proceso de destrucción. Y ese es otro gran logro de La palabra despierta : evidenciar los textos mestizos, la configuración del enunciador y del “otro” español y los mecanismos de autocensura desplegados.

Sin dudas, las crónicas de la Conquista se escriben “a partir o en contra del silencio”, y la reconstrucción crítica que realiza Añón habilita una novedosa interpretación sobre las distintas tramas discursivas, iluminando lo dicho pero también lo indecible por ser “radicalmente otro”.

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