martes, 13 de noviembre de 2012

Que me disculpen, pero no hablamos “español” sino “castellano americano”

Mempo Giardinelli
Mori Uriburi le mandó esta columna del escritor argentino Mempo Giardinelli a Marietta Gargatagli y ella, a su vez, se la envió al Administrador de este blog. Se publicó originariamente en el diario Página 12 del 24 de octubre pasado y se reproduce aquí con mucho gusto porque no podemos estar más de acuerdo.

Vargas Llosa, el español y el castellano

Escribo este texto desde la admiración y el afecto que sentí toda mi vida por la obra de Mario Vargas Llosa. Lo he leído con fervor de aprendiz, he sentido su amistad en algunas ocasiones y aunque estuve y estoy en desacuerdo con casi todas sus posiciones políticas, siempre lo defendí de ataques e incomprensiones. Es un escritor excepcional, un maestro de la lengua.

Y por eso mismo siento que lo persigue un equívoco, igual que a muchos de sus admiradores en el mundo: la constante y creciente idea de que nuestra lengua es el español. Que no lo es.

Hace unos días él fue galardonado en México con el Premio Carlos Fuentes, al que otros aspiramos con inmodestia, y las declaraciones de jurados y comentaristas en diversos medios de lo que bien puede llamarse el establishment periodístico internacional subrayan “la contribución que desde el español ha hecho para el enriquecimiento del patrimonio de la humanidad”, como dijo el director de la Real Academia Española, José Manuel Blecua.

El mismo Vargas Llosa se manifestó “muy agradecido y conmovido” porque si bien no esperaba más premios después del Nobel, este galardón es un nuevo, enorme reconocimiento a la figura inolvidable de Carlos Fuentes, uno de los más exquisitos escritores que dio nuestra lengua.

Claro que entonces la pregunta que surge es de cuál lengua. Y si el propio Don Mario celebra al “idioma español” porque “ha dado una literatura creativa, novedosa, que es traducida y conocida en otros mundos lingüísticos”, entonces cabe la discrepancia.

Que me disculpen, pero no dejaré de insistir que en nuestra América nosotros no hablamos “español” sino “castellano americano”, el mismo que prefiguró Andrés Bello hace 200 años. Y acerca del cual el año pasado publiqué en estas mismas páginas, y a propósito de la inauguración del Museo de la Lengua en la Biblioteca Nacional, un artículo titulado “La lengua que hablamos”.

La cuestión no es baladí. Hay una profunda diferencia ideológica en el asunto, que hiede a neocolonización. Porque no se trata de discutir si es –como en efecto es– el segundo idioma más estudiado en el mundo después del inglés y el tercero más usado en Internet. No, la cuestión es que llamar aquí a nuestra lengua “español” es una forma contemporánea de cambiar el significado del idioma que nos une y nos expresa. Y digo contemporánea porque desde siempre, por generaciones, el nombre de nuestra lengua para hablar, leer y escribir, o sea el nombre del idioma de nuestra literatura –Bello dixit– fue castellano: “Se llama lengua castellana (y con menos propiedad española) la que se habla en Castilla y que con las armas y las leyes pasó a América, y es hoy el idioma común de los Estados hispanoamericanos”.

Fue por razones políticas y económicas muy recientes que España inició una sutil reconquista cultural americana. Desde hace unos veinte años, lenta y machaconamente, se nos fue imponiendo el nuevo nombre de nuestro idioma. El avance de empresas como Telefónica y otras en América, en los 90, más la creación del Instituto Cervantes como avanzada política cultural de España en el mundo –lo cual para mí es incuestionable; no es eso lo que discuto–, estuvo al servicio de erosionar el prestigio del vocablo “castellano”. Y, además, ayudó en esa tarea la fácil traducción del gentilicio a las lenguas de los países desarrollados de Europa.

Desde luego que a esa reconquista de América también la facilitó la transnacionalización de las grandes casas editoriales argentinas, compradas casi todas por poderosos holdings españoles. Lo cual tampoco es cuestionable en sí mismo, quede claro. Pero sucedió, y hoy es inevitable ver que el desplazamiento de la identidad de nuestra lengua, a la par de la brutal crisis económica, social y cultural que vivimos hace una década, contribuyó a esa estrategia no inocente.

El castellano americano que hemos hablado por generaciones recogió tradiciones y fortaleció identidades en toda nuestra América. Esa lengua, de raíz castiza pero enriquecida con cocoliches, dialectos y el uso peculiar de millones de extranjeros, creó finalmente una cultura que se desarrolló y definió con un idioma común: el castellano de nuestra América. Rioplatense, andino, caribeño, pero castellano.

Así se escribió y así es leída la riquísima literatura latinoamericana. La que llegó a ser universalmente apreciada gracias a Borges, Neruda, Rulfo y Carpentier, entre muchos otros, y también gracias a Fuentes y Vargas Llosa, pero como producto del castellano americano y no como literatura en español.

El asunto tampoco es nuevo. Durante el primer gobierno peronista en los colegios secundarios argentinos se estudiaba “Lenguaje Nacional”, y luego se estudió “Castellano” a secas. Pero desde los cambios que impusieron ciertas modas pedagógicas neoliberales y las editoriales españolas, en los 90, se impuso en nuestros ministerios y nuestras universidades un absurdo que padecen ya varias generaciones de estudiantes argentinos: una inexacta e imprecisa materia llamada “Lengua”, hoy popularizada a la par de la creencia de que hablamos “español”.

Bienvenidos sean los galardones literarios para maestros como Mario Vargas Llosa. Pero también digamos que sus obras son nuestras y son ejemplares porque, precisa y básicamente, las escribieron en el castellano americano que hablan y leen nuestros pueblos. No en español.

Bueno sería que ellos mismos, que lo saben, lo reconocieran.

10 comentarios:

  1. Y si lo hubiera llamado "castellano americano" también habría habido alguien a quien no le hubiera parecido bien, posición que habría defendido con argumentos también muy válidos ... a mí estas cuestiones de nomenclatura, hasta que nadie presente una solución lógica y aceptable por todos, me parecen una cuestión secundaria frente a problemas más acuciantes, algunos de los cuales ya ha señalado adecuadamente este blog: cómo hacer que la lengua llegue a todos y que todos los hablantes la sientan como propia, entre otras vías, desde una mejor política de traducción, atrayendo lo que ahora son "periferias" (por las decisiones y las cosmovisiones de unos pocos) hasta el centro y, sobre todo, hacer que todas las variantes se sientan en pie de igualdad y que los hablantes empiecen a percibir la realidad de una pluralidad que a veces (más bien muy frecuentemente) queda oculta por intereses muy concretos que buscan la uniformidad o la predominancia de unas variantes sobre otras.

    Sobre cómo denominar esa lengua, no digo que no sea importante, pero quizá me importa menos la cuestión de nombres o apellidos frente a la urgencia de estos otros asuntos.

    Un saludo.

    María

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  2. María: el centro, a partir de la crisis, ya casi no existe. Ahora España empieza a ser periferia respecto del "castellano americano". Ése, entonces, es un problema que empieza a solucionarse.

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  3. No sé si no has entendido lo que he querido decir: lo de "periferia" lo he puesto entre comillas porque no es una dicotomía que pertenezca a mi manera de pensar. Yo no creo en ese tipo de categorías y creo que no deberían existir ni centros ni periferias en el español... estaba citando un modo de pensar que me es ajeno y criticándolo, poniendo de relieve la urgencia de que esas categorías artificiales desaparezcan, sobre todo cuando somos minoría.

    De hecho, si lees lo que he escrito, verás que estaba aplaudiendo la capacidad de vuestro blog para señalar problemas más urgentes e importantes.

    Y, francamente, con lo mal que lo estamos pasando por aquí españoles y ciudadanos de países americanos que viven y trabajan aquí y lo están pasando igual de mal o peor que nosotros, me habría gustado que se solucionara de otro modo, no a base de crisis para nosotros.
    A veces no sé qué te hemos hecho a ti los españoles, Jorge, no lo sé. Yo siempre que he intervenido lo he hecho de buena fe y esta vez no ha sido menos. Y en un día de huelga general resulta doloroso leer tu comentario.

    Gracias por tu empatía.
    La verdad es que no sé ni para qué me molesto.

    Las categorías y las falsas dicotomías van a seguir existiendo por todos los lados: unos pensarán en "periferias" y "centros" en su propio beneficio... y otros pensarán que qué bien que desaparezca España.

    No sirve para nada dialogar. Es inútil.

    Pues nada, sigamos concentrándonos en poner nomenclaturas y en generar polémica y no en superar conflictos artificiales y ofensivos para todos.

    Atentamente:

    María

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  4. Yo no he dicho que no sea importante, sino que hay cosas que me parecen más importantes.

    Y cito el final de mi comentario: "Sobre cómo denominar esa lengua, no digo que no sea importante, pero quizá me importa menos la cuestión de nombres o apellidos frente a la urgencia de estos otros asuntos".

    He hablado de urgencias, no de que la cuestión no sea importante.
    He escuchado en otras ocasiones argumentos también muy respetables en favor de la designación "español" y en contra de la designación "castellano" a cargo de hispanistas de diversas procedencias. Es un debate que ya dura y que no se ha solucionado hasta el momento y de ahí mi posición: hasta que no se encuentre una solución aceptable para todos, argumentada sólidamente, y dado que no soy hispanista, me he propuesto señalar la importancia de centrarse en otras cuestiones que vuestro blog señala muy acertada y pertinentemente.

    Y todos los argumentos que apuntas sobre poderío económico, legislar, etc. son justamente los que yo intentaba criticar en mi primer comentario. Coincido contigo en todo y lo aplaudo. Nada más que decir al respecto, simplemente estaba aplaudiendo vuestra actividad en ese sentido.

    Creo que hasta ahí no hay nada que pueda ofenderte ni irritarte.

    Tu comentario sobre la crisis de España, más allá de banqueros, políticos etc (por eso estamos de huelga, muchas gracias por recordárnoslo, nosotros ya sabemos bien quién nos está hundiendo y contra eso luchamos) es sencillamente ofensivo. Lo siento, es así. Léelo e imagínate por un segundo que lo hubiera formulado yo sobre algún país americano. Y piensa lo que te habría parecido a ti.

    Lo siento. Por una vez me parece que deberías reconocer lo desafortunado de tu manera de expresarte y el dolor que puede causar a quien lo lee.

    Y como tú harás lo que te parezca y te aplaudo por ello, pues bueno. Te mando un saludo y te digo que todo el esfuerzo y los éxitos que tenéis con la actividad de vuestro maravilloso blog al menos entre vuestros muchos lectores españoles, los anuláis con comentarios cargados de insensibilidad y de lo que los alemanes llaman "Schadenfreude" (alegría por la desgracia ajena) como esos últimos.

    Atentamente:

    María

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  5. Y ya ciñéndome al tema. ¿De verdad crees que el término “castellano americano” sería una solución que apaciguara el debate? Me parece que el adjetivo “americano” da por sentada una homogeneidad idiomática del continente a la que pueden y deben planteársele numerosas objeciones. Se trata, nuevamente, de una generalización en igual medida que la que supone el término “español” a secas. Sin ser hispanista, me parece que no da cuenta de la diversidad necesaria.
    Ya se ha hablado en numerosas ocasiones en este blog sobre lo desafortunado del término “americanismo” según se utiliza en el DRAE (objeciones a las que me sumo: ¿americanismo? ¿qué es exactamente eso? ¿no debería haber españolismos en el diccionario también? Pero, ¿qué es eso de españolismo, exactamente?). Por esa regla de tres, el término “castellano americano” puede plantear dificultades análogas.

    Y seguramente no te será del todo ajena la desazón de los hablantes del “castellano” de otras comunidades autónomas ante la idea de que su idioma fuera “castellano” siendo ellos andaluces, canarios o extremeños. ¿Ellos qué hablarían, el “castellano español” o el “castellano andaluz”...?

    ¿Cuando se aplica al idioma hablado en Estados Unidos o en Nueva Zelanda la designación “English”... ¿se están apropiando los ingleses algo? ¿Lo perciben así los hablantes estadounidenses o neozelandeses?

    En fin, estas son sólo algunas de las objeciones que aparecen en el debate. Ya digo que no soy hispanista, pero así, después de leer el texto propuesto me parece que no cubre el problema y de ahí mi argumento de que esta cuestión aún no ha dado con su panacea... y por ello deberíamos centrarnos en temas más acuciantes.

    Pero en fin, quizá si alguien más formado y menos tontito (alguien que no fuera español, supongo que debería decir) pudiera decir algo al respecto, se aclararía en algo la cosa.

    María

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  6. María, creo que la que acá no ha entendio fuiste vos. Es cierto que no debieran existir ni centros ni periferias en el "castellano", pero, aunque más no sea para ironizar sobre la cuestión, la terminología ésa la trajiste vos a la discusión.

    En otro orden, vos escribíste "español" y para mí no es, como para vos, sólo una cuestión de "nomenclatura". A mí, por caso, me resulta irritante que incluso personas inteligentes y sensibles como vos no vean que al nombrar a la lengua en esos términos se la están apropiando. Como dice la columna de opinión de Giardinelli, yo no hablo español, sino otra cosa que salió de uno de las lenguas que se hablan en tu país. Andá a llamar “español” al catalán, al gallego o al vasco y fijate lo que pasa.

    Pero la cosa no termina ahí: otros connacionales tuyos van un paso más adelante en esto de la apropiación y se ponen a legislar sobre todas las variantes de la lengua, arrogándose un derecho que nadie les dio. Y otros más, a partir de razones de las que ya hemos hablado muchas veces, imponen a la fuerza una cierta manera de concebir la lengua a partir de lo que hasta ahora fue su poderío económico (y no entro aquí a discutir si ese poder es legítimo o no; si nació de la buena administración o del expolio ajeno –cfr. Telefónica, Repsol, BBVA, Grupo Prisa, etc–; si fue creado por los españoles o si es el resultado de formar parte de la Comunidad Económica Europea, que aportó fondos).

    En lo que a mí respecta, no tengo nada en contra los españoles, aunque algunos me caen mejor que otros (y eso me pasa con casi todos los países del mundo), y sí mucho contra los individuos de cualquier nacionalidad que se apropien de lo que yo no admito darles. Por lo tanto, tengo la impresión de que quien está confundiendo los tantos no soy yo.

    Luego, no me regocijo por la crisis que ustedes están sufriendo. De todos modos, volví hace sólo unas semanas de España y, a pesar de la gravedad de la situación, te aseguro que en nada se parece a las crisis latinoamericanas. Aunque, a decir verdad, compartimos la impudicia de que algunos sigan festejando y muchos otros padeciendo.

    No sé quién puede alegrarse de que, como tan dramáticamente decís, España pueda desaparecer (cosa que, te tranquilizo, no creo suceda), pero entiendo que ese reproche, antes de hacérselo a un extranjero, deberías guardarlo para muchos de tus connacionales, comenzando por los banqueros, siguiendo por los políticos y concluyendo por los empresarios; en síntesis, todos los que se han beneficado –y siguen beneficiándose– con el dolor ajeno. Me permito por último recordarte que es el pueblo español quien mayoritariamente ha votado por el PP para castigar a los socialistas. Y también que es el pueblo español el que, votando al PP, sufre las políticas recesivas impuestas por Rajoy y sus secuaces.

    Hechas estas salvedades, debo admitir que el espectáculo de ver a muchos editores españoles, antes soberbios e imperiales, cruzando el Atlántico para que en Latinoamérica les compremos libros que ya no venden en España, es un tanto grotesco.. Si hasta parecen, por una vez, personas bien educadas y medianamente cultas. Mueven a sonrisa.

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  7. Estas discusiones entre María y tú (vos), Fondebrider, son la mar de necesarias. Más allá de que desfogues tu americanismo en estos lances, creo que suscitan ardidos pensamientos. Sosláyese toda ironía, porque un poco en serio lo digo. En cuanto al concepto central de la columna, "americano" ¿qué es? Enriquecida por dialectos y cocoliches, dice Mempo, la hablamos desde no sé cuándo. La postuló Bello. Esto dice Mempo. Pero no creo que sea lo mismo lo que él postula que lo que postulaba Bello. No soy centralista en esta materia, pero tampoco americanista. En América, como en Italia, cada diez kilómetros se habla una lengua distinta. No creo que un paraguayo diga por ejemplo "me voy a torrar". Y así de seguido, como decía malamente un olvidado dirigente político traduciendo del italiano literalmente. En cuanto a la crisis, María, soy solidario con todos los que la padecen en España.
    Os (los) saludo.
    J

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  8. Solo quisiera añadir tres cosas a estos interesantes argumentos.

    1. La forma "español" para denominar al idioma se incorporó en el DRAE en 1970. Eso quiere decir que es un término nuevo planeado para sustituir a la palabra "castellano" que se había utilizado más comúnmente hasta entonces.

    2. Una prueba de lo anterior es que los escritores españoles más importantes siempre han designado al idioma en el que escriben como castellano. También los latinoamericanos, por supuesto, todo lo que se verifica en las entrevistas que Joaquín Soler Serrano hizo en RTVE en los años setenta.

    3. No voy a mencionar aquí el nombre del Banco Pichincha España de reciente creación en la península donde ni argentinos ni uruguayos ni paraguayos invertirían por razones obvias y que es un buen ejemplo de lo que se discute en el blog ahora.

    Y por último hay en este momento una protesta en diecisiete países europeos y en Barcelona se manifestó una multitud muy semejante a la que los otros días solicitó la independencia. La huelga en España fue un éxito.

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  9. interesante al respeto (sic) el trujamán de hoy 16/11.
    en cuanto a la nomenklatura, mi voto es por castellano a secas, que es la variante de todas las lenguas romances de españa que más se acerca a lo que hablamos. personalmente, las disquisiciones lexicográficas me aburren y me resultan vacuas: qué más da una palabreja que otra. la lengua es mucho más que palabras, o sea, léxico. lo que a mí podría molestarme o gustarme de unas traducciones u otras no radica en los vocablos sino en la manera de usarlos, de ponerlos en contacto, de hacerlos cantar o chirriar. hasta chiquilicuatre, miren lo que digo, podría sonar armónicamente en una traducción rioplatense si el traductor fuera ducho y elegante.
    a partir de acá, me abstengo de participar en discusiones acerca de la propiedad privada de un término. todo lo que hay puede y debe usarse, si se usa bien. no hay nada pior que tender a lo neutro.

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  10. Tengo entendido que no solo llegó el castellano con la Conquista y Colonia, el voseo y vocabulario nos llegó de otras regiones de España que no de Castilla porque el origen de los conquistadores era diverso.El inglés también es muy diferente en pronunciación, vocabulario, etc en cada país, y se llama simplemente inglés.

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