viernes, 7 de septiembre de 2012

Los traductores brasileños tienen la palabra

 

La traducción de obras literarias crece en Brasil

y se incorporan nuevos idiomas

Traducir literatura de calidad al portugués exige preparación y e sensibilidad
Publicada en 1835, la novela El lirio en el valle es considerada una de las principales obras balzaquianas. En uno de los 89 títulos de La comedia humana, Honoré de Balzac relata el amor trágico entre un muchacho joven, Félix Vandenesse, y una mujer casada, la condesa Mortsauf. Entre otras muestras de amor, el joven arma un buqué con todas las flores de una determinada región de Francia. Con una trayectoria como traductora de más de 20 años y al menos cien libros traducidos, Rosa Freire d’Aguiar confiesa haber tenido muchos dolores de cabeza a la hora de volcar al portugués tres páginas con descripciones de especies de flores de Francia de casi dos siglos atrás. “Evidentemente no todas las flores existen en Brasil, por lo que es necesario adaptar”, admite.

Pese a ser una profesión solitaria y, a veces, invisible a los ojos del lector medio, la traducción registra un avance en el país, sobre todo en las últimas dos décadas. “Hoy, casi no se publican traducciones indirectas. No solo las editoriales grandes, sino también las medianas y pequeñas invierten en traducciones y cuentan con personas competentes que saben seleccionar las obras y cuidar las ediciones”, afirma Henryk Siewierski, responsable de traducir la obra completa del escritor polaco Bruno Schulz (editorial Cosac Naify), entre otros autores.

Se trata de un escenario bien diferente del que hallaron en el inicio de sus carreras dos de los traductores brasileños más experimentados y premiados, Rosa Freire d’Aguiar (que traduce del francés, y también del italiano y español) y Paulo Henriques Britto (inglés). “Llegué a hacer la primera traducción al portugués de As brasas (El último encuentro, en español) del húngaro Sándor Márai, que también fue el primer título de este autor publicado en el país para la editorial Companhia das Letras, a partir del italiano. Como el húngaro es una lengua difícil, el escritor autorizó en un momento dado a que se tradujese desde el italiano. En cambio, hoy la casa editora tiene un traductor del húngaro (Paulo Schiller)”, cuenta Rosa d’Aguiar.

Trabajar a partir de una lengua intermediaria y no de la original cambia bastante la prosa. “Dostoievski llegó a Brasil a partir del francés. Y es sabido que los franceses tienen cierta tendencia a embellecer las traducciones. Las primeras versiones de Dostoievski son muy bonitas, aunque no debiera ser el caso, pues el ruso es muy rudo y duro”, continúa. Rubens Figueiredo, que tradujo del ruso al portugués los clásicos La guerra y la paz y Anna Karenina, de León Tolstoi, para la editorial Cosac agrega: “El hecho de que haya otras traducciones no es importante. No existe la traducción definitiva. Con el tiempo y la dinámica de la historia, los problemas adquieren nuevas formas y las soluciones también cambian”.

Paulo Henriques Britto, por su parte, cree que una obra clásica debe volver a traducirse si existe una justificación: “corregir problemas detectados en las anteriores, acercar una nueva propuesta, actualizar la lengua, o reproducir mejor un estado anterior del idioma”. Britto se desempeña como profesor de la Pontificia Universidad Católica de Río, cuyo curso de formación de traductores es el más antiguo de Brasil, pero no cree que la formación universitaria sea esencial. “Años atrás, los traductores no tenían formación en traducción, porque no existía. Lo más importante para formarse como traductor es leer mucho para aprender a escribir bien. Por otra parte, el diploma en traducción se está volviendo cada vez más importante en la currícula”.

Siewierski llama la atención sobre el hecho de que muchos traductores son inmigrantes o hijos de inmigrantes, “a quienes les debemos el haber introducido traducciones directas de las lenguas que aquí se conocen poco todavía. Pero hoy, además de atraer a nuevos inmigrantes, Brasil está en mejores condiciones de formar traductores de lenguas poco conocidas, aprovechando la curiosidad innata por otras culturas y las mayores posibilidades de estudio en el exterior”. Los traductores son unánimes al decir que, en general, las editoriales respetan su trabajo porque dejan que sean los responsables del texto final. “Después de que sale de las manos del revisor, es fundamental que el texto sea enviado al traductor para que apruebe o rechace cada una de las modificaciones y correcciones propuestas. Algunas editoriales ya comprendieron que el tiempo que se pierde en este proceso se ve absolutamente recompensado con un producto final de mucha mejor calidad”, dice Britto.

Además de prosa, Britto traduce poesía. Es el traductor, por ejemplo, de la poesía de Elizabeth Bishop en su país. “El traductor de poesía debe dominar el trabajo artesanal de la forma poética en su idioma; no necesariamente debe ser poeta, es decir, un artista creativo, además de ser un buen artesano, pero si lo es, mucho mejor, por cierto. En general, todo poema que valga la pena ser traducido plantea cuestiones interesantes en el plano de la forma que no pueden ser ignoradas, además de lo que diga en el plano semántico”.

Existen las traducciones en sentido inverso, pero aún son escasas. Por ejemplo, hay algunas obras de autores como Machado de Assis, Mário de Andrade, Guimarães Rosa, Paulo Coelho, entre otros, traducidas al polaco. “Pero la lista de lo que todavía necesitaría traducirse es mucho más larga. El año pasado se publicaron varias traducciones de poesía y prosa contemporáneas en el número especial de la revista Literatura na´swiecie (Literatura en el mundo) dedicado a Brasil. También se publicó una pequeña antología de la poesía brasileña que tuve el placer de organizar, pero lamentablemente sin las traducciones de poemas seleccionados de Cecília Meireles y de Manuel Bandeira, debido a la imposibilidad de conseguir la autorización de parte de quienes tenían los derechos. Las traducciones de esos poemas ya estaban listas, pero fue como si los herederos de los autores les negasen el derecho a la vida en otra lengua”, concluye Siewierski.

Meiko Shimon
De Bashô a Kawabata
Leiko Gotoda y Meiko Shimon, ambas viven en San Pablo, son dos de las principales traductoras del japonés al portugués en Brasil. La primera, hija de japoneses nacida en la capital paulista, es conocida por haber traducido Musashi, de Eiji Yoshikawa. Esta clásica aventura (una novela de casi 1800 páginas, dividida en dos tomos, cuenta la historia del más grande samurai de todos los tiempos) fue publicada a principios de la década de 1990 y al público le sirvió a modo de introducción a la literatura japonesa. Meiko Shimon nació en Kyoto pero vive en Brasil desde hace medio siglo y se especializó en traducir al ganador del Premio Nobel de Literatura Yasunari Kawabata.

Para ambas, la traducción del japonés presenta aristas muy diferentes a las que presentan las lenguas occidentales. “Es una traducción difícil, porque las lenguas son completamente diferentes; sus estructuras y modos de expresión no tienen ninguna semejanza. Es otro sistema lingüístico; entonces, más que traducir hay que recrear”, afirma Meiko Shimon. Leiko Gotoda agrega: “La carga de interpretación del traductor es mucho mayor que en las traducciones del inglés, por ejemplo.”

El interés en Brasil por la literatura japonesa viene aumentando desde la década de 1980, afirman. Hay editoriales que se han dedicado a esa producción, como la editorial paulista Estação Liberdade y la editorial Tessitura, de Minas Gerais, que publicó, en traducción de Meiko Shimon, O ganso selvagem (El ganso salvaje, en español) de Ogai Mori, importante obra de la literatura japonesa moderna, en una edición bilingüe. La editorial también publicará una nueva traducción de los poemas de Matsuo Bashô sobre sus viajes.

Leiko Gotoda comenta que tras una demanda inicial de los clásicos –“que es por donde se introduce la literatura de cualquier país”–, el mercado editorial ha comenzado a mostrar interés en publicar autores más contemporáneos. Sin embargo, cree que aún queda mucho camino por recorrer. Por su parte, Meiko Shimon, profesora retirada de literatura japonesa, comenta que la mayor producción corresponde a literatura del siglo XX. “Del siglo VIII al XIX casi no hay nada traducido. Eso se debe a que la lengua japonesa hasta principios del siglo XIX es arcaica y los traductores dominan la lengua moderna. Hasta en Japón existen libros traducidos del japonés arcaico al moderno”.

Curiosamente, Meiko Shimon se inició en el mundo de la traducción por necesidad de material. Cuando era docente en la universidad, sentía que faltaban libros para que sus alumnos pudieran estudiar. Entonces, puso  manos a la obra. Hoy, alejada de la universidad, continúa investigando. Tiene un grupo de estudio dedicado a la traducción del portugués al japonés. “Es mi hobby. Traduje al japonés poemas de Mário Quintana que estoy intentando publicar, aunque todavía no conseguí la autorización de quienes tienen los derechos de autor”, concluye.

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