miércoles, 1 de agosto de 2012

"No es suficiente un conocimiento probado de las lenguas y culturas de partida y de llegada"

Lourdes Arencibia Rodríguez publicó, el 21 de junio pasado, el siguiente artículo sobre el escritor marroquí Tahar Ben Jelloum, lo que le permite luego realizar toda una reflexión sobre algunos problemas de traducción.

San Jerónimo esta vez anda por África:
revisitando a un viejo conocido desde la traducción

La amistad es una religión sin Dios, sin juicio final y sin diablo1
Tahar Ben Jelloum

Días atrás, muy gratamente motivada todavía, a causa del anuncio de que la Feria del Libro de la Habana de 2013, se dedicaría a Angola como país invitado, y por extensión, a todo el continente africano cuya poderosa literatura está en el nuestro tan huérfana de divulgación,  releí,  y con mayor detenimiento, el interesantísimo artículo titulado: «Tratamiento de las voces árabes en la traducción de textos literarios» que recientemente escribiera la traductora cubana María Elena Silva,  para el Simposio de Traducción Literaria que convoca la Asociación de Escritores de la UNEAC, llevado a cabo en el no muy lejano noviembre, del Año de los afrodescendientes

El trabajo de Silva fue seleccionado a posteriori para esta sección Tradittore Tradutore, debido a su innegable interés y novedad, puesto que se refiere a sus experiencias como traductora de Tahar Ben Jelloun, un poeta y escritor nacido en 1944, en Marruecos, país del Africa Septentrional, de cultura árabo- francesa a quien –al igual que ocurre con sus pariguales de Argelia, Túnez y Mauritania–, a veces, cuesta trabajo vincular con el resto del continente africano como cartografía de origen.

En tal contexto, tampoco puedo evitar que revisite mi memoria el grato, inesperado y sorprendente encuentro que tuve en España –hace ya más de una buena década– con el poeta Ben Jelloum  y con su traductora al español, Malika Embarek, también de origen maghrebino,  en ocasión de compartir con ambos: alojamiento, mesa redonda y tribuna en el Curso de Verano, que se desarrolló del 20 al 26 de agosto de 2000, en El Escorial,  junto a un grupo de estudiosos, profesores, autores y traductores de varias nacionalidades. Todos, convocados por la Universidad Complutense de Madrid, expusimos nuestras respectivas experiencias.

El poeta Ben Jelloum era un hombre callado, de mirada inteligente, no muy dado a compartir nuestras bulliciosas tertulias en los horarios de comidas o de actividades fuera del ámbito de las conferencias, porque no hablaba o hablaba poco español, pero era alguien cuya fisonomía, de expresión  más reservada que hosca, quizás  tímida, transmitía  una indecible dulzura. Se me ocurría que por vivir en Francia y destacar a la vez, como uno de los nombres más destacados, actualmente, de la poética del Maghreb, no se sentía del todo cómodo utilizando la lengua colonial para comunicarse directamente con nosotros, que tampoco sabíamos árabe; luego supe que no me equivocaba  al sacar tal conclusión. Tahar Ben Jelloum era –y quería ser– un auténtico representante de su cultura de origen. Su obra, permeada de una gran nostalgia por su suelo natal, no solo abordaba los mitos ancestrales y las leyendas de su pueblo, sino que también transmitía la fuerza de una mirada sagaz y de un juicio legítimamente «benjelúménico»  en sus opiniones sobre los problemas de la sociedad contemporánea, a partir de su doble raíz cultural.

¿Qué podemos añadir acerca de su vida? Estudió filosofía en la universidad de Rabat y sus primeras experiencias profesionales tienen que ver con la docencia en su país. Al arabizarse la enseñanza en Marruecos, estimó que no estaba preparado para afrontar la tarea en árabe y se sintió obligado a buscar otros horizontes en la antigua metrópoli, de suerte que se convirtió en un poeta bilingüe endógeno, reinsertado en un medio lingüístico y cultural propio solo a medias, pero raigalmente ajeno en sus esencias. Cultivó el periodismo desde las páginas de Le Monde y, más tarde, se  hizo psicoterapeuta.  Sus primeros poemas dados a la estampa, datan de 1971. Pero la narrativa (y no la poesía) lo proyecta a la fama en 1985, aun si en 1987, siendo ya un poeta plenamente conocido y reconocido, es acreedor del prestigioso premio Goncourt, por su obra La noche sagrada. Se le considera una de las voces más importantes de la literatura actual del Maghgreb y ha sido traducido a varias lenguas.
   
El ya citado trabajo de María Elena Silva hace observaciones pertinentes sobre la traducción al español, de textos escritos por un autor de raíces árabes. Este tema, tan poco divulgado, cobra especial relevancia ahora, que en Cuba se ha decidido dedicar la Feria de 2013 al continente africano; y desde luego,  al ser  nuestro español una lengua, mestiza con una fuerte presencia de voces de origen árabe. No cabe dudas, que la traducción a español de escritores como Ben Jelloum supone un auténtico reto, independientemente de que también aprovecharé el marco temático, que la selección de ese autor me propicia, para «colar» algunos antecedentes sobre una disciplina que debe complementar los saberes y el desempeño de todos los mediadores lingüísticos. Me refiero a la Historia de la Traducción.
En el muy manido tema que se ocupa de dilucidar la cuestión de la existencia y vigencia de una lengua para la traducción, suele suceder que, a la hora de asumir el doble reto del transvase de un texto que resulte a la par fiel y correcto, en consonancia  con la llamada y no menos vapuleada «norma culta del buen español»; y satisfacer a la par, a un cliente que además de exigir fidelidad y corrección, aspire a  quedar  complacido con el trabajo mediador, haya que conciliar, por un lado, la norma lingüística  y las normas editoriales de ese cliente específicamente y, por el otro, el uso real del idioma desde la vivencia cotidiana de la evolución de las culturas, y las lenguas que manejan las dos traductoras –Silva y yo misma– que este trabajo involucra, a lo cual vienen a sumarse los enfoques modernos sobre la actividad mediadora en sí.

Hoy por hoy, no es suficiente un conocimiento probado de las lenguas y culturas de partida y de llegada. La traducción literaria habrá de salpimentarse con los significados subjetivos que el autor original haya decidido expresar; de marcar por sus medios, el fenómeno de las lenguas puntuales en contacto; no dejará atrás, en fin, la propia evolución histórica de las culturas presentes y actuantes en los dos polos de la comunicación, ni perder, jamás, de vista las maneras mediante las que el autor escogido asume ese mestizaje, cómo los concientiza y refleja en su discurso poético. Insisto pues, en la idea de la «pureza de las lenguas» que muchos profesionales de la traducción consideran como el principal sello de calidad en su trabajo. Trátase en cambio, de un concepto totalmente ajeno a la lengua y a la lingüística. Los conocimientos sobre historia de las lenguas datan del siglo XIX y se consolidaron en el XX, hace 300 años se sabía muy poco sobre la evolución histórica del idioma español.  Esta orfandad promovió la falacia de un español puro, correcto, incontaminado de influencias foráneas, a pesar de que España estaba invadida por los árabes y bereberes, y pese a que esa presencia duró la friolera de ocho siglos, pero «coló» en Iberia la idea esencialmente polémica, de la pureza del castellano que nos ha llegado hasta el siglo de la comunicación, cual legado engañoso que contradice una realidad insoslayable, toda vez que la pureza en los idiomas no existe; las lenguas son intrínsecamente impuras, y quizás nuestro español –lo mismo el peninsular, que el americano o meridional como se le llama– sea uno de los más impuros y mestizos de todos.

En el siglo XVI –comprueban los historiadores–,  ocurre un fenómeno histórico que cambia una vez más la lengua protorromance de Iberia; la llegada de invasores islámicos árabes y bereberes que en pocos años conquistaron toda la península y convirtieron la Hispania godorromana, de habla protorromance, en un estado islámico, en el que la mayoría inicial de cristianos y judíos fue mermando. Y se manifiesta el fenómeno de las lenguas en contacto que ya había mostrado evidencias con los visigodos. En los registros cultos y en la expresión escrita, se requirió el uso del latín clásico en aquella época para los nativos y el árabe clásico para los recién llegados, dos lenguas que eran conocidas por muy poca gente, todos ellos de la clase dominante. ¿Qué consecuencias tuvo esto para nuestro «español»?. Bueno, la lengua árabe ejerció una fuerte influencia sobre el godorrománico, se formaron inicialmente dos haces dialectales pero cuando los moros fueron expulsados de la península, a fines del siglo XV, las lenguas habladas allí: el catalán, el castellano, el galaico-portugués, entre otras, exhibían un fuerte marca distintiva que las diferenciaba de los idiomas del resto de Europa, excepto de los dialectos franceses de los pueblos que comerciaban con los árabes. (2)

Como constatamos ambas traductoras por nuestra práctica y nuestros estudios de terminología, unos miles de palabras de nuestro idioma como: álgebra, ajedrez, arroba, aljibe, aceite, aceituna, jarabe, almíbar, alcahuete, alcohol, cenit, nadir, escarlata, fulano, laca, zafiro,  provienen de esa época; algunas de ellas, de mucho más lejos, pero todas llegan a las lenguas peninsulares a través de los moros. El citado trabajo formula consideraciones acerca de su tratamiento y a él me remito. 

Dedicaré unas palabras acerca del contexto en que se produjo este contacto, que pertenece a la historia de la traducción intercultural en castellano de expresión árabe, y que proporciona  un marco referencial a nuestras mediaciones de autores con esos antecedentes. Tal es el caso de los textos de Ben Jelloum.

En el siglo XII,  cuando el obispo Miguel de Tarazona impulsó en aquella ciudad del valle del Ebro, la traducción de obras científicas árabes al latín, la actual provincia de Aragón  –encrucijada por entonces de caminos y de culturas–, no podía dejar de ser encrucijada de lenguas. Esta monumental e significativa tarea se llevó a cabo muy por delante de la realizada por el arzobispo Don Raimundo (que es la más notoria, 1126-1152), quien años más tarde reuniría en Toledo a un destacado grupo de traductores y sentaría las bases de lo que, un siglo después, se conocería como la llamada Escuela de Traductores de Toledo, creada por Alfonso X, el Sabio.

De suerte que, en Europa, el territorio comprendido entre los Pirineos y el Ebro fue, desde finales del siglo VIII, la zona en la que principalmente se enfrentaron y combatieron, durante cerca de tres siglos, el mundo islámico y el latino. Alfonso I, el Batallador, rey de Navarra y de Aragón, no conquistó a Zaragoza hasta 1118, esa fue la acción que inició la recuperación de los restantes territorios del sur del Ebro. Es necesario decir que a lo largo de esos tres siglos, el valle del Ebro tuvo una gran importancia, no solo como lugar privilegiado de desencuentro, sino también de encuentro, desde un punto de vista cultural, entre la civilización musulmana y la latina. Pero es sobre todo en la primera mitad del siglo XII, cuando esta región reviste significación fundamental, por las traducciones del árabe al latín que allí se hicieron. A Richard Lemay se debe el haber subrayado que, en la primera mitad del siglo XII, el valle del Ebro en toda su extensión, sobrepasó en envergadura cuantitativa, el cúmulo de traducciones generadas en Toledo y en la llamada «escuela»  toledana que, como se sabe, no fue propiamente una escuela en el sentido que hoy se le da a esta palabra, sino una experiencia grupal de la mayor trascendencia histórico-cultural.

En los territorios recientemente reconquistados hubo pues, ricas bibliotecas árabes que albergaron las obras producidas en todo el mundo islámico Por otra parte, la población mozárabe y judía, que había conservado los vínculos con el mundo latino y, al mismo tiempo, conocía muy bien la lengua y la cultura árabes, era el vehículo ideal para aprender la lengua de los antiguos dominadores y entrar así, en contacto con esta civilización y con los tesoros bibliográficos recogidos en las distintas bibliotecas, tesoros que, sin duda, habrían hecho palidecer de envidia a Guillermo de Baskerville, protagonista de El nombre de la Rosa, de Humberto Eco.

En el siglo XII, acuden a las riberas del Ebro, ya recuperadas de los moros, clérigos de la Europa cristiana deseosos de descubrir y conocer la nueva ciencia contenida en los manuscritos árabes. Entre los años 1119 y 1151, el obispo Miguel de Tarazona, poseedor de una biblioteca en el Castillo de Roda del Jalón (a medio camino entre Tarazona y Zaragoza), colmada de obras árabes, encarga a Hugo de Sanctallensis que traduzca al latín una serie de textos científicos, entre ellos: tratados de astrología, de alquimia, de medicina y diversas técnicas adivinatorias. Por la misma época, en 1142, Pedro, el Venerable, se ocupaba posiblemente en el monasterio cluniacense de Santa María de Nájera, de llevar a cabo una serie de traducciones de textos religiosos musulmanas, entre los que destacaba el Corán. Según el prelado, para combatir eficazmente la «herejía» musulmana había que conocerla y, para ello, había que ir directamente a los textos árabes en los que se apoyaba. Fueron estas sin duda, las primeras traducciones del Corán que se hicieron al español.

Hasta aquí, mi relato tomado de los documentos que han sobrevivido a la vida y al fuego, y que habrán de completarse en otro contexto. Para concluir esta aproximación al tema, en homenaje a aquel encuentro y la mirada que le hemos dedicado los traductores cubanos de hoy a Tahar Ben Jelloum, traduzco del francés el poema «Ciudad», escrito por el marroquí en París, el 5 de noviembre de 2005,  cuya versión a español acompaña el texto original:


VILLE
Il ne suffit pas d’un tas de maisons pour faire une ville
Il faut des visages et des cerises
Des hirondelles bleues et des danseuses frêles
Un écran et des images qui racontent des histories.

Il n’est de ruines qu’un ciel mâché par des mirages
Une avenue et des aigles peints sur les arbres
Des pierres et des statues qui traquent la lumière
Et un cirque qui perd ses musiciens

Des orfèvres retiennent le printemps dans les mains en cristal
Sur le sol des empreintes d’un temps sans cruautés
Une nappe et des syllabes déposées par le jus d’une grenade
C’est le soleil qui s’ ennuie et des hommes qui bouillent

Une ville est une énigme leurrée par des miroirs
Des jardins de papier et des sources d’eau sans âme
Seules les femmes romantiques le savent
Elles s’habillent de lumière et de songe.

Métallique et hautaine,
La ville secoue sa mémoire
Et tombe des livres et des sarcasmes , des rumeurs et de rires
Et nous la traversons comme si nous étions éternels



CIUDAD
Un montón de casas no basta para hacer una ciudad
Se necesitan  rostros y cerezas
Golondrinas azules y bailarinas frágiles
Una pantalla e imágenes para contar  historias

Las ruinas no son sino cielo mascado por las nubes
Una avenida y águilas pintadas en los árboles
Piedras y estatuas que asedian a la luz
Y un circo que ha perdido sus músicos

Los orfebres agarran la primavera con manos de cristal
Sobre el suelo hay huellas de un tiempo sin maldad
Un mantel y sílabas empozadas por el jugo de una granada
Los hombres son los que hierven  y es el sol el que se aburre

Una ciudad es un enigma que encandilan los espejos
Jardines de papel y manantiales de agua sin alma
Sólo las mujeres románticas lo saben
Ellas se visten de luz y de ensueño

Metálica y altanera
La ciudad sacude su memoria
Y arroja libros y sarcasmos, rumores y  risas
Y nosotros la  cruzamos como si fuéramos eternos.

Trad. de Lourdes Arencibia Rodríguez

Notas:

      (1) Tahar Ben Jelloum en: Elogio de la amistad. Trad. Malika Embarek  Barcelona, Muchnik, 1996: 9.
     (2)   Consideraciones inspiradas y adaptadas para este trabajo, en la exposición presentada en el XI Congreso de Traductores Públicos   de Uruguay, por el profesor Ricardo Soca, el 9 de septiembre de 2011.

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