miércoles, 12 de octubre de 2011

La traducción de poesía (3)

Tercera parte de la serie de reflexiones de Francisco Javier Uriz Echeverría sobre la traducción de poesía, que publicó El Trujamán. La presente entrada corresponde al 22 de agosto pasado.


Pídannos lo imposible

Un gran traductor de poesía sueca al inglés, Robin Fulton, comentando sus enfrentamientos —o mejor, sus diálogos de sordos— con los estudiosos de la traducción contó lo ocurrido en un seminario en que uno de esos expertos deslumbró al auditorio con las vueltas y variantes que le dio a unas frases de Strindberg, tomadas de las cinco traducciones que se habían publicado. «Bien, y usted ¿cuál escogería?», le preguntó ingenuamente Fulton. El conferenciante lo miró atónito ante lo disparatado de la pregunta: «Pero, por Dios, ¡eso no es cosa mía! Lo mío es analizar las traducciones y proponer posibilidades».

Desgraciadamente el traductor no puede ir a la editorial que le ha encargado la traducción con una deslumbrante variedad de posibilidades.

Cuando a Fulton le criticaban alguna solución, le colocaban, al mismo tiempo, una especie de paleta de colores para elegir posibilidades; él les replicaba. «Bien, yo ya había pensado en casi todas estas variantes. Pero cuál elegiría usted para que jugase con el sentido de la línea siguiente y conservase la ambigüedad con respecto a la precedente y manteniendo el ritmo del verso?».

«Ah, no, esa no es nuestra misión».

Es el diálogo de sordos entre el productor de vino y el catador.

¿Puede exigir el cocinero al gastrónomo que cocine tan bien como él? ¿O Messi su arte futbolístico al cronista deportivo? (Eso queda para Mou).

Llegué a dos conclusiones, que se han ido afirmando con el tiempo: primera, que la contribución de los teóricos a la práctica de la traducción es la que puede proporcionar un taxidermista a un zoólogo de campo; y segunda, que el estudioso o el teórico de la traducción necesita mucho más al traductor que viceversa.

Nadie conoce mejor las limitaciones de la traducción que el propio traductor.

La traducción es aproximación. Nadie es más consciente que el propio traductor de la lejanía o cercanía con respecto al original, de lo que se pierde. (Rara vez tanto como para imposibilitar la tarea).

Pero tampoco debe olvidar lo que da. La traducción es pérdida, sí, pero también dádiva.

¿Poemas intraducibles? Sí, claro. ¿Poetas intraducibles? Pocos. Siempre que nos mantengamos en el mundo de la realidad.

Repitiéndonos que lo mejor es enemigo de lo bueno. Lo perfecto es enemigo de lo posible. Claro que hay que buscar la perfección, aun sabiendo que es inalcanzable, pero sin sentir frustraciones por esa ineludible realidad.

A veces, traduciendo, me siento como el protagonista del poema del poeta sueco Harry Martinson:
La impotencia
Una vez encontré en un bosque un hacha clavada en tierra hasta el ojo.
Era como si alguien hubiese querido partir el mundo en dos de un solo tajo.
La voluntad no había faltado, pero se había partido el mango.

Entonces, lo que hago es ir a por otro mango y persistir en el intento. Y pedirles a los lectores de traducciones: ¡Sean realistas, pídannos lo imposible!

2 comentarios:

  1. Muy alentadoras palabras. Gracias. La imposibilidad de la traducción de poesía, el fracaso del poema traducido, que tanto absorbimos los que estudiamos traducción en la Facultad, como es mi caso. La certeza del fracaso que los teóricos de la traducción nos han querido demostrar nos paraliza, nos inhibe de intentarlo.

    ResponderEliminar
  2. Qué bueno leer lo que escribís, Mariángel. Seguramente al autor le va a encantar saber que su texto provoca reacciones como la tuya. Y en cuanto a los teóricos de la traducción, una de las máximas de Ezra Pound para los jóvenes poetas hablaba de no seguir el punto de vista de quien no hubiese hecho algo notable. Creo que también vale para la traducción.
    Saludos cordiales.

    ResponderEliminar