sábado, 16 de julio de 2011

Un homenaje argentino a Laure Bataillon (VI)

Como en el caso de Julio Cortázar, Laure Bataillon fue una devota y consecuente admiradora de Juan José Saer (foto), algunas de cuyas principales novelas y cuentos tradujo. El limonero real, publicado en francés como Le grand paradis, fue objeto del siguiente texto, leído en la radio en 1981 y recogido en la revista Arcane 17, que se ofrece aquí en versión de Florencia Baranger-Bedel.

El limonero real
 
En tanto lector privilegiado: "Nadie entra aquí si no es, no genial, sino paciente y atento."

Será la única condición para poder acceder a las bellezas que contiene esta obra. Saer tardó doce años en escribir este libro, tal vez puede usted dedicarle algunas horas más a su lectura.

No es que esta prosa sea difícil, es muy simple incluso, en apariencia, pero su rigor y sobretodo la estructura sutil de la novela exigen que no se pierda el hilo si se quiere desembocar en esos claros que son los "momentos de poesía" del libro: captación de lo real exterior y el interior más profundo.

Creo que si quisiéramos dar al lector una idea de los placeres que le esperan, se podría leer este pasaje como el sacrificio del cordero. Hay una fuerza, un pudor, una ternura frente al misterio de la muerte y de la comunión con y por el alimento que tiene algo de antiguo, de patriarcal y remite a ritos pasados aunque estos paisanos sean tan reales como modernos. Saer los vivió.

El lector europeo siempre ávido de exotismo y de tropicalismo encontrará motivo para sentirse desorientado, pero esta vez encontrará más barroco. Todo sucedió al filo de una mirada si bien no despiadada, de una extrema vigilancia.

Gracias a esta vigilancia es que la experiencia de traducción de este libro resultó algo nuevo para mí.
Aun conservando la destacable maleabilidad del español, Saer le aporta un nuevo rigor. Se podría decir que es como el desenlace de una búsqueda que los más grandes escritores latinoamericanos llevan desde hace ya casi medio siglo: liberar a la lengua española heredada de la metrópoli de todos sus laxismos.

Esta claridad excepcional, esta manera de ir a lo esencial, tienen afinidades con el francés y, en un sentido, me facilitaban la tarea, pero las dificultades eran de otro orden.
Dificultades puntuales en el vocabulario: los pasajes en que Saer reproduce el habla de un paisano, pero apenas esbozada, pasada por el filtro Saer; o bien la de una poesía natural (no un lenguaje bruto), me dieron bastantes dolores de cabeza y el haber pasado mi infancia en el campo me ayudó a no caer en la parodia.
Otra dificultad: ser consciente de los diferentes ritmos del libro y respetarlos:
Movimiento del libro entero.
Movimiento, en el interior, de las diferentes frases imbricadas unas con otras.
Rupturas y reanudaciones dentro de un mismo pasaje.
En los pasajes más fascinantes, una escritura que se ubica entre el sueño y lo real, no hay que inclinarse ni hacia un lado ni hacia el otro. Ninguna palabra se puede ubicar inocentemente o distraídamente y hay que supervisar especialmente la fluidez del curso de la frase que traduce esta fluctuación. (Ejemplo del pasaje del prolongado baño de un hombre en el río que cree siempre atrapar aquello que se le escapa: el objeto de su obsesión. Ahora bien, este nadador sueña pero la sensación física es tan fuerte que olvidamos, corremos el riesgo de olvidar.)
Ventana abierta sobre otra realidad.

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