viernes, 1 de julio de 2011

Se paga poco y el trabajo lo hace cualquiera

Y ya que estamos con los problemas que se generan a la hora de cobrar por el trabajo realizado, vale la pena leer la siguiente columna, publicada por el traductor argentino Martín Schifino  en El Trujamán, del día 28 de junio pasado. La misma se ilustra con la plusvalía que le dejó a varias editoriales una serie de traducciones mal pagas.

Cuentas claras

A los traductores se les paga mal. Esto parece ser un hecho incontrovertible, como que la lluvia cae de arriba para abajo. Pero, a diferencia de la lluvia, se trata en realidad de un hecho contingente, que varía de territorio en territorio. En los países de habla hispana, donde la industria se jacta de su apertura intelectual, de lo mucho que se traduce y lo bien que se le hace así a la cultura, se paga mucho peor que, por ejemplo, en el Reino Unido, donde las editoriales son menos dadas al triunfalismo.

Los traductores británicos están muy bien protegidos por la Translators Association, que brinda apoyo legal a sus miembros y estipula que las editoriales deben pagar a los traductores de literatura 85 libras por cada mil palabras. Una cifra de mercado oscila pues entre 90 y 100 euros. Para entender lo que eso significa en términos prácticos, basta con hacer unas cuentas. Digamos que alguien traduce 3000 palabras por día, una cantidad muy cómoda; a veinte días laborales por mes, ganará 5400 euros. Tendrá que pagar impuestos de alrededor del veinte por ciento. Redondeando (para abajo), el traductor saca en limpio 4000 euros por mes.

Un traductor español, mientras tanto, ganará unos 35 euros cada mil palabras. Haciendo la misma cuenta que arriba, terminará con 2100 euros por mes, lo cual, una vez deducidos los impuestos, empieza a ser un poco apretado. Es probable que el traductor tenga que traducir un poco más que las tres mil palabras reglamentarias, y mejor ni hablar de las vacaciones. Tampoco quedará muy bien parado al lado de otros profesionales; podrá quejarse, con bastante razón, de que su sueldo no le permite acceder a ciertos bienes materiales acordes con su nivel educativo. Quizás deje los ideales de lado y combine la traducción literaria con la comercial.

Los problemas se agravan al otro lado del Atlántico. No tengo cifras exactas en cuanto a México o Colombia, pero en Argentina se consigue, con suerte, que a uno le paguen 12 euros cada mil palabras. Sueldo mensual: 720. Y como nadie vive con 720 euros, hay en el país muy pocos traductores literarios puros. Una solución de compromiso es traducir para España, con los consabidos problemas de registro que ello conlleva; pero aun así los salarios dejan bastante que desear, porque las editoriales españolas, que no tienen un pelo de tontas, pagan menos a los traductores latinoamericanos, como las empresas textiles a sus operarios en Asia. La solución más generalizada es el pluriempleo: escribir para los periódicos, dar clases y traducir todo tipo de textos, no solamente literarios, sin olvidar la traducción inversa, que se paga mejor. Así, la traducción de literatura se convierte en uno más de los diversos instrumentos que toca un traductor orquesta; para muchos, de hecho, queda relegada a hobby o empleo ocasional.  

El ejercicio de la profesión varía en cada uno de los territorios. En el Reino Unido, se puede apostar al talento personal y, llegado el caso, vivir de la traducción literaria. En España rara vez, y en todo caso con lo justo. En Latinoamérica se da la situación absurda de que un buen profesional tiene que rechazar encargos, porque traducir literatura quita tiempo a las demás traducciones con las que se pagan las cuentas. El riesgo para la industria es el amateurismo. Hace poco le oí decir a una editora que, como ahora cualquiera traduce del inglés, las tarifas van a la baja. Y se trata de un círculo vicioso: como se paga poco, el trabajo lo hace cualquiera. Pero la editora olvidaba una palabra clave: cualquiera traduce mal del inglés. Cabe preguntarse si, de subir las tarifas, el mercado no separaría solito la paja del trigo. La única certeza es que nadie va a subir las tarifas.

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