miércoles, 27 de julio de 2011

La experiencia de una traductora que reescribe, relee y repiensa su propia traducción

El sábado 23 de julio pasado, el escritor y editor Damián Tabarovsky publicó la siguiente columna en el diario Perfil, de la Argentina. En ella se discute una traducción que Selma Ancira (foto) realizó de la correspondencia entre Marina Tsvietáieva, Boris Pasternak y Rainer Maria Rilke en 1984 y que volvió a traducir en el año 2000, con las modificaciones del caso.


Poesía y sinónimo

En el reciente número del Diario de Poesía hay un dossier dedicado a “cartas de poetas”. No sé por qué, no es un tema que me entusiasma. Quizá por los restos que hay en mí de ciertas lecturas de juventud, cierta fascinación por la idea de la muerte del autor (la primacía del texto por sobre la vida). A diferencia de muchos de mis amigos, no siento casi ningún tipo de fetichismo por los escritores y sus anécdotas, y de hecho leo pocas biografías (casi no recuerdo escritor sobre el que haya leído dos biografías diferentes).

No obstante, de parado, en el subte, comienzo la lectura del Diario de Poesía con la selección que hacen de algunas cartas entre Marina Tsvietáieva, Boris Pasternak y Rainer Maria Rilke.

A contramano de lo que venía diciendo, ya había leído esas cartas, incluidas en el epistolario completo entre los tres poetas, en la vieja edición publicada por Siglo XXI de México, bajo el título de Cartas del verano de 1926 (el mismo título que reproduce el Diario en su selección). Pero antes de la primera carta, el Diario agrega un pequeño texto, que vale la pena reproducir: “Cartas del verano de 1926, el epistolario entre Tsvietáieva, Rilke y Pasternak, apareció en castellano en 1984, cuando aún no existía como libro en ruso y Tsvietáieva no formaba parte de la cultura del mundo hispánico. Lo tradujo Selma Ancira, eslavista, crítica y traductora, nacida en México en 1956, seducida por la intensidad de las cartas y la personalidad de Marina Tsvietáieva. Partiendo de unas copias mecanografiadas que cayeron en sus manos por casualidad afortunada, preparó aquella primera traducción (...). Ahora, al cabo de treinta años, Selma Ancira ha decidido traducir el libro de nuevo, basándose en la última edición rusa, la del año de 2000, que incluye nuevas cartas y poemas” (en castellano pronto lo publicará la buena editorial catalana Minúscula).

Es cierto: hacia 1984 poco se conocía de Tsvietáieva en castellano. Recién en 1990 y 1991 Ancira publica sus traducciones de El poeta y el tiempo y El diablo, en Anagrama, y en 1992, de Indicios terrestres, en la desaparecida editorial Versal, sumados en esos mismos comienzos del los 90 a las traducciones –a cargo de Elizabeth Burgos, versionadas por Severo Sarduy– de Carta a la amazona y Tres poemas mayores, en la editorial Hiperión.

La experiencia de una traductora que reescribe, relee, repiensa su propia traducción me parece más que interesante. Y entonces, ya en mi casa, cotejo las cartas de la edición nueva con las de la vieja. Y leo, hacia el final del primer párrafo de la primera carta de Tsvietáieva a Rilke, esta frase: “Somos nosotros quienes elegimos nombres, y todo lo que acontece después es sólo –el resultado de tal elección”. Luego la comparo con la versión de 1984, y encuentro que donde ahora dice “resultado”, antes Ancira escribía “consecuencia”: “Todo lo que acontece después es sólo la consecuencia de tal elección” (en la traducción original falta también el guión antes de resultado/consecuencia, tan propio del estilo de Tsvietáieva, al menos tal como la leemos en sus traducciones; igual que varios signos de exclamación que aparecen en la versión reciente).

Luego voy a mi diccionario de sinónimos y antónimos (el Compact Océano, uno no demasiado bueno) y veo que “consecuencia” es la primera opción de sinónimo para “resultado”. Levemente decepcionado (hubiera querido elaborar una teoría sobre la diferencia entre resultado y consecuencia, pero no la hay), rápidamente cambio de opinión: en esa pequeña modificación, casi insignificante, Ancira coloca la traducción en el borde interno de la literatura. En ese detalle, como un poeta, la traductora busca la palabra precisa, la traducción perfecta a la que, por supuesto, nunca se llega.

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