jueves, 28 de julio de 2011

Es verdad que Marx y Engels siguieron con atención el rastro de sus traductores y se preocuparon por la calidad de las versiones

El traductor español David Paradela López publicó la siguiente columna en El Trujamán el 11 de julio pasado. De acuerdo con lo que se indica, habrá una segunda parte. Mientras la esperamos, sale la primera.

"Un mundo que ganar":
la traducción del Manifiesto Comunista (I)*

Marx y Engels tenían muy claro que, si los proletarios de todos los países habían de unirse, primero tenían que entenderles. Así, la primera página de «la pieza de literatura política más influyente desde la Declaración de los derechos del Hombre y el Ciudadano» (Eric Hobsbawm dixit) anuncia ya que el manifiesto «se publica en inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés». No obstante, con los datos en la mano, esta afirmación parece más llena de deseo que de verdad.

El Manifest der Kommunistischen Partei fue publicado en alemán en febrero de 1848 por la Workers’ Educational Association de Londres y, a pesar de sus llamativos tipos góticos de importación teutona, pasó sin pena ni gloria. En 1866 —tras algunas correcciones y reediciones menores— el Manifiesto se publicó por vez primera en Alemania, pero su fortuna dio un giro a partir de 1872: ese año, el panfleto volvió a imprimirse, esta vez con éxito, y las traducciones empezaron a sucederse.

La historia de las primeras traducciones del manifiesto sigue envuelta en contradicciones: no está muy claro, por ejemplo, qué versiones aparecieron antes de la edición de 1866; se sabe de una al sueco, de finales de 1848, y otra al inglés, de 1850, que no tardaron en quedar fuera de circulación. George Julian Harney señala, en su introducción a la versión inglesa aparecida en The Red Republican en 1850, que «la confusión que siguió a ese gran acontecimiento [la revolución parisina de 1848] impidió cumplir, en su momento, la intención de traducirlo a todas las lenguas de la Europa civilizada». Sin embargo, en el prólogo a la edición alemana de 1872, escriben Marx y Engels: «La primera versión francesa apareció en París poco antes de la insurrección de junio de 1848 […]. En polaco, fue publicado en Londres poco después de su primera edición alemana. En ruso, en Ginebra, en la década de 1860. También fue traducido al danés poco después de su publicación». Misterios de la transmisión textual.

Si algo es indiscutible, es que Marx y Engels siguieron con atención el rastro de sus traductores y que se preocuparon por la calidad de las versiones: en el prólogo a la edición inglesa de 1888 llaman «heroica» a Vera Sasulich, artífice de la segunda traducción rusa, aparecida en Ginebra en 1882, y autora del atentado contra el coronel Trepov, el brutal gobernador de San Petersburgo; Engels se lamenta, en el prólogo a la edición alemana de 1890, de que «el traductor [danés] hubiese podido realizar una excelente tarea con un poco más de cuidado». En ese mismo prólogo se comparan y critican versiones: Engels asegura que la nueva traducción francesa aparecida en Le Socialiste de París en 1886 «es la mejor aparecida hasta la fecha» y se felicita de que, tras varias «traducciones norteamericanas más o menos inexactas, apareció finalmente una traducción auténtica en 1888. La misma pertenece a mi amigo Samuel Moore y antes de su impresión hemos vuelto a revisarla juntos».

Entretanto se dieron casos curiosos, como el de Helen Macfarlane, la misteriosa traductora del manifiesto al inglés, de la que apenas sabemos que en 1850 publicó unos artículos en The Democratic Review y The Red Republican con el nombre de pluma de Howard Morton (quizá incluso entre los comunistas una mujer era buena para traducir pero no para opinar; recordemos que el prólogo a su traducción lo firma un hombre: George Julian Harney) y que ese mismo año desapareció sin dejar rastro de los archivos del censo. O como la anécdota del traductor al armenio, relatada por Engels en el citado prólogo de 1890: «En 1887 se le ofreció el manuscrito de una traducción armenia a un editor de Constantinopla; pero el buen hombre no tuvo el valor necesario para imprimir algo que llevase el nombre de Marx y consideró que era preferible que el traductor figurase como autor, cosa que éste declinó». No fuera a ocurrirle lo que al malhadado traductor de «El milagro secreto», el cuento de Borges.

Seguirá.

* Ver la segunda parte el día 22 de agosto de 2011.

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