jueves, 23 de julio de 2009

Un pajarraco clásico


Y ya que estamos con Edgar Allan Poe –y en memoria de que este año es el bicentenario de su nacimiento–, vale la pena recordar el breve artículo que Gustavo Artiles publicó en El Trujamán, el 15 de julio de 2002, a propósito de una famosa traducción de "El cuervo", muchas veces mencionada en este blog.

La traducción de "The Raven"
de Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892)

Querible recuerdo de la niñez, creo que fue la traducción de "The Raven" ("El cuervo") de Pérez Bonalde lo que me inició en el mundo deliciosamente tenebroso de Poe. Pero Pérez Bonalde no era mórbido sino romántico individual y su romanticismo es comedido y púdico. Aunque la impotencia ante la muerte es uno de sus temas recurrentes —lloró con recato la de su hija de cuatro años (Flor), acaecida durante su exilio en Nueva York, y a su regreso a Caracas (Vuelta a la patria) reflexiona dolorido ante la tumba de su madre, también desaparecida en su ausencia—, éste es un tema antiguo y que sigue estando presente, e intensificado, en todas las artes del período. También, en "El cuervo", la Leonora difunta es la causa de la pena del poeta.

El destierro y otros infortunios parecen haber llevado a Pérez Bonalde a un nihilismo final. En sus Memorias dice:

...¿qué he conseguido durante este largo transcurso del tiempo?
Lo que alcanzaría el hombre que viviese mil años; lo que ha alcanzado la humanidad desde su misterioso principio hasta el presente: ¡NADA!

Próximo a su muerte, escribe unas estrofas íntimas que son instrucciones de lo que ha de hacerse con su cuerpo. Primero, «cavad una fosa» y, por último,

¡ni flores ni losa,
ni cruz funeral!
Y luego... olvidadme
por siempre jamás!


Pesaroso y sombrío, y ¿no habrá aquí un eco de El cuervo?

Como políglota dominó el latín, el francés, el alemán y el italiano y, frente a alguna obra extranjera de su especial veneración, no pudo dejar de hacer las comparaciones del caso. El poeta y lingüista no pudo tampoco resistir la tentación de abordar, al menos una vez, la traducción de versos, no sólo sensible y fiel sino, además, ajustada a la exacta métrica original. Ignoro cuántos más habrán intentado esa proeza —debe haber otros—, pero es probable que el éxito en esta empresa aparezca elusivo; las causas son obvias.

El caso de El cuervo parece por ello excepcional. Poe lo escribió en 1845; Pérez Bonalde realiza su versión cuarenta y dos años después. En ese lapso, el romanticismo se ha afincado entre los poetas hispánicos y, por su cualidad lírica, él ya está situado junto al colombiano José Asunción Silva y al nicaragüense Rubén Darío. Lo había demostrado dos años antes con su traducción del Cancionero de Heine, alabada hoy precisamente por su musicalidad. Es significativa esa elección de Heine, un escritor agudamente crítico del romanticismo convencional que, como el mismo Pérez Bonalde, profesó una visión poética más realista, alejada de pretensiones y pomposidades, aunque no exenta de la expresión personal de la angustia.

Como traducción de verso, "El cuervo" va aún más lejos, reproduciendo el pie y el ritmo trocaico que usa Poe. Ese pequeño prodigio es el que motivó esta nota, tras leer la de Fernando Sorrentino, "El plagio fiel y erudito" (I), en El trujamán, a propósito del mismo poema.

Si le hago escuchar —lo he hecho— la traducción de Pérez Bonalde a una persona que ignore el español pero conozca bien su Poe, reconocerá inmediatamente el poema: el ritmo es inconfundible. Pero de poco sirve el alarde técnico, por logrado que resulte, si la esencia misma de las palabras y los sentimientos del original salen perdiendo. Pero aquí es donde el milagro tiene lugar. Para que se cumpliera, el traductor debió imponerse una tarea de busca y rebusca de etimologías, sinónimos, analogías, contigüidades, para cumplir la multiplicidad de fines —de sentido, de cadencia, de pie— que demandaba su objetivo estético. La eufonía le habrá hecho ensayar en voz alta muchas combinaciones verbales, el evidente proceso de decantación que remató en esta joya.

Sorrentino ya comentó ese hallazgo de «más de un raro infolio», por «many a quaint and curious volume». El traductor prefiere ser literal mientras puede, sana pauta, pero aquí se ha esforzado por ser más que fiel. Otros recursos igualmente hábiles son:

Por «bleak December»: omite el nombre del mes pero dándonos «el crudo mes del hielo!», que es igualmente reconocible. Más abajo:

...and so gently you came rapping,
And so faintly you came tapping, tapping at my chamber door,


pasa a ser «y con tal delicadeza y tan tímida constancia os pusisteis a tocar», que es de una elocuencia admirable por lo sencilla.

Hay algo que ya sería demasiado pedir, la reproducción de la aliteración, a la que también acude Poe —aquí, dos veces y de variado tipo: flirt/flutter, y stately/saintly— por derecho propio de su lengua:

Open here I flung the shutter, when, with many a flirt and flutter
In there stepped a stately Raven of the saintly days of yore.

La ventana abrí —y con rítmico aleteo y garbo extraño—
Entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño
...».

El aleteo es el flutter y el garbo extraño el flirt. El aleteo es rítmico porque éste es un cuervo muy especial, mientras que el contoneo que sugiere el flirt se traslada bien con ese garbo extraño.

Y, a todas éstas, Pérez Bonalde conserva todo el tiempo la métrica íntegra de Poe. Es como para no creer que la hazaña se vaya a repetir. ¡Nunca más!

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