jueves, 11 de junio de 2009

Omisiones


Publicado en Cuba Literaria, este artículo de Olga Sánchez Guevara demuestra que, a la hora de ser injustos con el crédito que les corresponde a los traductores por su labor, no hay tanta diferencia entre el capitalismo y el socialismo real.

El traductor fantasma

Pese a que la traducción, decía Octavio Paz, "es una función especializada de la literatura", no se ha adquirido gran conciencia todavía de su alcance (…) Una parte importante de las letras de un país son traducciones o han bebido de esas fuentes. (…) El acervo cultural de ningún país o comunidad lingüística se basta a sí mismo, ni se agota en los clásicos modernos propios sin incorporar lo que la traducción ha importado y universalizado en términos de ingredientes claves en nuestra vivencia del mundo.
Lourdes Arencibia, El traductor Martí

Desde pasados siglos la literatura cubana ha contado entre sus creadores a numerosos traductores, de los que muchos alcanzaron notoriedad como poetas, ensayistas o narradores. Si fuera necesario demostrarlo bastaría citar algunos nombres –Heredia, Avellaneda o Martí, y en tiempos más recientes Lezama o Eliseo Diego–, lo que no demerita a otros que sin publicar obra “propia” se han dedicado a esta noble tarea. Tales antecedentes harían esperar que el traductor contara en Cuba con gran respeto y reconocimiento a su labor.

Sin embargo, mientras la norma editorial en varios países (España y Alemania, por ejemplo) manifiesta la estimación por el traductor literario incluyendo en la cubierta de los libros su crédito, y en la contracubierta sus datos personales, junto a los del autor, el proverbio del sabio Esopo sigue vigente en Cuba cuando de traducción se trata: de vez en vez alguno de nuestros editores tropieza con la misma piedra e ignora la presencia y la importancia del trabajo del traductor, al publicar obras literarias que no han sido escritas originalmente en español, sin consignar por lo menos el nombre de quien hace accesibles dichas obras al lector cubano o hispanohablante. No importa bajo qué razones o pretextos se comete tal violación del derecho de autor (tanto el internacional como el cubano): de cualquier modo es igualmente inadmisible y no se debe dejar que suceda sin protesta o reclamación.

Como se sabe, la Imprenta Nacional de Cuba y luego el Instituto Cubano del Libro y sus editoriales, en el empeño de divulgar la literatura universal y fomentar el hábito de la lectura, utilizaron en sus inicios traducciones publicadas en otros países; durante esos primeros tiempos se omitía muchas veces no sólo el crédito del traductor, sino también del editor, el corrector y otros. No había al respecto norma establecida, lo que hasta cierto punto se comprende por la magnitud de la tarea y la inexperiencia de quienes la emprendían.

Pero ya el movimiento editorial cubano no estaba en sus inicios cuando comenzaron a aparecer en Cuba los folletos y libros sobre educación sexual que tan populares serían a la vuelta de unos años. No obstante, en una de esas obras, En defensa del amor, del alemán Siegfried Schnabl, se omitió el crédito del traductor cubano Fernando Martínez Valdés, quien trabajó durante muchos años en el Departamento de Traducciones del Instituto Cubano del Libro. La obra fue comercializada sin que la editorial publicara al menos una fe de errata para subsanar la omisión.

No dos veces se ha tropezado, sino muchas, con esa piedra. Sin ánimo de acusar o polemizar, sino por citar casos más recientes que el anterior, los Cantos de Leopardi fueron publicados por una editorial cubana sin créditos de traducción, y hace muy poco tiempo la Poesía de Nazim Hikmet corrió la misma suerte. Con estas transgresiones, para las que no es fácil concebir motivos ni justificación, no sólo se les falta al respeto a los traductores, sino también a los lectores, cuya inteligencia les permitirá imaginar que alguien habrá tenido que trasladar esas obras del italiano o el turco al español, y muy probablemente desearán saber el nombre de quien les ha abierto nuevos caminos literarios. No es afán de protagonismo: se trata de exigir un mínimo de reconocimiento al traductor, la consideración que merece su trabajo paciente y solitario de constructor de puentes culturales.

Con gran ilusión esperé mi ejemplar de Palabra del mundo, una selección de poemas de los autores que han participado en los Festivales de Poesía de La Habana desde que se iniciaron estos encuentros poéticos. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando comencé a recorrer sus páginas y noté que Thiago de Mello (Brasil), Evgueni Evtushenko (Rusia), Ken Smith (Gran Bretaña), Dario Alvisi (Italia), Amir Oz (Israel), Valeriu Stancu (Rumania), Goy Persson (Suecia), Lee Kang-Won (Corea), y Emile Martel (Quebec, Canadá) –junto a muchos otros autores que no escriben su poesía en español incluidos en la selección– comparten en Palabra del mundo la rara circunstancia de que sus traductores parecen ser fantasmas, entes innominados! Pero más raro aún resulta el hecho de que en unos pocos casos (cinco o seis) sí se nombra a los traductores. ¿Es que los nombrados merecen serlo, y no así los demás? ¿Prisa, olvido, trampa de la informática que escamoteó los créditos de los no mencionados? Cualesquiera que sean los motivos, creo que el caso merece un desagravio público, digamos, una fe de erratas por separado que contenga los nombres de los traductores omitidos, o una nota en alguna publicación literaria de amplio alcance. Como dijo nuestro Martí: Honrar, honra.
La Habana, 29 de septiembre de 2008
En vísperas del Día del Traductor

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